LA PRISA Y LA IMPACIENCIA, por Jorge Gómez Barata

[Pedro Martínez Pírez <pmpirez@rhc.cu>]

Title: En términos de clases, los actores más relevantes del proceso político latinoamericano son: el imperialismo norteamericano, la

LA PRISA Y LA IMPACIENCIA

 

                                                                    Jorge Gómez Barata

 

El exclusivismo político latinoamericano, no es un lujo sino una aberración. En ninguna parte del mundo, en ninguna época, la política y el progreso social y económico estuvieron tan divorciados. Las heroicas guerras por la independencia condujeron a resultados lamentables.

El carácter esencialmente depredador de la ocupación ibérica, convirtió a las tierras y a las gentes en un botín. La política colonial llevó el saqueo y la explotación a tales extremos, que incluyó no sólo a los indios, a los negros y a las clases bajas entre los indianos, sino también a los criollos acaudalados.

En lugar de convertir a aquellas elites en pilares de un sistema coherente, las abusivas prácticas comerciales y tributarias, las prohibiciones y la exclusión de todo protagonismo político, gestaron las insolubles contradicciones entre metrópolis y colonias.

Aquella política dictada por la codicia, empujó a las guerras por la independencia que, gracias a esa misma miopía, en lugar de eventos políticos  enriquecedores, fueron guerras increíblemente largas, ruinosas, consumidoras de enormes recursos humanos y materiales, en las que se sacrificaron inútilmente varias generaciones de magníficos líderes.

Desde las primeras juntas autonomistas hasta la intervención norteamericana en Cuba en 1898, transcurrieron casi 100 años de incesante batallar. En todas partes el poder pasó de las autoridades coloniales a oligarquías nativas, del colonialismo al neo colonialismo y de los combates contra tropas extranjeras a las estériles pugnas internas.

Los patriotas que España no pudo matar en el campo de batallas o en las prisiones, los mató la represión de la oligarquía republicana y la humillación por haber arado en el mar.

Fueron dos siglos perdidos para el desarrollo en el que además, se generaron vicios que sobreviven todavía. En lugar de las instituciones civiles y las prácticas políticas propias de la modernidad, prosperaron el autoritarismo y el caudillismo. Los dictadores, convertidos también en millonarios fueron elevados al rango de deidades y las instituciones castrenses ocuparon el lugar de los partidos políticos.

Cuando en Europa, en medio de la revolución tecnológica y del capitalismo salvaje del siglo XIX, entre hombres de la talla de Prohudon. Lassalle, Carlos Marx, Plejanov, Kauski, Bakunin, León XIII y otros, tenía lugar el más importante debate político de todos los tiempos, como resultado del cual se crearía la Asociación Internacional de Trabajadores y se fundarían los partidos marxista y socialdemócratas, en América todavía se luchaba contra la esclavitud y por la independencia.

En el proceso político Iberoamericano existen fallas de origen. Las oligarquías latinoamericanas no son clases sociales ni entes nacionales, sino camarillas resultantes de procesos históricos anómalos.

Esas claques, divorciadas de los destinos de sus respectivos países, sustentadas por los latifundistas, el clero, el ejercito y otras fuerzas sociales retrogradas, se apoderaron del poder para ejercerlo en su exclusivo beneficio, auspiciando los modelos republicanos, apropiados a sus fines igualmente depredadores, basados en la economía agroexportadora, en la entrega de los recursos naturales al capital extranjero y en la subordinación política a los centros imperiales.

Ese maridaje que desnacionalizó a las elites políticas nativas es la razón por la que actualmente, las fuerzas progresistas y los movimientos populares enfrentan no sólo a los caciques políticos locales, sino también a la jerarquía eclesiástica, al ejército, al poder mediático y a las asociaciones de hacendados, industriales y comerciantes, respaldadas por los Estados Unidos. La alianza es brutal.

Ninguno ejemplo más actual ni elocuente que el de la Venezuela Bolivariana que, como antes ocurrió en Cuba, para avanzar, salir del atraso y de la humillante e injustificada pobreza, tiene que comenzar por liberar al  país del yugo extranjero, exactamente lo mismo que infructuosamente intentó hacer Simón Bolívar.

Para cumplir un programa que intenta alcanzar la independencia nacional, hacer progresar el país, poner fin a la exclusión, distribuir con equidad la riqueza social, alfabetizar y curar a las gentes, crear empleos y fomentar un Estado de Derecho, metas que Europa cumplió hace más de 100 años, el pueblo venezolano y su vanguardia enfrentan la ira de la oligarquía nativa, la abierta hostilidad de los Estados Unidos, el clero, las empresas trasnacionales, el poder mediático local y mundial, los clientes imperiales de la región e incluso a la Unión Europea.

Cierta vez, al responder a los reproches por su prisa y su impaciencia, el presidente Chávez fue lapidario: “Es verdad ─dijo─ estoy apurado, llevamos doscientos años de atraso”