Con toda la munición radiactiva que Estados
Unidos, Reino Unido e Israel han lanzado sobre
Oriente Próximo puede estarse incubando un holocausto
nuclear a largo plazo que resultará más mortífero que el
bombardeo atómico estadounidense sobre Japón.
"Se ha arrojado tanta munición conteniendo
uranio empobrecido", afirma Leuren Moret, una de las mayores
autoridades científicas en materia nuclear, que "el futuro
genético de la mayoría de la población iraquí puede
considerarse ya destruido".
"Desde 1991, se ha venido lanzando armamento
con uranio empobrecido en cantidades tales que se ha llegado a
superar en más de diez veces la suma de la radiación liberada
durante una prueba nuclear (de bombas nucleares)", escribe
Moret, incluida la munición radiactiva disparada por las
tropas israelíes en Palestina.
Moret es una científica estadounidense
independiente que anteriormente estuvo trabajando durante
cinco años para el Lawrence Berkeley National
Laboratory y también para el Lawrence Livermore
National Laboratoy, ambos en California.
Arthur Bernklau, miembro de Veteranos por una
Ley Constitucional, añade: "El efecto a largo plazo del uranio
empobrecido es una virtual sentencia de muerte. Iraq se ha
convertido en un páramo tóxico. Todo el que viva o pase por
allí se expone a contraer cáncer y leucemia. En Iraq, la tasa
de bebés nacidos con mutaciones genéticas está totalmente
fuera de control".
Moret, Comisionada para Medio Ambiente en
Berkeley, California, y antigua presidenta de la Asociación de
Mujeres Geocientíficas, dice: "Por cada defecto genético que
contemplamos hoy en día, aparecerán miles más en futuras
generaciones".
Y añade: "El medio ambiente (de Iraq) es ya
completamente radiactivo"
La Dra. Helen Caldicott, una prominente
luchadora antinuclear, ha escrito: "Gran parte del uranio
enriquecido ha caído en ciudades como Bagdad, donde la mitad
de su población, cinco millones, son niños que jugaron con los
tanques calcinados y con la tierra arenosa y polvorienta".
"Los niños son entre diez y veinte veces más
sensibles a los efectos carcinógenos de la radiación que los
adultos", escribió Caldicott. "Mis colegas pediatras en
Basora, donde esa artillería fue utilizada en 1991, informan
de un aumento, multiplicado por siete, de los casos de
cánceres infantiles y de graves anormalidades genéticas",
relató en su libro "Nuclear Power is not the Answer" (The
New Press).
Caldicott va más allá diciendo que las dos
Guerras del Golfo "han sido guerras nucleares porque han
esparcido material nuclear por toda la tierra, y las personas
–especialmente los niños- están condenados a morir básicamente
de neoplasias y enfermedades congénitas de aquí a la
eternidad".
Debido a la inmensamente larga vida media del
Uranio-238, uno de los elementos radiactivos contenidos en los
proyectiles disparados, "los alimentos, el aire y el agua
están contaminados para siempre", explicó Caldicott.
El uranio es un metal pesado que penetra en
el cuerpo inhalado por los pulmones o a través de la ingestión
por el tracto gastrointestinal. Si se excreta por el riñón, y
la dosis es suficientemente alta, puede provocar fallos
renales o cáncer de riñón. También se aloja en los huesos,
donde causa cáncer de huesos y leucemia, y si se excreta en el
semen, donde se mutan los genes en el esperma, provoca
nacimientos con deformidades.
La contaminación nuclear se está extendiendo
por todo el planeta, añade Caldicott, pero las mayores
concentraciones están en las regiones que se sitúan dentro de
un radio de mil seiscientos kilómetros de Bagdad y
Afganistán.
Los países que presentan mayor contaminación
son el norte de la India, el sur de Rusia, Turquía, Egipto,
Arabia Saudí, Tibet, Pakistán, Kuwait, los Emiratos del Golfo
y Jordania.
"A partir de la devastación radiactiva
desatada en Iraq y siguiendo la dirección del viento, Israel
está sufriendo también un gran aumento de cáncer de mama,
leucemia y diabetes infantil", afirma Moret.
Doug Rokke, en otra época alto oficial del
ejército estadounidense encargado de la limpieza del uranio
empobrecido y ahora militante contra dicho elemento, ha
declarado que los tanques israelíes dispararon proyectiles
radiactivos durante la invasión del Líbano del pasado año. Las
fuerzas estadounidenses y de la OTAN también utilizaron
munición con uranio empobrecido en Kosovo. Rokke ha dicho que
está muy enfermo a causa de los efectos del uranio empobrecido
y que algunos miembros del equipo que le acompañaban en las
labores de limpieza han fallecido ya por esa causa.
Como consecuencia de los bombardeos con
uranio empobrecido, Caldicott escribe: "Se ha informado de
bebés con malformaciones nacidos de civiles contaminados en
Iraq, Yugoslavia y Afganistán y la incidencia y la gravedad de
los defectos va aumentando según transcurre el tiempo".
Se ha informado también de síntomas
aparecidos entre los bebés nacidos de personal del ejército
estadounidense que combatió en las Guerras del Golfo. Una
investigación llevada a cabo por la Administración de
Veteranos de Mississipi con 251 soldados de la Guerra del
Golfo halló que el 67% de los niños nacidos de ellos sufrían
de "enfermedades graves y deformaciones".
Algunos habían nacido sin cerebro u órganos
vitales o sin brazos o sin manos o con las manos unidas a los
hombros.
Aunque los oficiales estadounidenses niegan
que la munición de uranio empobrecido sea peligrosa, es un
hecho que los Veteranos de la Guerra del Golfo fueron los
primeros estadounidenses que lucharon en una batalla
radiactiva y, al parecer, sus niños han sido los primeros en
manifestar deformidades espantosas.
Los soldados supervivientes que habían sido
alcanzados por munición radiactiva, así como los que la
dispararon, están cayendo enfermos, a menudo mostrando
síntomas de enfermedades radiactivas. De los 700.000 veteranos
estadounidenses de la I Guerra del Golfo, más de 240.000
padecen incapacidad médica permanente y 11.000 han muerto,
según informes publicados.
Esas cifras suponen una mortalidad
impresionante como consecuencia de un corto conflicto durante
el que murieron en el campo de batalla menos de 400 soldados
estadounidenses.
Desde luego, "las municiones con uranio
empobrecido fueron y siguen siendo un factor causante del
Síndrome de la Guerra del Golfo (GWS, en sus siglas en
inglés)", escribe Francis Boyle, importante experto
estadounidense en derecho internacional en su libro
"Biowarfare and Terrorism", de Clarity Press
Inc.
"El Pentágono continúa rechazando que haya un
fenómeno médico clasificado como GWS, hasta el punto en que
todo el mundo sabe que esa negativa es pura propaganda y labor
de desinformación", escribe Boyle.
Boyle sostiene: "El Pentágono nunca confesará
las consecuencias criminales, políticas, delictivas,
económicas y legales de admitir la existencia de GWS. Por eso,
los veteranos estadounidenses y británicos de la I Guerra del
Golfo, así como los hijos que hayan concebido después,
continuarán sufriendo y muriendo. Lo mismo les pasará a los
veteranos estadounidenses y británicos de la II Guerra del
Golfo de Bush Jr y a los hijos que puedan tener".
Boyle dijo que el uso del uranio empobrecido
está prohibido por la Convención de Ginebra de 1925, que
prohíbe el uso de gas venenoso.
Chalmers Johnson, presidente del Instituto de
Investigación Política de Japón, escribe en su "The Sorrows
of Empire" (Henry Holt and Co.) que, dadas las cantidades
anormales de cánceres infantiles y deformidades aparecidos
tanto en Iraq como en Kosovo, las evidencias señalan un papel
determinante del uranio empobrecido".
"El ejército, al insistir en su uso", añade
Johnson, "está despreciando deliberadamente una Resolución de
Naciones Unidas de 1996 que clasifica la munición con uranio
empobrecido como arma ilegal de destrucción masiva".
Moret llama al uranio empobrecido "el caballo
de Troya de la guerra nuclear". Lo describe como "el arma que
no para nunca de matar". En efecto, la vida media del
Uranio-238 es de 4,5 mil millones de años, y cuando se
descompone engendra otros subproductos radiactivos
mortíferos.
Al parecer, la lluvia radiactiva del uranio
empobrecido puede llegar muy lejos y de forma muy extendida.
Tras el bombardeo inicial de Iraq por EEUU en 2003, las
partículas de uranio empobrecido viajaron casi cuatro mil
kilómetros hasta alcanzar el Reino Unido en una semana, donde
la radiación atmosférica se cuadriplicó.
Pero es en Oriente Próximo, sobre todo en
Iraq, donde se ha vertido la mayor parte de la basura
radiactiva.
En los primeros años de la década de 1990, la
Autoridad para la Energía Atómica del Reino Unido advirtió que
cincuenta toneladas de polvo proveniente de las explosiones de
uranio empobrecido podrían cobrarse medio millón de vidas para
el año 2000 a través del cáncer. No ya cincuenta toneladas,
sino una cifra de dos mil toneladas radiactivas se han lanzado
en Oriente Próximo, lo que sugiere la posibilidad de que, con
el transcurrir del tiempo, nos encontremos con cifras mucho
más altas de víctimas mortales.
El Dr. Keith Baverstock, un asesor en
radiactividad de la Organización Mundial de la Salud, informó
a los medios que el clima árido de Iraq incrementaba las
posibilidades de exposición a esas partículas diminutas cuando
el viento las esparciera por doquier y fueran inhaladas por la
población civil en los años venideros.
Los civiles muertos desde agosto de 1945, a
causa de las bombas atómicas lanzadas contra Hiroshima y
Nagasaki alcanzaron las cifras de 140.000 y 80.000,
respectivamente. Sin embargo, se prevé que, a largo plazo, las
muertes por enfermedades radiactivas se cobren las vidas de
otros 100.000 civiles japoneses.
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