El
prestigioso periodista Carlos Villar acaba de publicar la segunda edición
de ‘Los sueños sin frontera del Che Guevara: biografía, muerte y
mito’. Reproducimos algunos extractos de su parte
final.
Ya Régis Debray había escrito
desde su prisión de Camiri, tan pronto como conoció la noticia de su
muerte: “El Che Guevara no es de los que mueren; ejemplo y guía, él es
propiamente inmortal, porque va a vivir en cada uno de los
revolucionarios. Un Che murió. Otros están por nacer, surgiendo de la
acción, otros están en acción o entrarán mañana mismo en escena, aquí y en
otros puntos del continente. En cuanto al Che que acaba de morir aquí, la
historia y los revolucionarios se encargarán de enjuiciar a los que llevan
la responsabilidad de su muerte, de cualquier lado que estén”.
En
cuanto se enteró de la muerte del Che y del cercenamiento de sus manos,
Julio Cortázar le ofreció sus propias manos, para que con ellas pudiera
seguir escribiendo. Se trata de un Mensaje al hermano, cuyo
texto es el siguiente:
“Ahora serán las palabras, las más inútiles
o las más elocuentes, las que brotan de las lágrimas o de la cólera; ahora
leeremos bellas imágenes sobre el fénix que renace de las cenizas, en
poemas y discursos se irá fijando para siempre la imagen del Che. También
estas que escribo son palabras, pero no las quiero así, no quiero ser yo
quien hable de él.
“Pido lo imposible, lo más inmerecido, lo que me
atreví a hacer una vez, cuando él vivía: pido que sea su voz la que se
asome aquí, que sea su mano la que escriba estas líneas. Sé que es absurdo
y que es imposible, y por eso mismo creo que él escribe esto conmigo,
porque nadie supo mejor hasta qué punto lo absurdo y lo imposible serán un
día la realidad de los hombres, el futuro por cuya conquista dio su joven,
su maravillosa vida. Usa entonces mi mano una vez más, hermano mío, de
nada les habrá valido cortarte los dedos, de nada les habrá valido matarte
y esconderte con sus torpes astucias. Toma, escribe: lo que me quede por
decir y por hacer lo diré y lo haré siempre contigo a mi lado. Solo así
tendrá sentido seguir viviendo”.
En sus Antimemorias,
tituladas Permiso para vivir, escritas en 1993,
Alfredo Bryce Echenique declaró
infinita admiración por el Che. Posiblemente es el mismo sentimiento que
yo he experimentado al terminar de reunir todos los documentos y datos que
me permitieron escribir este libro.
El 12 de octubre de 1967, dos
días después de anunciada oficialmente la muerte del Che por el gobierno
de Barrientos, los estudiantes de Cochabamba se reunieron en un acto para
proclamarlo “ciudadano y patriota” boliviano y guardaron un minuto de
silencio en su memoria.
Fidel Castro lo declaró Guerrillero Heroico
cuando admitió su muerte el 15 de octubre, una semana después de la acción
en la quebrada de El Churo. En un emocionado discurso ante una gigantesca
manifestación popular de cerca de un millón de personas en la Plaza de la
Revolución en La Habana, Fidel dijo: “Es lógico que todos los que llegamos
a albergar por él un entrañable cariño nos cueste más trabajo resignarnos
a verlo convertido en un precursor, en un ejemplo de cuya repercusión no
dudamos ha de ser muy grande, pero es lógico que todo ser humano siempre
se duela cuando un carácter, una inteligencia, una integridad como esa,
físicamente se destruya”.
Nicolás Guillén le compuso un poema
titulado Che Comandante, que termina con la siguiente estrofa: “¡Salud,
Guevara!/ o mejor todavía desde el hondón americano:/ ¡Espéranos!
Partiremos contigo. Queremos/ morir para vivir como tú has muerto,/ para
vivir como tú vives,/ Che Comandante,/ amigo”.
La imagen del Che,
en el póster severo y ceñudo que se hizo popular en todo el mundo, ha
inundado los rincones más remotos del planeta. En la Ciudad
Universitaria de Bogotá permanece todavía intacto, a
pesar del intento que han hecho varios gobiernos retardatarios para
borrarlo. [...] Todos estos son los epitafios del hombre que estuvo
30 años sin sepulcro, pero quizás el que más le hubiera conmovido hubiera
sido la oración fúnebre pronunciada una semana después de su muerte por un
sacerdote argentino, quien además era en ese momento peronista. Esa
homilía del padre Hernán Benítez dice, en parte:
“Los dos tercios
de la humanidad oprimida se han estremecido con su muerte. El otro tercio,
en lo secreto de su alma, no ignora que la historia del mundo, si
caminamos hacia un mundo mejor, le pertenece al Che por completo. Un día
nada lejano, el tercer mundo victorioso incluirá su nombre en el
martirologio de sus héroes. Y su faz tan hermosamente varonil
resplandecerá como un halo de profetismo bíblico.
“Pasar la vida en
la jungla hambreado, desnudo, con la cabeza a precio, enfrentado al
poderío del imperialismo, y, para colmo, enfermo de asma, exponiéndose a
morir de un ahogo si no lo segaban las balas él, que hubiera podido vivir
regaladamente, con plata, juegos, amigos, mujeres y vicios en cualquiera
de las grandes ciudades pecadoras. Esto es heroísmo, heroísmo de ley, por
arrevesadas que hubiera podido tener sus ideas. No reconocerlo sería, no
ya reaccionarismo sino estupidez.
“Es como Camilo Torres, que
murió abaleado luchando a favor de su causa. Porque sentía que su fe
católica y su sacerdocio le exigían dar ese testimonio. Paradojal
exigencia: dejó de ser sacerdote en lo formalístico, para ser sacerdote en
lo esencial, abrazando las exigencias todas de un sacerdocio vivido a lo
heroico. ¡Y cómo los entiendo, Dios mío, cómo los
entiendo!”.
*Periodista
colombiano |