24/6/2007
EL
EXLÍDER DE LA URSS
RESPONDE A LOS LECTORES
La
crisis iraquí desborda a EEUU
1.
• Bush pide a sus socios
que le ayuden, pero se niega a desarrollar una estrategia para la
retirada
MIJAIL
Gorbachov
Los
choques entre las tropas norteamericanas y los insurgentes en todo Irak, las
maniobras políticas en Estados Unidos sobre su presencia allí y las
repercusiones de esta presencia por todo el mundo no dejan ninguna duda de que
las esperanzas puestas por la Administración de Bush en
un gran cambio de opinión se han visto frustradas. El reciente aumento de tropas
norteamericanas no ha hecho más que aumentar las sombrías estadísticas de
víctimas militares, muertes civiles y devastación generalizada. El Congreso
norteamericano aprobó con reparos los fondos para una presencia continuada de
las tropas sin exigir una fecha de retirada. Pero a pesar de reivindicaciones de
victoria, hay informes en los medios que indican que el equipo de
Bush
entiende que sus políticas actuales en Irak han cubierto un ciclo.
SEGÚN
PARECE, la Administración está barajando una reducción de tropas en Irak del 50%
el próximo año, así como un cambio en su cometido, para pasar de misiones de
combate a las de apoyo y formación. Existe un renovado interés en las
recomendaciones del
Grupo de Estudios sobre Irak Baker-Hamilton,
que hace solo unos meses fueron desoídas completamente. La Administración ha
iniciado, además, consultas con los vecinos de Irak: Irán y Siria. O sea, que
incluso aquellos que gustan de persistir en sus errores y falsas ilusiones se
están viendo forzados a resistir o, por lo menos, a reestructurar sus
políticas.
Pero
¿estamos ante un auténtico cambio hacia mejor? ¿Se intuye alguna luz al final
del túnel? No. La clave para comprender la situación --tal y como aparece hoy y
como apareció hace uno, dos o tres años, o como apareció, en fin, desde el
primer día de la invasión-- es sencilla: Irak está ocupado por las fuerzas
norteamericanas. Este hecho no ha sufrido alteración ni con la creación de un
Parlamento en Irak, ni con la elección de un nuevo Gobierno, ni con el
establecimiento de una relativa calma en algunas partes del país. Hay millones
de iraquís que entienden la ocupación como una humillación nacional. Esto
alimenta conflictos sectarios, guerra civil y una inestabilidad
continuada.
El
presidente Bush
culpa a los terroristas (quienes, por cierto, no tenían entrada en Irak antes de
la invasión) y urge a los vecinos de Irak y a la comunidad internacional a
cooperar en la estabilización del país. De hecho, la mayor parte de socios
internacionales de Estados Unidos --no solo los miembros de la llamada
"coalición de los dispuestos", sino también aquellos que condenaron la
invasión-- están decididos a cooperar. En la conferencia celebrada recientemente
en Sharm el Sheij (Egipto), se acordó condonar la deuda iraquí, que ascendía a
30.000 millones de dólares. Una decisión apoyada por China, Arabia Saudí, España
y algunos países más. Rusia ya accedió a condonar gran parte de la deuda de Irak
hace más tiempo. Por lo tanto, no hay motivo para acusar a los miembros de la
comunidad mundial de no comprender la importancia de un Irak estable. La
Administración del presidente Bush,
sin embargo, parece utilizar esta actitud aparentemente constructiva para
finalidades de autoservicio. Mientras pide a sus socios que ayuden a Irak, se
niega a llevar a cabo la única cosa que realmente ayudaría a ese país:
desarrollar una estrategia para la retirada.
Los
norteamericanos añadirán cada vez más presión a su Gobierno para hacer
exactamente esto. Mantener un cierto número de tropas norteamericanas en Irak
por un periodo razonable sería bien visto por la mayoría de iraquís, así como
por la comunidad internacional. Pero solo si se reconoce que la ocupación ha
terminado. Un reconocimiento de este tipo solo puede ser alcanzado si la
normalización de Irak se convierte en una auténtica iniciativa internacional,
con Estados Unidos dispuesto a ceder algunos aspectos de esta tarea que
considera esenciales.
LA RETIRADA norteamericana de Irak es inevitable.
Pero ¿no sería mejor retirarse cuando los grandes actores, dentro y fuera de
Irak, se pongan de acuerdo en los temas clave? Temas que no incluyen solamente
cómo retirarse sin causar demasiado dolor, sino también cómo irse para acercarse
a una reconciliación nacional y cómo asegurar la paz y la seguridad de
la
región.
De entrada, y para conseguir un poco de orden, puede
que a lo mejor sea necesario sustituir a las tropas norteamericanas con soldados
de otros países cuya presencia no cause resentimiento en la mayoría de iraquís.
Unas tropas que deberían recibir la aprobación del Consejo de Seguridad de las
Naciones Unidas. La ayuda de la comunidad internacional podría ser también
necesaria para contribuir al avance del proceso político en Irak, que
actualmente se encuentra encallado hasta el punto de entrañar un riesgo real de
desmembración del país. Nadie debería temer la internacionalización de la
solución de los problemas iraquís. Hacerlo beneficiará, en última instancia, a
todas las partes.
En
1985, se necesitó un cambio de liderazgo en la Unión Soviética para
reconocer el error de enmarañar a la URSS en el conflicto afgano. Ese nuevo
liderazgo soviético --con mi persona como presidente-- se fijó la meta de
retirarse de Afganistán mientras urgía a otros países a que ayudaran en asegurar
la paz y la estabilidad.
Desgraciadamente, el Gobierno norteamericano optó por olvidar
sus promesas, como ya había hecho en otras ocasiones. En vez de cooperar con
todas las fuerzas afganas responsables, incluyendo al presidente
Mohamed
Najibulá,
Estados Unidos favoreció a los representantes de ciertos elementos en Pakistán.
Habíamos avisado a nuestros socios norteamericanos de los peligros a largo plazo
de jugar a este juego, pero parecieron desconocer las consecuencias. Finalmente,
cuando Rusia se retiró de los asuntos afganos, el camino hacia el extremismo
quedó abierto de par en par. El culatazo a esas decisiones tan aciagas
llegó la mañana del 11 de septiembre del 2001 con los atentados en Nueva York y
en Washington.
Algunos
argumentarían en contra diciendo que las analogías históricas, ya sea con la
guerra de Vietnam o con las crisis de Afganistán, solo son aplicables en parte.
Es cierto que cada conflicto tiene sus características únicas, pero muchas de
las lecciones son idénticas. Hay que pensar larga y concienzudamente antes de
intentar arreglar cualquier problema militarmente. Decir que todos los demás
medios pacíficos se han agotado, a menudo no tiene base: siempre hay una
alternativa al alcance de la
mano. Pero si una gran potencia comete el error de
comprometerse en un conflicto armado, no debería empeorar las cosas y rehusar de
forma arrogante hacer caso a los avisos de que las consecuencias de su
intervención pueden ser duras.
Finalmente, y muy importante: hay que entender
desde un principio que al final deberá haber una solución política para estos
conflictos. Búsquese, pues, honestamente, pensando no solo en el interés propio,
y enfóquese con años por delante, no solo
meses.