Nicaragua: La derrota
del miedo
Augusto Zamora
R.
* Profesor de Derecho Internacional y
Relaciones Internacionales en la Universidad Autónoma de Madrid. Su última
obra es La Paz Burlada, los procesos de paz en Centroamérica
1983-1990.
Rebelión
Lo intentó todo EEUU, salvo la
amenaza militar, para impedir la victoria electoral del Frente Sandinista
de Liberación Nacional (FSLN) y de su candidato, Daniel Ortega. Desde el
año 2005, su embajador en Managua, Paul Trivelli, asumió el papel de
director supremo del antisandinismo y presionó, intrigó, amenazó, sobornó
y castigó a todos aquellos que, en su opinión, se oponían u obstaculizaban
la formación de una nueva coalición antisandinista, como las que habían
triunfado en las elecciones de 1990, 1996 y 2001, siempre bajo la égida
tutelar de Washington.
El objetivo fundamental de EEUU era el ex
presidente Arnoldo Alemán, quien, pese a ser procesado y condenado por
malversación de fondos públicos, seguía controlando con mano de hierro al
Partido Liberal Constitucionalista (PLC). Trivelli presionó cuanto pudo
para que Alemán dejara el partido y lo entregara a su candidato, Eduardo
Montealegre, entonces ministro de Finanzas y protegido del presidente
Enrique Bolaños. Al no lograr la retirada de Alemán, se promovieron
juicios en su contra en Panamá y EEUU, por corrupción. Luego siguió un
sistema de premios y castigos, sancionando con la retirada de la visa
estadounidense a los dirigentes del PLC que se negaban a secundar su
línea. Trivelli fracasó. Alemán impuso a su candidato (José Rizo) y la
lista de diputados a la Asamblea General. Montealegre fue expulsado del
PLC y debió crear su propia plataforma política, la Alianza Liberal
Nicaragüense (ALN).
El sandinismo también veía ahondarse su división,
con la entrada en la contienda electoral del Movimiento Renovador
Sandinista (MRS), al que se afiliaron figuras señeras de la revolución,
como el padre Ernesto Cardenal, el ex presidente y escritor Sergio Ramírez
y tres ex miembros del directorio revolucionario, además de una extensa
lista de prominentes figuras. EEUU contempló satisfecho esta división, que
debilitaba a su archienemigo y reducía sus posibilidades
electorales.
La reacción del FSLN fue sagaz. Retomando la
fórmula integradora aplicada en 1978 y 1979, para unir a distintos
partidos y agrupaciones en una causa común, la dirigencia sandinista fue
cerrando flancos. Se reconcilió con la Iglesia Católica y su enemigo
visceral, el cardenal Obando. Se abrió el partido a grupos de centro,
antes antisandinistas, como los socialcristianos y conservadores. Por
último designó candidato a vicepresidente a un ex director de la contra,
que abrió este movimiento al sandinismo. Los lemas de campaña resumían el
espíritu de aquella singular alianza: Unidad, paz, reconciliación. “Unida,
Nicaragua triunfa”. El rosado era su bandera de combate.
Tras fracasar los intentos por unificar a los
liberales, el embajador Trivelli promovió la guerra sucia contra el FSLN.
Para ello contó con el apoyo del gobierno de Bolaños y del Consejo
Superior de la Empresa Privada (COSEP), órgano que reúne a todos los
grandes grupos económicos de Nicaragua. Usando como punta de lanza a los
medios de comunicación en manos del COSEP, se empezó a propagar noticias
falsas sobre el riesgo de guerra, tomas de tierra, asonadas y
restablecimiento de las tarjetas de racionamiento y del servicio militar.
Se buscaba generar miedo en la población, una táctica que había demostrado
su fuerza intimidatoria en las tres elecciones anteriores.
Ante el hecho de que las encuestas seguían
reflejando una notable ventaja del FSLN y Ortega, se promovió, en las
semanas anteriores a la elección, la visita a Nicaragua de congresistas
republicanos, altos funcionarios del Departamento de Estado y ex miembros
del gobierno Reagan, vinculados a la guerra en los años 80. Todos
advertían que un triunfo del FSLN provocaría represalias por parte del
gobierno Bush. La presión alcanzó su cúspide cuando tres congresistas
republicanos amenazaron con bloquear las remesas de los emigrantes
nicaragüenses en EEUU, pidiendo a Bush la aplicación de legislación
antiterrorista a Nicaragua, en caso de victoria de Ortega. Era el golpe
más bajo que podían dar, habida cuenta que las remesas de los emigrantes
son la primera fuente de divisas del país y que provienen principalmente
de EEUU. La terrible amenaza, sin embargo, no bastó para atemorizar a un
número suficiente de de votantes.
En la noche del 5 de noviembre, cuando empezaron
a conocerse los primeros resultados, que daban a Daniel Ortega más del 40%
de votos, EEUU intentó una última y disparatada maniobra. La delegación
enviada por el presidente Bush emitió un comunicado en el que afirmaba la
existencia de graves irregularidades en las elecciones, que podía poner en
duda la imparcialidad y transparencia del proceso electoral. Desde la sede
diplomática y Washington se presiona a la OEA, el Centro Carter, la Unión
Europea y otros organismos, para que asuman la línea de EEUU. Nuevo
fracaso. Insulza, desde Uruguay, confirma la decisión del organismo
regional de avalar la transparencia de las elecciones y la validez de sus
resultados. Para disipar las nieblas que emite la embajada estadounidense,
a las siete de la mañana del 6, la organización Ética y Transparencia, en
rueda de prensa, valida el proceso electoral y afirma que, según sus
conteos internos, el FSLN va a ganar las elecciones con el
40%
de votos.
No eran, realmente, elecciones libres. Desde
1990, los nicaragüenses acuden a los procesos electorales con una pistola
en la cabeza. En 1990, era la continuación de la guerra, el bloqueo
económico y las penurias. Desde 1996, la amenaza de sanciones, bloqueos y
represalias, en medio de una atroz campaña interna, agitando el fantasma
de la guerra. La coacción llegó al extremo que el presidente Arnoldo
Alemán ordenó, en los días previos a las elecciones de 2001, un despliegue
general del Ejército, hecho que aterrorizó a muchos ciudadanos, que vieron
en la medida un anticipo de la guerra.
En las elecciones de 2006 fracasó la estrategia
del miedo y la coacción. EEUU fue incapaz, no sólo de mantener la
coalición antisandinista, sino de amedrentar a un número suficientes de
votantes. De ahí que la victoria sandinista sea un revés tan duro para el
gobierno Bush. Porque el ascenso al poder, nuevamente, esta vez por medio
de las urnas, permitirá al sandinismo gobernar sin guerras, bloqueos,
destrucción y muerte. Tendrá, ahora, la oportunidad de hacer lo que la
guerra de agresión frustró en la década de los 80. Si estos cinco años
venideros son bien aprovechados, el pueblo terminará de perder el miedo y
podrá comprobar, con hechos, las bondades de un gobierno nacionalista y de
izquierdas. Si el FSLN lo hace bien, puede haber gobierno sandinista para
rato.
* Profesor de Derecho Internacional y Relaciones
Internacionales en la Universidad Autónoma de Madrid. Su última obra es La
Paz Burlada, los procesos de paz en Centroamérica
1983-1990.
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