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Wikileaks: Venezuelan ambassador Freddy Balzan emails 2005-2008
- To: "potero" <potero@rhc.cu>
- Subject: NO HAY LATIFUNDIOS BUENOS, por Jorge Gómez Barata
- From: Pedro Martínez Pírez <pmpirez@rhc.cu>
- Date: Tue, 10 Apr 2007 19:19:17 -0400
- Cc: "Marian Calvo" <mcalvo@rhc.cu>
Title: ESCENAS REDUNDANTES
NO HAY LATIFUNDIOS BUENOS Jorge Gómez Barata Mediante la conquista, las casas reinantes de España y
Portugal implantaron en América instituciones y prácticas que jamás existieron o
hacía siglos que habían desparecido de Europa. En el Viejo Continente, el modo de producción capitalista,
emergió de la disolución de la sociedad feudal, un entorno socio económico
atomizado y dividido en miríadas de principados que alcanzaron la unidad nacional
mediante la centralización del poder, sin centralizar la propiedad de la
tierra. Aquella cultura, no idealizable, dio lugar a una combinación
relativamente coherente entre la economía agrícola y la industrialización, la producción
para los mercados internos y el comercio, factores que apreciados en su conjunto
dieron lugar a la acumulación originaria del capital, que también lo fue de la cultura, la ciencia y el arte. El descubrimiento y saqueo en escala gigantesca del Nuevo
Mundo, no desvirtuó aquellas tendencias sino que las reforzó. El oro, la plata
y otros minerales; así como el maíz, la papa y el cacao, las maderas y las
pieles, no enmendaron el rumbo del desarrollo europeo, sino que lo aceleraron,
contribuyendo a la revolución industrial y agraria que dio lugar a Para asumir los costos reales de tan inaudita prosperidad, Iberoamérica
y África, soportaron cuatro siglos de trata de esclavos y vieron surgir en sus
campos los latifundios y las plantaciones monocultoras, dedicadas a producir
para la exportación; factores que dieron lugar al subdesarrollo y a las
oligarquías criollas, cuya mayoría de edad empalmó con el surgimiento del
imperialismo. Subdesarrollo no significa poco desarrollo, sino incapacidad
para desarrollarse, precisamente por haber incorporado a los procesos
históricos anomalías venidas de fuera que, en lugar de resolverse, se agudizan
con el crecimiento. En sentido estricto, en Iberoamérica nunca hubo un
desarrollo capitalista endógeno y normal, sino una grotesca caricatura,
definida por José Martí como: “…Una máscara, con los calzones de Inglaterra, el
chaleco parisiense, el chaquetón de Norteamérica y la montera de España…” Cuando se recorren las carreteras de Suiza o de Polonia,
realidades distantes en cuanto a desarrollo económico y social y con historias
diferentes, se disfruta de bucólicos paisajes formados por minúsculas parcelas
intensivamente cultivadas; pastos magníficos, ubérrimas vacas, campesinos que
siegan las mieses y con un caballo, aran y cultivan tierras labradas por
milenios. Nunca, por los caminos de Europa se tropezará uno con
latifundios, tierras incultas, plantaciones de miles de hectáreas en las que
sudorosos y mal pagados “proletarios de aldeas” realizan faenas extenuantes
para un latifundista absentista. No digo que aquel cuadro fuera ideal, sólo que
es diferente. En honor a la verdad los pueblos latinoamericanos y sus
vanguardias nunca se resignaron al esquema impuesto a nuestra campiña; el
agrarismo como doctrina, la reforma agraria como programa y la consigna de
“Tierra o Sangre” como definición, estuvieron y están presenten en todas las
luchas y en todas las etapas. En realidad, a doscientos años de la indepdencia, es magra
la cosecha. Se trata de una tragedia que se revela y se renueva cuando los
grandes países sudamericanos, en los que felizmente llegaron al poder gobiernos
modernos y no oligárquicos, se perciben retornos a las peores prácticas
originarias. Desde cualquier punto de vista que se examine, para producir
lo que sea y con cualquier destino, entregar las tierras de Brasil, Argentina,
Colombia Uruguay y Centroamérica a transnacionales norteamericanas y europeas para
cultivar aquello que las metrópolis demandan, asumiendo a nuestra cuenta los
costos estratégicos, parece un mal negocio. Las gigantescas plantaciones de soja, maíz, eucaliptos y caña,
por más modernos y transgénicos que sean, no dejan de ser latifundios y, no hay
latifundios buenos. |
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