Lunes, 3 de
julio de 2006
Opinión
Desde el corazón
del imperio
En Estados Unidos el sistema
facilita la acumulación de bienes y comodidades materiales, pero dificulta el
acceso a la salud, la educación y los servicios básicos
La semana pasada tuvimos la oportunidad de visitar la
capital de los Estados Unidos, el propio corazón del imperio, Washington DC. La
visita fue de tipo institucional por nuestras responsabilidades al frente de
la Fundación
Gran Mariscal de Ayacucho, organizada en conjunto con la
Embajada de Venezuela en esa ciudad. Pero más allá de narrarles los
acercamientos académicos con los pensadores críticos de ese país, quisiéramos
hacer otro tipo de reflexiones. La primera impresión que recibimos al llegar es
la extrema comodidad, tal vez ostentosidad, en la que viven y se desarrollan los
estadounidenses de esa región. Las viviendas y vehículos impresionan por su
tamaño, calidad y precio. Ese sistema se caracteriza por facilitar el acceso a
todo lo material. Washington nos pareció un gran centro comercial de hermosa
arquitectura, con grandes ofertas. Por un momento llegamos a creer que el “sueño
norteamericano” en realidad existe. Sin embargo, cuando se va ahondando en el
análisis del sistema capitalista estadounidense, uno se encuentra con realidades
contundentes. Pareciera que más que formar ciudadanos, en esa sociedad se
formaran consumidores convulsivos, cuya única distracción sea ir de compras y
cuyo objetivo primordial sea acumular bienes y capital de las más costosas
marcas. Y, si bien lo material es accesible, por su abundancia, precios y
facilidades de pago, los servicios básicos son extremadamente costosos. El
acceso a la salud es impagable si no se cuenta con un buen seguro, que a su vez
ya es costoso. La electricidad, la gasolina, la calefacción, el agua son
servicios muy caros que tranquilamente pueden arrasar con el salario de un
trabajador promedio en ese país. La educación universitaria es prácticamente
inaccesible por los costos. Así pues, observamos como el sistema facilita la
acumulación de bienes y comodidades materiales, pero dificulta el acceso a la
salud, la educación y los servicios básicos.
A todas
luces es evidente que el alto nivel de vida en lo material que lleva el
estadounidense regular, subsiste sobre la base de la explotación de las materias
primas y la mano de obra barata de los países del sur, produciendo daños
ambientales irreparables y afectando la soberanía de estos pueblos. Es decir,
sin estas materias primas y esa mano de obra barata e injustamente utilizada por
las trasnacionales, la mayoría de los estadounidenses no podría mantener las
comodidades materiales que hoy disfruta. En otras palabras, su bienestar
material es directamente proporcional a la miseria material de nuestros países,
dado el deterioro de los términos de intercambio y la explotación capitalista
que genera en sus relaciones de dominación con el resto del mundo.
Otra lección aprehendida es la heterogeneidad
de ese país. Las élites de nuestros países suelen querer replicar ese sistema de
comodidad material en nuestras sociedades. Crean así un arquetipo de sociedad,
que vendría a ser el estadounidense, con sus correspondientes valores
materialistas y pretenden imponerlo en el sur. Se trata pues de una gran
generalización y de una idealización alienante. Estados Unidos es un país donde,
si bien hay una mayoría de ciudadanos con las necesidades materiales cubiertas,
también existen miseria, discriminación, minorías segregadas y brechas sociales.
Hay sectores conservadores y progresistas. Hay ambientalistas y desarrollistas.
Por otra parte, bajo el principio de la lucha anti imperialista, siempre
pertinente y justa, solemos generalizar y englobar al pueblo de los Estados
Unidos como adversario, cuando en realidad nos referimos a sus élites
gobernantes, que responden a los intereses del verdadero imperio que es el poder
de las transnacionales empresariales. El pueblo de los Estados Unidos sufre en
primera generación los efectos nocivos y enajenantes que la élite económica les
impone. La dictadura de lo comercial, la tiranía de las transnacionales al
imponer valores, modas, metas y objetivos de vida; el cerco mediático absoluto
que sufren los ciudadanos de EEUU. Ese pueblo se merece, más que desprecio o
rechazo, una mano extendida que les ayude a percatarse de su realidad y a
transformar su sociedad desde las bases. Se trata de un país donde el oligopolio
de las transnacionales de los medios de comunicación les impone un estilo de
vida y les oculta la verdad.
No obstante, buena parte de los estadounidenses se oponen al
consumismo, a la guerra, al pensamiento único, luchando sin cesar allí mismo en
las entrañas del imperio. La visión que debemos tener entonces de los Estados
Unidos, debe saber diferenciar entre la minoría gobernante y poderosa y un
pueblo que es víctima de ese poder y su versión de la realidad. Se trata de
un inmenso país, heterogéneo y de difícil generalización.
Incluso dentro del Congreso Federal de los Estados Unidos se puede
matizar entre los representantes del partido demócrata, encontrando así
dirigentes con ideas de progreso, que respetan la soberanía de los pueblos y que
proponen que Washington cese en su política imperialista y en ese modelo
consumista de sociedad. Más allá de ellos, en las bases, en los barrios y las
urbanizaciones de ese país están los verdaderos líderes de los movimientos
sociales, los verdaderos representantes que ese pueblo, que no tienen acceso a
representarlo en sus instituciones por lo exclusivo de un sistema bipartidista
fundamentado en la acumulación del capital pata tener acceso al poder político.
La colaboración que el Gobierno Bolivariano le brinda a sectores desposeídos a
través de la distribución con descuento del aceite de calefacción, es un ejemplo
de cómo podemos relacionarnos de manera positiva con el verdadero pueblo de los
Estados Unidos. Precisamente por eso hicimos la visita, para fortalecer los
lazos académicos y estudiantiles, para acercar a nuestros pueblos, más allá de
las diferencias políticas, más allá de la élite gobernante de Washington.
Jorge Arreaza