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Wikileaks: Venezuelan ambassador Freddy Balzan emails 2005-2008
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- Subject: Una charla con Raúl Castro
- From: Pedro Martínez Pírez <pmpirez@rhc.cu>
- Date: Fri, 16 Feb 2007 13:16:25 -0500
Contratapa
|
Viernes,
16 de Febrero de 2007 El Che y
Fidel
Por
Pablo Feldman La
luna brillaba sobre el mar y, desde la Fortaleza que interrumpe el Malecón, se
adivinaba el parpadeo de las luces de otra ciudad que nunca duerme. “Viene Raúl,
por los movimientos, seguro que viene”, comentó un funcionario de tercera línea,
entre asustado e ilusionado, ante la posibilidad de que Castro apareciera en
A la hora
señalada una muralla de negros enfundados en impecables guayaberas blancas
apareció abriendo paso. Y bajó Castro. No Fidel, Raúl. De saco claro y camisa
oscura, desde detrás de sus gafas saludó a Jorge Obeid, a José Nun, y alargó su
caminata hasta el final de la primera fila para darle un cálido abrazo a Hebe de
Bonafini. Terminado el acto, el gobernador de Santa Fe lo invitó a recorrer el
stand de la provincia, una instalación que reproduce la casa natal del Che en
Rosario. Allí se armó
“El Che trabajaba
de médico legista en México. De noche hacía investigaciones por el tema de
–Eso fue antes de
que el Che se conociera con Fidel... –interrumpe este
cronista. –Sí, sí... Yo lo
conocí dos meses antes, porque ya conocía un grupo de cubanos que habían estado
en Guatemala con él y Nico López. Fue él quien me dijo: ‘Busca a un argentino.
Le decimos Che’. Lo encontré enseguida. –¿Y dónde lo
encontró?, quiero decir, ¿en qué lugar físicamente? –volvió a interrumpir
Página/12. –En el Paramount
49, que era la casa de una cubana llamada María Antonia, que era la que nos
arropaba a todos allí. Tenía la dirección de él y fue allí que también lo
conoció Fidel. Era un departamentico un poco más grande que éste, con una
cocinita que cabían apenas dos de pie... –Y eso fue en el
año... –Cincuenta y
cinco... –dice alargando la “y” hasta que la memoria le trae la fecha
completa. De repente,
Bonasso recuerda un episodio acerca de una vaca que le habían comprado a un
campesino y que el Che se empecinó en asarla a la
estaca. “Fidel dijo que
había quedado deliciosa”, agrega Felipe, que se parece más a Fidel que su propio
hermano. “Pasa que, en las
memorias, Raúl había escrito que había quedado cruda”, agrega Bonasso antes de
que el canciller le espete: “Es que Fidel no quería dañar la imagen del
Che”. Pero el único que
había estado en aquel asadito había sido Raúl, quien naturalmente retoma el
relato. “Un pedazo quedó crudo, pero con el hambre que traíamos al Che se le
ocurre hacerla como en las pampas, con una cruz –a la estaca–. Yo me comí unas
vísceras que quedaban allí, pedacitos... pero comimos como dos días de esa vaca.
Ya al final le estaban saliendo unos gusanitos y teníamos que rasparlos para
poder seguir comiendo.” Bonasso recuerda
también que Fidel había refrendado firmemente la palabra de su hermano. “Si lo
dijo Raúl debe ser así. El lo escribió en ese momento y yo trato de recordarlo
de memoria”, dice que dijo. “Yo me acuerdo
hasta de la casa del campesino..., Piña se llamaba”, confirma Raúl, que cierra
el relato con una reivindicación del asador, que seguramente no recibió el
tradicional aplauso. “La experiencia fue muy buena porque después de eso jamás
le volvimos a dar una vaca al Che para que “Hace ya 50 años
de aquello... Caramba, el 18 de diciembre. Fidel estaba allí con dos hombres y
uno estaba desarmado. Fidel no, él nunca dejó el fusil, ni ahora”, se ríe Raúl,
presagiando la anécdota: “... como cuando tuvo el accidente del 2003. Lo primero
que hizo fue ver en la ambulancia si podía jalar del gatillo... Y no quiso que
le dieran anestesia”, dice alzando la voz entre las risas del improvisado
público. Enseguida retoma el relato histórico, el de hace medio
siglo. “Eso fue así: el
2 de diciembre desembarcamos; el 5 nos destruyen y el 18 nos encontramos Fidel y
yo. El 20 llegan Camilo (Cienfuegos) y el Che. Pasamos la Nochebuena allí y
después de ese campamento es que fue la vaquita aquella. Allí fue cuando Fidel
me da un abrazo y me pregunta: ‘¿Cuántos fusiles traes?’. Cinco, le digo yo. ‘Y
dos que traigo yo son siete... ¡ahora sí ganamos la guerra!’. Eso yo no quise
ponerlo en el diario, y se lo dije a él mucho tiempo después: ‘Yo creí que tú te
habías vuelto totalmente loco’.” Los jefes de la
custodia se comunican con sus radios. “Ya salimos”, se escucha decir a un joven
rubio y fornido con saco a cuadros. Le habla a Reynaldo, su par fuera de la
casa, un mestizo de chomba a rayas que se parece más a un barrabrava argentino
que a “Boogie, el aceitoso”. Raúl se acerca a
la puerta de salida, pero faltaba “La Historia”, “Raúl, cuéntales
antes de irnos cuando el Che preguntó: ‘¿Cuándo llegamos al barco?’, al montarse
al Gramma”, sugirió risueño el canciller. “Eso le pasó a
más de uno... Yo me enteré que ése era el barco y subí resignado. Por poco nos
quedamos en el estrecho del Yucatán, donde empezó a hacer agua y agua. Había que
caminar en punta de pies porque todos estaban borrachos del mareo. Había mal
tiempo, estaba prohibido salir. Había un cable atravesado. Cuando lo vimos,
cantamos el himno, apagamos el motor y con el impulso lo pasamos por arriba y
salimos. Ya un poco más afuera aquello era un revoltijo: el barco hacía agua, el
agua subía y subía. Sólo un grupito se enteró y con unos cubos sacaban el agua.
La bomba estaba rota, y Fidel medía con un cordelito, con una tirilla. Hizo un
cálculo y dijo: ‘Estamos a –“¿Cachumbambe?”
–se animó a preguntar este cronista... –El movimiento
del barco –contesta él–. Eso fue una aventura. Pero yo lo digo siempre, Fidel
nunca perdió a nada, cuando jugábamos a las canicas, a las bolitas, como dicen
ustedes, él tenía que ganar, por eso los americanos no nos han ganado. Es un
tipo fabuloso... Raúl salió de la
casa del Che para decirles a los periodistas que esperaban afuera que “Fidel
mejora día a día”. Se dio vuelta para despedirse de sus interlocutores de la
casa y lamentó que se hubiera hecho tarde. “No voy a poder ir a visitarlo,
cuando lo vea –concluyó– le diré que estuve en la casa del
Che.” |
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