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  • To: "Equipo Colombia, Venezuela, Ecuador" <colvecu@cc.cu>
  • Subject: ELECCIONES EN COLOMBIA, por Jorge Gómez Barata
  • From: Pedro Martínez Pírez <pmpirez@rhc.cu>
  • Date: Wed, 31 May 2006 19:30:29 -0400

Title: COLOMBIA

ELECCIONES EN COLOMBIA:

                                                  PERDIÒ LA OLIGARQUIA

  

 

                                                                             Jorge Gómez Barata

 

Colombia no es América Latina, sino el espejo que le devuelve su imagen: el  reino de la arbitrariedad política; una zona por donde la realidad pasó de largo y lo dejó todo a la imaginación, el único lugar donde en un pueblo llamado Aracataca pudo nacer alguien que gana un Nóbel contando aquello que la historia descartó.

El país de América Latina donde mejor funcionó la alternancia electoral, donde más elecciones y constituciones y menos dictaduras hubo, no es exactamente un foro político, sino el santuario donde la oligarquía nativa se ha preservado al margen del tiempo y de la razón y donde, liberales y conservadores construyeron el modelo político latinoamericano mejor logrado: la falocracia.

El esquema de liberales y conservadores se mantuvo vigente en Colombia hasta el pasado domingo, no porque los partidos tradicionales hayan sido desplazados, sino porque aquello que en Colombia llaman izquierda, nominalmente, ascendió los peldaños que necesitaba para convertirse en la segunda fuerza política y romper el círculo vicioso de la alternancia en un país que sabe mucho más de guerrillas, sublevaciones y matanzas que de urnas. 

La modernidad política, impulsada en la Europa de mediados del siglo XIX por  líderes que partiendo de la crítica al capitalismo salvaje, fundaron los partidos socialdemócratas y marxistas, esquema que León XIII, políticamente el más sabios de todos los papas, enriqueció al auspiciar las organizaciones socialcristianas y los norteamericanos completaron cuando en 1850 crearon el Partido Republicano que adquirió masividad porque, desde la oposición a la esclavitud, llevó a la presidencia a Abrahan Lincoln.

Ese esquema no fue sin embargo adoptado en América Latina porque cuando en Europa los obreros y sus líderes discutían sobre democracia, marxismo y plusvalía, en América Latina se luchaba por la independencia y contra la esclavitud por medio de sangrientas, prolongadas y ruinosas guerras que lejos de contribuir al desarrollo del pensamiento y la práctica política, lo obstaculizaron.

En nuestro escenario histórico, los ejércitos ocuparon el lugar de los partidos y la fuerza los espacios reservados al debate. La violencia devino deformación estructural que, en ninguna parte ocupó una zona tan amplia de la realidad como en Colombia donde jamás hubo paz porque allí la oligarquía nunca se entrenó para desplegar una práctica genuinamente política.

En 150 años hubo en Colombia: seis guerras civiles, juntas de gobierno, revueltas palaciegas y matanzas de campesinos, algún dictador y un Bogotazo, la más grande y sangrienta sublevación popular latinoamericana, provocada por el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, un caudillo liberal cuya muerte desactivó por otros 50 años los esfuerzos para impulsar la modernidad política.

Para hacer más surrealista la coyuntura, a luz del incendio de Bogotá, se fundó la OEA, una institución más colombiana que latinoamericana, en un escenario donde, como para que nadie faltara, estaban presentes: George Marshall, Fidel Castro, Alfredo Guevara y Vernon Walter.

De tanto ser excluidas, las masas latinoamericanas se habituaron a no participar, creando ellas mismas la más importante forma de expresión política iberoamericana: el abstencionismo que acaba de enseñar su fuerza en Colombia donde, en honor a la verdad, nadie se preocupa porque la oligarquía también es pragmática y sabe que el consenso se forma mejor entre menos.

Colombia es uno de los lugares del planeta donde más se apela al dialogo político interno y donde menos se ejercita, entre otras cosas porque el accionar político nacional, es siempre mediatizado por la presencia de intereses foráneos. De no haber estado asociado a los manejos y los compromisos con Estados Unidos, el triunfo de Uribe hubiera podido ser el eslabón que siempre ha faltado para que la política le de a Colombia una oportunidad.

No existe ninguna razón para que los colombianos no terminen de una vez con los anacronismos que significan las formas de lucha superadas, la vergüenza de los paramilitares y los escuadrones de la muerte, los secuestros, los narcotraficantes y los sicarios, las deportaciones y los estados de sitio y todas las piezas de anticuario político que adornan ese refugio de la ortodoxia oligárquica latinoamericana.

Dígase lo que se diga, el pueblo colombiano, en su antológica generosidad, ha vuelto a creer y al elegir a Uribe, le ofrece una oportunidad a la clase política local, sino para reivindicarse, al menos dar un paso en esa dirección.

 

 

 


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