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Wikileaks: Venezuelan ambassador Freddy Balzan emails 2005-2008
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- Subject: Fidel sigue luchando, por Ricardo Alarcón de Quesada
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- Date: Fri, 1 Sep 2006 10:23:01 -0400
La
Habana. Jueves 31 de Agosto de 2006 Año 8 Nro.
285 Fidel
sigue luchando Por
Ricardo Alarcón de Quesada “El
pueblo de Cuba es y de derecho debe ser libre e independiente”. Con estas
palabras rebosantes de hipocresía el Congreso de Estados Unidos aprobó en 1898
la Resolución Conjunta para intervenir en la guerra que los cubanos estábamos a
punto de ganarle a España. Se convertía en realidad lo que advirtió a tiempo
José Martí al denunciar “el cálculo cínico y la fría maldad” de la estrategia
norteamericana. Se cumplió lo que ya había descubierto Carlos Manuel de Céspedes
(“apoderarse de Cuba ese es el secreto de su política” escribió en 1870 el Padre
de la Patria) Nada
de lo anterior sabe George W. Bush el siniestro personaje que no lee libros ni
periódicos ni le hace falta pues de Dios recibe directamente las órdenes para
hacer la guerra, robar elecciones y cometer otras
fechorías. Por
eso repite con patética ignorancia el lenguaje de 1898 antes de retirarse a su
rancho a disfrutar sus perennes vacaciones. Cree el pobre diablo que con
frasecitas de ocasión puede engañar a un pueblo que hace casi medio siglo se
liberó de la incultura, conoce su historia, de ella vive orgulloso y le será
siempre fiel. Surgimos como Nación luchando al mismo tiempo por la igualdad y la
solidaridad entre los seres humanos y contra una potencia egoísta y voraz
siempre dispuesta a avasallarnos y que en nuestras playas inició la construcción
de un Imperio hoy pretendidamente universal. La disyuntiva es clara: vencer en
esa porfía o desaparecer como pueblo. Esa
es la esencia de la cubanía. No hay otra definición posible para nuestra
identidad. O somos lo que soñaron los fundadores o no somos. Ahí están las
raíces de nuestro socialismo. Otro
rasgo curioso tienen los cubanos. Una verdadera rareza, algo que no abunda.
Tenemos un Presidente que trabaja constantemente, no hace otra cosa que
trabajar. Ese es su mayor defecto: Fidel Castro no sabe
descansar. El
trabajo excesivo le provocó un accidente de salud que lo condujo al salón de
operaciones y a una cirugía riesgosa y compleja. De ella salió afortunadamente
bien. ¿Y qué hizo entonces ese infatigable combatiente a punto de cumplir 80
años pletóricos de ininterrumpida pelea? Convocó
a los colaboradores más próximos, les consultó, repartió tareas, se puso a
escribir y redactó de su puño y letra la Proclama que su pueblo y el mundo
entero conocieron la noche del lunes 31 de julio de
2006. Fue
directamente al grano. Delegó “con carácter provisional” sus funciones al frente
de la Revolución a Raúl Castro quien además de sus indudables méritos para ello
había sido elegido hace años conforme a nuestro ordenamiento institucional e
hizo lo mismo con varios otros compañeros para que lo reemplazasen al frente de
muy importantes programas de educación, salud y en el área energética que han
tenido en Fidel a su principal impulsor. Precisó que tomó esa decisión porque
“nuestro país se encuentra amenazado en circunstancias como esta por el gobierno
de los Estados Unidos”. Al
día siguiente, en su segundo mensaje, Fidel advertía: “Yo no puedo inventar
noticias buenas, porque no sería ético, y si las noticias fueran malas, el único
que va a sacar provecho es el enemigo. En la situación específica de Cuba,
debido a los planes del Imperio, mi estado de salud se convierte en un secreto
de estado que no puede estar divulgándose
constantemente”. El
mundo pudo comprobar enseguida la justeza del planteamiento de Fidel. Apenas
concluyó en La Habana la lectura de su Proclama políticos y funcionarios
norteamericanos exhortaron al derrocamiento del Gobierno cubano. Al mismo tiempo
varias docenas de individuos -cifra insignificante si se la compara con la
población de la ciudad- celebraban en Miami “la muerte” de Fidel y vociferaban
ante las cámaras de las grandes cadenas de televisión que les cedieron
generosamente horas interminables. El
alboroto de la chusma fascista coincidía con comentarios y editoriales de
diarios que se autoproclaman serios y con insolentes declaraciones de
Condoleezza Rice y George W. Bush. Acostumbrados todos ellos a vivir de la
mentira y el engaño se juntaron en un espectáculo inaudito que parecía, sin
embargo, encontrar un eco milenario: “El principio de las palabras de su boca es
necedad; y el fin de su charla nocivo desvarío”. (Eclesiastés
10.13) Cuba
es objeto de una política agresiva sin precedentes en la historia. Es una
realidad fácilmente comprobable pues consta en documentos oficiales
norteamericanos. La
Ley Helms-Burton en vigor desde 1996 describe al detalle como se proponen
destruir a la Revolución cubana y el régimen que nos impondrían después,
incluyendo la devolución de sus propiedades a los batistianos y antiguos
latifundistas y casatenientes, la privatización completa de la economía y la
eliminación de los actuales sistemas de educación, salud y seguridad social. El
Plan de mayo de 2004 ostentosamente anunciado por Bush explica prolijamente como
llevarían a la práctica dicha Ley. Recordemos que en esa ocasión el propio
Presidente norteamericano aseveró que no se quedaría con los brazos cruzados
ante cualquier cambio en la dirección del Gobierno cubano, ni aceptaría un
Gobierno presidido por Raúl Castro y sus voceros amenazaron con actuar “ágil y
decisivamente” para impedirlo. El
pasado 10 de julio, hace menos de un mes, Bush aprobó un Informe que reitera los
propósitos de su Plan y anuncia nuevas medidas para “apresurar el fin” del
Gobierno revolucionario. Lo peor es que por primera vez reconoce que entre ellas
hay algunas que se mantienen en secreto “por razones de Seguridad Nacional y
para asegurar su ejecución”. ¿Cuáles
son esas medidas secretas? Para imaginar lo que ocultan basta con revisar lo que
el 10 de julio reconocieron públicamente: incrementan a 80 millones de dólares
este año y el próximo los fondos destinados a fomentar la subversión, y afirman
que los repartirán aquí en Cuba entre mercenarios entrenados y equipados por
Estados Unidos; prohíben desde ya las donaciones humanitarias que de sus
homólogas norteamericanas recibían las instituciones religiosas y fraternales
agrupadas en el Consejo de Iglesias de Cuba; intensifican las restricciones a
las visitas familiares de los cubanoamericanos y amenazan con llevar ante los
tribunales como si fueran criminales a quienes ignoren esas restricciones;
proscriben toda exportación relacionada con equipos médicos que puedan ser
utilizados en los programas de salud que Cuba desarrolla en beneficio de otros
pueblos tales como la Operación Milagro y las misiones internacionalistas;
amenazan, finalmente, al resto del mundo con aplicar a sus empresarios con mayor
rigor, los Títulos Tercero y Cuarto de la Ley
Helms-Burton. Si
todo lo anterior lo proclaman abiertamente hay que suponer lo peor en la parte
que guardan en la oscuridad. Entre
las acciones encubiertas aprobadas por el señor Bush el 10 de julio puede estar
cualquier cosa: asesinatos, terrorismo, ataques militares. Nada puede excluirse
si nos atenemos a antecedentes bien conocidos. Pero
además hay pruebas, numerosas e irrefutables y entre ellas abundan documentos
oficiales de la camarilla gobernante en Estados Unidos. Veamos
algunas. Este
año fueron finalmente desclasificados ciertos informes que habían escondido
celosamente desde 1976 y que demuestran más allá de cualquier duda que
Washington fue cómplice de algunos de los más atroces actos terroristas contra
Cuba y contra Chile, específicamente el asesinato de Orlando Letelier y la
destrucción en pleno vuelo de un avión civil cubano, acontecimientos que
ocurrieron el 21 de septiembre y el 6 de octubre de aquel año. A la sazón el
jefe de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) era George H. W. Bush, el padre
del actual mandatario. Desde junio de 1976 el señor Bush conoció de los planes
contra Letelier y contra el avión cubano y nada hizo para evitar esos crímenes
horrendos y por lo contrario se ocupó de amparar y proteger a sus autores:
Orlando Bosch y Luis Posada Carriles. Los documentos pueden leerse visitando el
sitio del National Security Archives de la Universidad George
Washington. Tanto
Bosch como Posada Carriles viven actualmente en territorio norteamericano y
gozan de la protección oficial. Al primero se le vio junto al actual Presidente
cuando Bush visitó Miami para agradecer a ese y otros notorios asesinos el
fraude mediante el cual se apoderó de la Casa Blanca. Orlando Bosch no se
esconde, con frecuencia es entrevistado por la televisión local y hace
declaraciones reivindicando sin temor alguno sus innumerables fechorías. Nunca
ha sido procesado por el asesinato de Letelier y su joven secretaria Ronnie
Moffitt, nadie le ha preguntado siquiera por aquella reunión en Santiago de
Chile en junio de 1976 en la que según el texto ahora revelado “se acordó
asesinar a Letelier” o por el convite efectuado en Caracas en septiembre de
aquel año en el que se vanaglorió, en un discurso público, por el asesinato y
anunció, él y Posada, el próximo ataque contra el avión
cubano. Hace
casi año y medio que Posada Carriles apareció a la luz pública en Miami y
Estados Unidos sigue bloqueando su extradición a Venezuela de donde se fugó en
1985, cuando Hugo Chávez era un joven desconocido. Desde entonces lo reclama el
tribunal que lo juzgaba por la destrucción del avión cubano. En 1985 Posada
escapó con la ayuda de la Casa Blanca y se fue a trabajar en el operativo
secreto del famoso Irán-Contra bajo la dirección de Bush padre. Bush, el
pequeño, lo sigue protegiendo ahora. Pisoteando así importantes instrumentos
legales en la lucha contra el terrorismo que son de obligatorio cumplimiento,
según la resolución adoptada por el Consejo de Seguridad de la ONU, a instancias
de Estados Unidos. Lo establecen con claridad meridiana: en casos como el de
Posada Carriles o se le extradita al país que lo reclama o hay que juzgarlo por
el mismo crimen en el país donde se encuentra “sin excepción de ningún tipo”
(Convenio para la supresión de los atentados contra la aviación civil, Montreal
1971, artículo 7) Bush
ni lo extradita ni lo juzga. Evita que se le juzgue. Protege a este asesino y a
Bosch el mismo Bush que no se ha cansado de repetir: “quien protege a un
terrorista es tan culpable como el terrorista mismo”. Cinco
cubanos -Gerardo Hernández, Ramón Labañino, Antonio Guerrero, Fernando González
y René González- pronto cumplirán ocho años de injusto encarcelamiento
precisamente por luchar contra el terrorismo anticubano en su propia guarida
miamense. Lo hicieron heroicamente, sin armas, sin causar daño alguno a nadie.
Su detención fue declarada arbitraria e ilegal por cinco expertos independientes
de Naciones Unidas en mayo de 2005. El
Tribunal de Apelaciones del Onceno Circuito judicial norteamericano el 9 de
agosto de 2005 revocó las condenas que les fueron impuestas anulando así la
farsa pseudolegal de la que fueron víctimas nada menos que en Miami. Los
declaró, en consecuencia, inocentes. Pero
siguen prisioneros en un sistema carcelario muy duro y con ellos particularmente
cruel, tanto que a Gerardo y a René les impide las visitas de sus
esposas. Desde
la acusación inicial hasta el final del proceso que siguió contra ellos el
gobierno de Estados Unidos reconoció sin vacilación alguna que su propósito era
amparar a los grupos terroristas de Miami. Lo proclamó sin ambages al solicitar
al tribunal que además de las sentencias más severas les impusiera condiciones
especiales para que, al recuperar la libertad, quedaran “incapacitados” y no
pudieran nunca más actuar en desmedro del terrorismo que Bush protege. Y la
Corte accedió. Léase, por ejemplo, el acta del Tribunal de Miami correspondiente
al 14 de diciembre de 2001, página 46: “Como una condicional adicional especial
para la libertad supervisada se le prohíbe al acusado acercarse a o visitar
lugares específicos donde se sabe que están o frecuentan individuos o grupos
tales como terroristas”. La
pandilla de Bush puede hacer todas estas cosas porque cuenta con la complicidad
de los grandes consorcios que controlan las comunicaciones y se dedican a
ocultar la verdad, a propagar la mentira y a tratar de engañar y
embrutecer. Nada
dicen de los planes agresivos del Imperio, nada de los crímenes de Bosch y
Posada Carriles, nada de la terrible injusticia contra cinco valerosos cubanos y
sus familias. Ahora especulan con la salud de Fidel y con el destino de
Cuba. Por
mucho que les duela, Fidel se recupera y lucha. No deja de luchar y con él su
pueblo. Lo seguirá haciendo, siempre. Hasta la
victoria. |
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