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  • To: "potero" <potero@rhc.cu>
  • Subject: En acecho, por Manuel E. Yepe
  • From: Pedro Martínez Pírez <pmpirez@rhc.cu>
  • Date: Sun, 5 Aug 2007 20:23:56 -0400

Title: YEPE: EL ENEMIGO DE LA PAZ EN LATINOAMÉRICA Y EL CARIBE
 

 

EN ACECHO

 

Por Manuel E. Yepe*

 

Muchos en el mundo se preguntan por qué la élite del poder estadounidense bajo control neoconservador, que de manera tan irreflexiva y violenta ha decretado agresiones, ocupaciones y guerras encaminadas a garantizarse la dominación global, ha soportado de alguna manera, en Latinoamérica, el giro de los acontecimientos en su contra durante los años más recientes.

La cadena de intervenciones y agresiones de Estados Unidos contra América Latina y el Caribe comenzó en 1822 cuando afirmaron que la región era su esfera de influencia. Siguió la promulgación en 1823 de la Doctrina Monroe, según la cual  las naciones que emergían a la independencia en Hispanoamérica serían territorio vedado a los apetitos imperiales europeos y, por extensión, espacio natural de influencia estadounidense.

Vino luego la enunciación del principio del Destino Manifiesto, con la guerra de 1848 contra México, el despojo de California y Nuevo México.

En 1898, so pretexto de la voladura del acorazado estadounidense Maine en puerto habanero -acción considerada una autoagresión por muchos historiadores-,  Estados Unidos entró en guerra contra el debilitado imperio español para conquistar sus territorios coloniales remanentes de Filipinas, Puerto Rico y Cuba.

En el curso de las siguientes tres décadas, Estados Unidos invadió treinta y cuatro veces a los países de la cuenca del Caribe y ocupó a México, Honduras, Guatemala, Costa Rica, Haití, Cuba, Nicaragua, Panamá y República Dominicana. Solo la fuerte competencia británica, de sólida presencia comercial, financiera y de infraestructura, impidió a Washington extender su penetración imperial a América del Sur de la manera que lo hizo algo más al norte en el subcontinente.

Afectada la nación por una profunda depresión económica, debilitada por la campaña contra Sandino en Nicaragua y en medio de un fuerte movimiento nacionalista latinoamericano estimulado por la Revolución Mexicana, llegó a la presidencia -en los inicios de la década de los años treinta- Franklin Delano Roosevelt quien proclamó la “política del buen vecino”. Retiró las fuerzas de ocupación del Caribe y anunció una estrategia de no intervención en Latinoamérica.

Al concluir la II Guerra Mundial –de la que Estados Unidos emergió como el máximo beneficiario frente a la devastación en que quedaron sumidos el resto de los vencedores y los vencidos- se inició la Guerra Fría, que conformó un mundo bipolar con América Latina como retaguardia de Estados Unidos.

Vino a continuación un largo período en el que América Latina se debatió entre la obediencia y la rebeldía reprimida con invasiones directas o encubiertas contra Guatemala (1954, 1966-67), Cuba (1961, 1962), República Dominicana (1965-66), Panamá (1958, 1964, 1989), Chile (1973), El Salvador (1981-.92), Granada (1983-84), Honduras (1984), Bolivia (1986), Nicaragua (1981-90) y Haití (1994). Con la singular excepción de la revolución cubana que se mantuvo en el poder -aunque sometida a un intenso y extenso bloqueo económico y comercial aún hoy vigente-, el resto de las intervenciones lograron sus propósitos de devolver al redil a los pueblos rebeldes.

Luego vendría una guerra secreta contra el independentismo que plagó a  la región de algunos de los crímenes y abusos más horripilantes de la historia universal y dejó, en casi todos los países al Sur del Río Grande una secuela de decenas de millares de horribles asesinatos, torturas, desapariciones de personas y otros crímenes ejecutados por intermedio de las fuerzas militares de los propios países, entrenadas y orientadas por los asesores estadounidenses. La Operación Cóndor fue el más vasto operativo de las dictaduras latinoamericanas en los años setenta -diseñado como un plan de inteligencia y coordinación entre los servicios de seguridad de los regímenes militares en Argentina, Chile, Brasil, Paraguay, Uruguay y Bolivia e impulsado por la CIA-, que se constituiría en una organización clandestina internacional para la práctica del terrorismo de Estado contra los movimientos populares de toda Latinoamérica.

Al concluir la Guerra Fría, el Consenso de Washington decretó el reemplazo de la dominación autoritaria por la hegemonía económica, objetivo que planteó, dentro de la superpotencia, la confrontación entre una corriente que pretende lograr la imposición mediante sutilezas en el terreno económico y otra que exige el ejercicio del poder imperial sin equívocos ni consentimientos.

En función de esta última corriente actúa la Administración estadounidense de George W. Bush, que tuvo en los actos terroristas del 11 de septiembre de 2001 un estímulo y la posibilidad de  fundamentar con ellos la necesidad de su “guerra contra el terrorismo”. Haya sido una agresión real o un acontecimiento auto infringido, es evidente que fue este horrible crimen lo que inyectó posibilidades a ese gobierno -que había llegado a la Casa Blanca en virtud de un fraude comicial y tenía el más bajo nivel de aceptación de que haya dispuesto un presidente recién electo-, para lanzarse a la conquista de la supremacía global absoluta de la manera maquinal en que lo hizo.

Un año antes del ataque a las torres gemelas, en septiembre de 2000, se había redactado por el tanque pensante neoconservador nombrado Proyecto para el Nuevo Siglo Americano (PNAC, por sus siglas en inglés) el plan para el logro de una Pax americana global en un documento titulado Reconstruyendo las Defensas Americanas, que expone los objetivos geopolíticos estratégicos de los Estados Unidos para los que la “guerra contra el terrorismo” serviría de fachada.

Los ataques contra Afganistán e Irak aparecían en los planes estadounidenses antes de los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 como premisas para el control de las fuentes de petróleo que propiciarían el logro mediante la fuerza de la hegemonía mundial.

El sonado fracaso de la política belicista en el Medio Oriente ha servido para resguardar a la América Latina y el Caribe del desempeño de un papel prioritario en los planes imperialistas inmediatos. Nadie duda que, de haberse visto coronadas por el éxito las agresiones y ocupaciones contra Afganistán e Irak, los círculos de poder en los Estados Unidos, siempre al acecho, habrían contemplado una dinámica diferente en sus relaciones con esta región para impedir su presente giro y, quizás, mucha sangre de latinoamericanos estaría hoy corriendo abundante, como la de tantos ciudadanos de aquellas dos naciones asiáticas que hoy cuentan por centenares de miles a los héroes y mártires de su actual lucha contra el invasor, por la independencia.

 

*Manuel E. Yepe Menéndez es  periodista, abogado, economista y politólogo. Se desempeña como Profesor en el Instituto Superior de Relaciones Internacionales de La Habana.

 

Agosto de 2007

 

 

 

 


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