SEGUNDA PARTE.
Froilán González y Adys
Cupull.
Durante la noche y la madruga
del día 9 de octubre de 1967, en la escuelita de paja y barro de La
Higuera, permanecieron como prisioneros de guerrra, el Comandante Ernesto
Che Guevara y el boliviano Simeón Cuba, Willy. Al
amanecer de ese 9 de octubre, entró al aula la
maestra Julia Cortés, quien influida por los militares,
tenía la intención de insultarlo y pedirle que saliera de
allí.
El
Che habló suavemente con ella; hubo un intercambio de preguntas y
respuestas, le rectificó una falta de ortografía y le habló de su
importante trabajo como educadora y formadora de los futuros hombres y
mujeres de Bolivia, de aquel hecho de la historia de América que
ocurría en su escuelita y de la cual ella era
testigo.
La
maestra se quedó sorprendida y convencida de que estaba en presencia de un
hombre totalmente diferente a como los militares le informaron. "Un hombre
cabal, íntegro y noble". Así lo dijo a los soldados y pobladores de
La
Higuera.
La maestra salió del aula
cuando un oficial, le pidió que se alejara, porque iba a
aterrizar un helicóptero. Eran las 6:30 de la mañana. Del aparato
descendieron el Coronel Joaquín Zenteno Anaya y el agente de la CIA de origen cubano Félix
Ismael Rodríguez Mendigutía, que se hacía llamar Félix
Ramos. Zenteno Anaya,
en compañía del agente, se dirigió a donde estaba el Che
y habló brevemente con él.
Poco
después Félix Rodríguez, en forma agresiva comenzó a insultar
al Comandante Guevara, e intentó maltratarlo con violencia. Militares que
presenciaron este encuentro, manifestaron que parecía que el Che conocía a
esta persona y sus antecedentes contrarrevolucionarios, porque respondió
con desprecio a sus insultos, lo trató de traidor y
mercenario.
A las ocho y media,
aproximadamente, Zenteno Anaya se trasladó al lugar donde se desarrolló el
combate del día anterior. El agente de la CIA instaló un equipo
completo de una pequeña planta de transmisión de gran alcance, para enviar un
mensaje cifrado a la
CIA; posteriormente, montó una máquina fotográfica sobre
una mesa al sol, para fotografiar el Diario del Che y otros
documentos.
En las primeras horas
de la mañana del 9, el dictador boliviano René Barrientos recibió una llamada
telefónica desde Washington. Era de su ministro de Relaciones Exteriores doctor
Walter Guevara Arce, quien participaba en una reunión de la OEA en la capital
norteamericana.
Sobre esta conversación el excanciller
expresó: “Cuando circuló la noticia de
que el Che cayó prisionero, llamé por teléfono a Barrientos y le dije: 'Me
parece vital que se conserve la vida del Che Guevara. Es necesario que en este
sentido no se cometa ningún error, porque si así fuera, vamos a levantar una
mala imagen que no la va a destruir nadie, en ninguna parte del mundo. En
cambio, si usted lo mantiene preso en La Paz, cierto tiempo, el que sea necesario, será más
conveniente, porque la gente se pierden cuando están en las cárceles, pasa el
tiempo y después se olvidan.'
“La respuesta fue inmediata, él me dijo: 'Lamento mucho doctor, su llamada ha
llegado tarde. El Che Guevara ha muerto en combate'. Esa fue la
respuesta.
“Lo sentí
profundamente, no solo por el hombre, sus características, las similitudes de
apellido, sino porque me pareció un error político muy serio y me sigue
pareciendo un error político muy serio, en el cual hubo muchas influencias
externas, para que se cometiera este error.
“Yo estuve algo más de
una semana en Washington y comencé a percibir una gran cantidad de hechos como
consecuencia de la muerte del Che. El Che cayó herido, fue tomado preso. Estuvo
toda la noche del día 8 de octubre. Vino la noticia a La Paz y más allá
también...
“En todo este absurdo se jugaron
fuerzas exteriores muy graves, para que darle más vuelta a la cuestión.”
Concluyó el doctor Guevara Arce.
Mientras en La Paz, en las primeras
horas de la mañana del día 9, llegó al Gran Cuartel de Miraflores
Alfredo Ovando, ya se encontraban en el lugar altos
oficiales, explicó que el Che se encontraba preso en
La
Higuera. Sucesivamente fueron
llegando el comandante de la fuerza Aérea y el de la Naval.
Cuando arribó el dictador Barrientos, sostuvo una
reunión privada con los generales Alfredo Ovando y Juan José
Torres.
Después entraron los demás
militares.
Barrientos,
con el deliberado propósito de comprometer a los miembros del Alto Mando militar
en la decisión, planteó el punto de la eliminación física del
Che. Lo expuso como
decisión, no para someterlo a discusión. Concluida la reunión se envió una
instrucción cifrada a Vallegrande y Ovando se dirigió hacia el
aeropuerto, donde en un avión TM‑14 partió hacia esa
ciudad. Con él
viajaron el contralmirante Horacio Ugarteche, los coroneles Fernando Sattori y
David La
Fuente, el teniente coronel Herberto Olmos Rimbaut, los
capitanes Oscar Pammo, Ángel Vargas y René Ocampo.
Alrededor de las 10 de la
mañana, en el humilde caserío de La Higuera, el agente de la CIA Félix
Rodríguez recibió un mensaje cifrado, en cuyo texto estaba el código
establecido para actuar contra la vida del Che.
El agente de la CIA, en compañía de Andrés
Sélich, se dirigió a donde se encontraba el Guerrillero Heroico. Estaba de
guardia el joven Eduardo Huerta Lorenzetti, el mismo que arropó al Che, le dio
un cigarro y conversó con él durante la madrugada.
El
agente de la CIA
le ordenó que se retirara del lugar y el joven oficial obedeció, pero observó
cuando Félix Rodríguez tratando de interrogarlo, lo zarandeó por los
hombros para que hablara, le haló bruscamente por la barba y le gritó que lo iba
a matar.
Huerta contó a sus
amigos que como tenía que proteger la vida del prisionero, trató de evitar
los malos tratos del agente de la CIA. En el forcejeo este se cayó y desde el suelo
le gritó enfurecido: “¡Me la pagarás bien pronto, boliviano de mierda, indio
salvaje, estúpido!”. Huerta intentó golpearlo pero
Sélich se interpuso.
Unos minutos
después, desde la zona de combate, trajeron el cadáver del guerrillero boliviano Aniceto Reinaga y prisionero al peruano Juan Pablo
Chang‑Navarro, el Chino. El agente de
la CIA empleó la
violencia para que el guerrillero hablara, lo que no
consiguió. En la revista española
Interviú, de 30 de septiembre de 1987, refieren cómo Rodríguez utilizó
una bayoneta contra el guerrillero peruano.
Aproximadamente a las
11 de la mañana regresó Zenteno Anaya acompañado de Miguel Ayoroa. El agente de
la
CIA trasmitió la decisión final de eliminar al Che, además
les aclaró que con gusto cumpliría la orden de dispararle. Poco después Ninfa Arteaga, la esposa del
telegrafista de La Higuera y en cuya casa acampaban los oficiales bolivianos,
junto con su hija, la maestra Élida Hidalgo, fueron hasta a la escuelita a
llevarles una sopa de maní al Che y a los otros dos
guerrilleros.
Ella narró: "Los militares primero me negaron que entrara; pero yo cociné para
todos, y les dije que para ellos y para los guerrilleros también era la comida.
Pero a mí, como todo el mundo en La Higuera me hace caso, yo dije: este señor
esta preso y tiene que comer y si no me dejan entrar para que el Che coma, no le
voy a dar comida a nadie, porque la comida es mía y yo misma la
cociné.
"Yo hice una sopa de maní. Los militares dijeron que yo entrara donde el
Che. Dije que me dejaran sola con él para que pudiera comer tranquilo. Le solté
las manos, las tenía amarradas. Él se interesó por saber si los demás
guerrilleros habían comido también. Yo le dije que habían
comido.
"El Che me miró tan tierno, con mirada de agradecimiento que yo nunca podré
olvidar como el Che me miró. Los militares no miraban así.- Ninfa llora -
Cuando yo tengo un problema grande, yo lo llamó a él, yo veo su mirada y el Che
me responde..."
Zenteno Anaya le pidió a
Félix Rodríguez, que se ocupara de ejecutar la orden de la eliminación
física del Che, que si deseaba podía hacerlo. El agente de
la
CIA decidió, en compañía de Andrés Sélich y Miguel Ayoroa,
buscar entre los soldados cuáles querían ofrecerse. Aceptaron Mario Terán,
Carlos Pérez Panoso y Bernardino Huanca, los tres entrenados por los asesores
norteamericanos y que en la madrugada borrachos, quieran asesinarlo.
En entrevistas
de prensa, Mario Terán declaró que cuando entró al aula ayudó al Che a
ponerse de pie; que estaba sentado en uno de los bancos rústicos de la escuela y
aunque sabía que iba a morir, se mantenía sereno. Terán afirmó que él se sintió
impresionado, no podía disparar porque sus manos le temblaban. Dijo que los ojos
del Che le brillaban intensamente; que lo vio grande, muy grande y que venía
hacia él; sintió miedo y se le nubló la vista, al mismo tiempo, escuchaba
como le gritaban: “¡Dispara cojudo, dispara!”
A
Terán le volvieron a dar bebidas alcohólicas; pero aún así no podía
disparar. Los oficiales Carlos Pérez
Panoso y Bernardino Huanca dispararon contra el guerrillero peruano Juan Pablo
Chang‑Navarro y el boliviano Willy Cuba.
Nuevamente los
oficiales bolivianos y el agente de la CIA compulsaron a Mario Terán para que disparara.
A los periodistas les contó que cerró los ojos y disparó, después hicieron
lo mismo el resto de los presentes. Ya habían pasado unos 10 minutos
aproximadamente de la una de la tarde del día 9 de octubre de
1967. El agente de la CIA disparó también
sobre el cuerpo del Che. Cometido el crimen Zenteno Anaya regresó a
Vallegrande.
Los aldeanos
aterrorizados por las acciones del ejército lentamente se acercaron temerosos,
mostraban desconcierto ante el increíble hecho del que fueron testigos. Para los
pobladores de La
Higuera, un caserío pacífico, religioso y supersticioso, no era
cristiano que se asesinaran a seres humanos y empezaron a murmurar con espanto
que un castigo de Dios vendría a La Higuera por culpa de los militares.
EL
PAPEL DE LA CIA
EN EL ASESINATO DEL CHE.
TERCERA PARTE.
Froilán
González y Adys Cupull.
Alrededor
de las 14 horas del 9 de octubre de 1967, aterrizó el helicóptero en
Vallegrande, del cual descendió Zenteno Anaya, lo estaban esperando los agentes
de la CIA de origen cubano,
Gustavo Villoldo Sampera, que se hacía llamar Eduardo González
y Julio Gabriel García, y los bolivianos Roberto Toto Quintanilla y
Arnaldo Saucedo Parada. Zenteno se dirigió hacia donde se encontraba Ovando con
el resto de la comitiva que había llegado de La Paz. Los agentes de la CIA recogieron los
documentos de los guerrilleros para efectuar un inventario.
El helicóptero regresó a La
Higuera para trasladar a los muertos, pero con órdenes expresas
de que el Che fuera el
último.
En el humilde
caserío de La
Higuera, testigo del asesinato del Comandante Ernesto Che
Guevara, del peruano Juan Pablo Chang Navarro y del boliviano Simeón
Cuba, los acontecimientos conmocionaron a los
pobladores. Algunos
soldados, arrastraron el cadáver antes de ponerlo en la camilla, para
trasladarlo hasta el sitio en que lo recogería el helicóptero llegado
desde Vallegrande.
Los vecinos de
La Higuera y
algunos militares reaccionaron indignados cuando un soldado con un palo trató de
golpear el cuerpo del Che, entonces cubrieron el cadáver con una frazada; el
sacerdote Roger Shiller rezó una oración y se dirigió a la escuelita‑,
lavó la sangre y guardó los casquillos de balas con que lo
asesinaron.
A las 4 de la tarde partió
el helicóptero piloteado por el mayor Jaime Niño de Guzmán, transportaba, en una
camilla de lona, el cuerpo del Guerrillero Heroico. Media hora más tarde aterrizaba en
Vallegrande. A través de
varios reportajes de los corresponsales de prensa, se conoce la repercusión
que provocó en Vallegrande la llegada del cadáver.
Daniel Rodríguez, corresponsal del periódico El Diario de la ciudad de
La Paz, escribió
que la noticia del arribo de los restos del Che Guevara conmovió a la población,
que en número crecido se trasladó hasta la pista y luego al hospital. La
multitud trató de arrebatar el cadáver, pero efectivos del ejército tuvieron que
esforzarse para evitar el asalto. El pueblo se volcó a la pista y estaba
decidido a no permitir el traslado del cuerpo para ninguna parte, los
militares desamarraron el cuerpo, sujeto a la plataforma externa del
helicóptero y rápidamente lo introdujeron en una ambulancia que a toda velocidad
lo condujo al hospital ”Señor de Malta”.
Christopher Rooper, corresponsal
de la agencia de noticias Reuter, desde Vallegrande trasmitió: “El cadáver fue retirado del
helicóptero e introducido en un furgón Chevrolet que, perseguido por ansiosos
periodistas que se habían trepado al primer jeep que encontraron a mano, se
dirigió hacia un pequeño local que hace las veces de morgue en esta localidad.
Se hicieron esfuerzos por impedir que espectadores y periodistas penetraran al
recinto. En la puja se destacó particularmente un individuo rollizo y calvo, de
unos 30 años, quien, aunque no llevaba insignia militar alguna sobre su uniforme
verde oliva, parecía haberse hecho cargo de la situación desde el momento que el
helicóptero aterrizó. Esta persona viajó, asimismo, con el cadáver, en el furgón
Chevrolet. Ninguno de los jefes
militares reveló el nombre de dicha persona, pero versiones locales aducen que
se trata de un exiliado cubano que trabaja para la Agencia Central de
Inteligencia de Estados Unidos (CIA)…”
El periodista inglés
Richard Gott, del periódico The Guardian
de Londres, en su información relató acerca de la presencia de
la CIA en esa
población, al manifestar que desde el momento en que el helicóptero aterrizó, la
operación fue dejada en manos de un hombre en traje de campaña, quien ‑y todos
los puntos convergen‑ era incuestionablemente uno de los representantes del
servicio de inteligencia de Estados Unidos y, probablemente, un cubano. Y
añadió:
“El helicóptero aterrizó a propósito lejos de donde se había reunido un grupo de
personas y el cuerpo del guerrillero muerto fue trasladado a un
camión....”
“Nosotros
comandábamos un jeep para seguirlos y el chofer se las arregló para atravesar
las verjas del hospital, donde el cadáver fue llevado a un cobertizo descolorido
que servía de morgue.
“Las puertas del
camión se abrieron de repente y el agente americano saltó, emitiendo un grito de
guerra: '¡Vamos a llevárnolos para el demonio o para el carajo, lejos de
aquí!'
“Uno de los
corresponsales le preguntó de dónde venía él. '¡De ninguna parte!', fue la
respuesta insolente.
“El cuerpo
vestido de verde olivo con un jacket de
zipper fue llevado al cobertizo. Era indudablemente el Che
Guevara.
“Soy quizás una de las pocas
gentes que lo ha visto vivo. Lo vi en Cuba en una recepción de la embajada en
1963, y no tengo duda de que era el cuerpo del Che Guevara.
“Tan pronto como el
cuerpo llegó a la morgue, los médicos comenzaron a inyectarle profilácticos. El
agente americano hacía esfuerzos desesperados para aguantar a las masas. Era un
hombre muy nervioso y miraba iracundo cada vez que una cámara era dirigida hacia
él. Él conocía que yo sabía lo que él era, y sabía también que yo creía que él
no debía estar allí, ya que esa es una guerra en la cual los Estados Unidos no
debían tomar parte.
“Sin embargo, estaba
aquí este hombre, que ha estado con las tropas en Vallegrande, hablando con los
oficiales de mayor graduación en términos familiares.”
El periodista Richard
Gott afirmó que el comandante Ernesto Che Guevara irá a la historia como la
figura más grande desde Bolívar, para luego añadir: “Él fue quizás la única
persona que tratase de encaminar las fuerzas radicales en todo el mundo en una
campaña concentrada contra Estados Unidos. Ahora está muerto pero es difícil
imaginar que sus ideas mueran con él.”
El agente de
la CIA Gustavo
Villoldo en compañía de Toto Quintanilla llevaron el
cadáver hasta la lavandería del hospital “Señor de Malta”, al depositarlo en el
piso, el agente demostrando su condición moral le dio una patada; después,
cuando lo subieron al lavadero, le golpeó el rostro. Por su parte, Toto
Quintanilla tomaba las huellas dactilares y ordenaba que fuera llamada una
enfermera.
Esa noche estaba de guardia Susana Osinaga, quien, con ayuda de Graciela
Rodríguez, lavandera del hospital, procedió a lavar el cuerpo del Guerrillero
Heroico.
Los
médicos José Martínez Caso y Moisés Abraham Baptista extendieron el certificado
de defunción. Por disposición de los militares, le suprimieron la hora del
fallecimiento. De igual manera obligaron a los médicos a realizar la autopsia y
a inyectarle formol, para esperar el arribo de un equipo de peritos
argentinos.
En el
hotel Santa Teresita de Vallegrande, los agentes de la CIA y los militares bolivianos
festejaron la muerte del Che. Félix Rodríguez abrió una botella de whisky
y brindó a los presentes.
Mientras en el caserío de La
Higuera, el sacerdote Roger Shiller convocó a los pobladores
para oficiar una misa por el Che Guevara y sus compañeros asesinados. Todos
asistieron llevando velas. El silencio fue absoluto y muy impresionante, nadie
entendió por qué fueron asesinados. El sacerdote pronunció las siguientes
palabras: “Este crimen nunca será perdonado. Los culpables serán castigados por
Dios.”