No es costumbre mía hablar
en público. Siento que se me enredan las palabras y termino negando lo que
afirmé al principio.
Me demoro tanto en
convencerme de las cosas que después resultan relativas. Es el misterioso
enigma del espacio y el tiempo. Pero al cabo de tantos años uno tiene, eso
sí, algunas cosas fundamentales que lo sostienen y lo mantienen
vivo.
Sé que el premio se otorga a
quienes desde el país han contribuido y contribuyen al desarrollo y
enriquecimiento de las artes plásticas y la cultura en sentido general, a
quines han brindado todo lo posible para una propuesta interesante o al
menos sincera de su obra, es un reconocimiento de una vida y al
trabajo.
Quiero agradecer a quienes
han confiado en mí hasta ahora.
A esos buenos amigos, cuya
lista sería enorme y siempre resultaría
incompleta.
A mis hijos, quienes me han
seguido tal vez arrastrados por la inevitable genética y que nunca me
han dejado salir de la infancia.
Al amor, que más de una vez
me sorprendió e hizo, y hace, posible que florezca el pasto seco que uno
lleva dentro.
Al jurado, cuyo difícil
trabajo para escoger a un artista y premiarlo debe haber sido
contradictorio; más, cuando muchos de ellos tienen los mismos méritos como
creadores. Terrible y dura tarea.
A la crítica, que me ha
tratado con ternura.
A quienes organizaron paso a
paso este momento.
Y agradecer, sobremanera, a
un proceso social que desde pequeño me enseñó la dulce y angustiosa
condición de la independencia.
De las paredes de este Museo
(de Bellas Artes) cuelga la historia de la plástica cubana. Somos un país
con características muy especiales. Me preguntaba, en mis momentos de
divagación, si en el futuro el Premio Nacional de las Artes Plásticas
pudiera tener un alcance tan amplio como la historia misma que atesora
este museo.
Hay muchos artistas cubanos
de idiosincrasia y pensamiento, de raíz y comportamiento, que no han
dejado de crear con la calidad y el amor de siempre, pero que no viven
codo a codo con nosotros y que por razones diversas un día decidieron
partir, pero engrandecen desde donde estén nuestra pintura nacional. Dos
historias, pienso, no pueden ir por caminos
diferentes.
Sé que Abel me
volverá a decir irreverente, tal vez sea un mal de origen, tal vez la
irreverencia mayor es haber dejado la concretera dentro del teatro, tal
vez la primera acción plástica de los pinareños.
Muchas
Gracias.
Palabras
de agradecimiento en la entrega del Premio Nacional de las Artes
Plásticas. Museo Nacional de Bellas Artes. Edificio de Arte Cubano. Ciudad
de La Habana, 23 de noviembre de
2006. |