Cooptación histórica, por Jorge Gómez Barata

[Pedro Martínez Pírez <pmpirez@rhc.cu>]

Title: COPTACIÓN

COOPTACIÓN HISTORICA

 

                                                                    Jorge Gómez Barata

 

 

Al intervenir en América Latina, Europa sustituyó los procesos de desarrollo endógenos y espontáneos por una especie de cooptación histórica. Desde entonces el devenir iberoamericano se conformó a partir de patrones de ultramar.

Todo ese proceso, de Colón  a la fecha, está sesgado por una ideología discriminadora. Europa destruyó el orden vigente en las tierras descubiertas, suprimió las jerarquías sociales, declaró paganas las creencias y primitivas las culturas, poniendo fin al modo de producción existente, sin sustituirlo por uno semejante a los existentes en el Viejo Continente.

Los indios fueron considerados salvajes y herejes, insuficientemente inteligentes para organizar su propia existencia y gobernarse así mismos y no se le atribuyeron meritos para vivir como los europeos. Fueron condenados a la esclavitud y luego a la exclusión. Todavía a esos pueblos no se les ha hecho  justicia.

Después de los pueblos precolombinos, la próxima víctima fueron los criollos, cuya actuación fue condicionada por las políticas coloniales que terminaron convirtiéndolos, primero en malos españoles, luego en revoltosos y por último en oligarcas, para quienes las republicas fueron un botín y los pueblos que debían conducir, mitas o encomiendas.   

El sistema político europeo,  basado en un esquema en el que imperan doctrinas e instituciones que confieren estabilidad y coherencia al sistema que se perpetúa en ellas, no fue trasplantado a América donde los europeos, en lugar de prolongaciones suyas, crearon entidades subsidiarias, incompetentes para autodirigirse.

Los caudillos, los virreyes y los monarcas absentistas que ocuparon el espacio que en  otras latitudes asumían la nobleza, los gobiernos y los parlamentos, no son un invento criollo, sino un legado colonial.

Esa debilidad endémica de las instituciones que permite el predominio de las oligarquías, los caciques locales, los militares y los gobernantes impuestos por los imperios, es la esencia del subdesarrollo.

No obstante, subdesarrollo es también el extemporáneo intento de imponer como novedad una estructura de poder que debieron haber introducido quinientos años atrás. Si en lugar de la esclavitud, Europa hubiera impuesto en América y África la democracia o, como mínimo una estructura social homologable con la suya, la historia hubiera sido diferente.

Si bien la monarquía británica data del año 829, el cargo de Primer Ministro existe desde el siglo XVIII y su parlamento funciona desde hace 800 años, las primeras juntas de gobierno se instauraron en Sudamérica trescientos años después del inicio de la colonización y los primeros ayuntamientos datan del siglo XIX, fecha en que llegaron al poder los primeros presidentes. En África, la India y partes de Asia, esos pasos se dieron hace apenas cincuenta años.

Por aquellas infortunadas circunstancias históricas y no por un defecto de nuestra condición nacional, hasta hoy, en el Nuevo Mundo, los liderazgos son más eficaces que las instituciones, que aunque tampoco son perfectas ni deben ser idealizadas, tal vez, algún día llegarán a ser los elementos de los que dependa la calidad de nuestro proceso político.

En Estados Unidos han asesinado a cuatro presidentes y otros cuatro fallecieron de muerte natural en el ejercicio del cargo, sin que ello haya repercutido en el funcionamiento del sistema ni significado un retroceso considerable.

No ocurrió lo mismo en Nicaragua, donde la muerte de Sandino abrió el camino a la dinastía de los Somoza, en el Gongo todavía persisten las trágicas consecuencias del asesinato de Lumumba y en Chile, entre otras decenas de ejemplos, la muerte de Allende inició la larga noche del fascismo. De esa singularidad emana la obsesión norteamericana por eliminar físicamente a Fidel Castro y ahora también a Hugo Chávez.

La considerable significación de los liderazgos y las vanguardias en el Tercer Mundo, convierte a sus figuras políticas, sobre todo a aquellas que descuellan  y llegan a encabezar procesos de cambio, en blanco de artimañas y maniobras  para doblegarlos, mediatizarlos o hacerlos traicionar sus ideales.

El imperio comprende que allí, donde los procesos no hayan madurado suficientemente, tramitar a un líder y doblegarlo, a veces equivale a matar un proceso y hacer retroceder la historia.