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- Subject: LIBERALISMO SELECTIVO, por Manuel E. Yepe
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- Date: Fri, 23 Mar 2007 16:10:16 -0500
LIBERALISMO
SELECTIVO Por
Manuel E. Yepe* Una de las más
crueles contradicciones en el discurso neoliberal sobre globalización económica
es la que se refiere al tema de las migraciones internacionales.
La ideología
dominante en las naciones ricas defiende a capa y espada la liberalización de
los movimientos de las mercancías y los capitales pero excluye enfáticamente la
posibilidad de que el desplazamiento de la fuerza laboral (y de las personas, en
general) disfrute de esa misma libertad. Condena toda acción de los gobiernos de
los países subdesarrollados para proteger sus producciones de las consecuencias
de un enfrentamiento desigual en el mercado externo, pero rechaza la
eventualidad de que la mano de obra se desplace libremente por el mundo según la
misma ley de oferta y demanda que reclama para las mercancías, los capitales y
demás factores de la producción de bienes y servicios.
Obviamente, en
condiciones de absoluta libertad de movimiento de las mercancías en el mercado
mundial, vence quien produzca a un menor costo y ese menor costo solo se logra
con la productividad más elevada, que es aquella a la que acceden las grandes
fuerzas transnacionales que operan en los mercados globalizados. Mediante
una tecnología más eficiente nacida de su superioridad financiera (que, además,
les permite ubicar sus filiales productivas en países del Sur), ellas dejan a
las economías de los países pobres como único recurso el de competir mediante la
utilización de fuerza de trabajo menesterosamente retribuida.
Así como
Inglaterra, cuando su flota era la mayor y más eficiente del mundo, reclamaba
libertad de los mares -sin medidas de protección que elevaran la competitividad
de las flotas de otros países-, hoy los países de alto desarrollo económico
reclaman libertad para el movimiento de las mercancías y los capitales,
sin barreras que protejan las producciones de los países de menor desarrollo.
"Entre el débil y el fuerte, la libertad oprime", advirtió Juan Jacobo Rousseau,
citado recientemente por el presidente venezolano, Hugo Chávez.
Un modelo
socio-económico de desarrollo genuinamente capitalista, que enarbole el
principio de la competitividad y fije en la puja en el mercado las posibilidades
de todas las partes, debía incluir la libertad de movimiento de todos los
factores de la producción, incluida la fuerza de trabajo. Pero esta posibilidad
ni siquiera se menciona en el discurso neoliberal, porque en tal escenario la
ley de oferta y demanda actuaría a favor de los países potenciales emisores de
fuerza de trabajo. Hay que
considerar, así mismo, que el proceso internacionalizador de los medios de
comunicación, que también caracteriza a estos tiempos de globalización, propicia
la difusión en los países del Tercer Mundo de los estilos de vida y pautas de
consumo de los países desarrollados, algo que a su vez provoca lo que se ha dado
en llamar una "universalización de las aspiraciones" que promueve la migración
en busca de espacios que permitan el acceso a las condiciones de vida que se
dibujan como las ideales. Según la
concepción neoliberal contemporánea, los Estados nacionales deben desentenderse
de la mayor parte de sus facultades económicas y sociales, y cederlas a
entidades supranacionales…, pero han de retener sus atribuciones para regular el
ingreso y permanencia de los extranjeros en su territorio.
Al rechazarse
la globalización de la migración que correspondería a la extensión de ese
fenómeno en otras esferas de la economía y la sociedad, se evita la tendencia a
la equiparación de los salarios y los niveles de vida que derivaría de la
liberalización del movimiento internacional de la fuerza de trabajo. .
Pero la esencia
misma del capitalismo lo lleva a generar la paradoja de un mundo más
interconectado que nunca, en el que los flujos financieros, de información y de
comercio se liberalizan, en tanto que la movilidad de las personas que el
fenómeno estimula se restringe con fuertes barreras, una de las formas en
que la globalización asimétrica profundiza las desigualdades en los niveles de
desarrollo, lejos de atenuarlas. En América
Latina, el polo receptor fundamental, Estados Unidos, manifiesta una necesidad
objetiva de mano de obra no calificada y selectivamente calificada. Pero
en vez de abrir sus fronteras a la libre afluencia de fuerza de trabajo por la
que presionan las leyes del mercado, las cierra, creando, como solución
ecléctica, condiciones para la inmigración clandestina, al tiempo que desarrolla
programas selectivos para la captación de inmigrantes con habilidades y
conocimientos específicos que drenan la fuerza calificada de los demás países
del continente. En reciente
comparecencia ante el Congreso de Estados Unidos, el multimillonario empresario
de Los empresarios
estadounidenses que explotan la mano de obra de inmigrantes no calificados
lamentan la proscripción legal del ingreso de inmigrantes, pero compensan la
desatención oficial de sus intereses sacando beneficios del incesante arribo de
trabajadores indocumentados con derechos marcadamente deprimidos.
Los perdedores
son siempre los inmigrantes indocumentados, perseguidos y súper explotados. Ante
ellos se levanta el reto incluirse en las redes predominantes de las relaciones
económicas y sociales, o quedar excluidos de ellas con sus consiguientes cargas
de marginación y pobreza que pueden extenderse a lo largo de sus vidas y las de
sus descendientes. Para los
gobiernos y oligarquías del Sur, la emigración es un factor de descompresión de
las tensiones que derivan del desempleo y una fuente de ingreso, aunque sea
artificial e insegura. Las transferencias de dinero fresco de los emigrantes
hacia sus familiares han llegado a representar una parte significativa del
producto bruto de sus países de origen y mejoran sus balanzas de pagos.
Pero el éxodo
de trabajadores jóvenes y la dependencia que surge de las transferencias de
dinero, pronto se convierten en obstáculo para el desarrollo del país emisor de
migrantes. El círculo
vicioso es claro: La crisis económica suscita el éxodo, las remesas de los
emigrantes atenúan durante cierto tiempo sus efectos económicos inmediatos, pero
a mediano o largo plazo la crisis se ahonda porque no han cambiado las
condiciones que la provocaron. Aunque en
algunos países de nuestra América Latina el aporte de dinero fresco proveniente
de la emigración ha evitado el estallido de convulsiones sociales, se ha seguido
acumulando pólvora para estallidos aún mayores.
Estados Unidos
se ve situado ante la alternativa de soportar la gigantesca marea migratoria
resultante de un siglo de saqueo hasta la ruina del continente, o cerrar esta
válvula de escape en una región amenazada de violentas explosiones sociales.
En los propios
Estados Unidos, la situación se puede tornar compleja y peligrosa porque en el
fondo de este escenario está, además, la existencia de prejuicios étnicos,
religiosos, de género y de identidades nacionales, agravados por la competencia
entre inmigrantes y nacionales en el mercado laboral, factores todos generadores
de conflictos que amenazan convertirse en fuente de asonadas
sociales. Washington
juega con candela y agrava la situación al resistirse a la formulación de
acuerdos migratorios que consideren los reclamos de las naciones emisoras a
favor de una migración ordenada y segura, ajustada a los intereses, tanto de los
receptores como de los emisores. También lo hace
cuando inserta en sus políticas migratorias cínicos programas de aceptación de
refugiados políticos, reales o simulados, que convienen a sus propósitos
políticos de dominación. La Ley de Ajuste Cubano (Cuban Adjustment Act)
promulgada por Estados Unidos para promover la emigración ilegal de cubanos como
parte de sus propósitos subversivos contra la Isla es prueba de un irresponsable
manejo del tema migratorio por las administraciones estadounidenses que antes se
había hecho patente en La migración,
un fenómeno surgido con la humanidad como elemento formador de civilizaciones
mediante la interacción y mezcla de culturas, en las condiciones del
neoliberalismo ha estado plagada de xenofobia, con agravantes discriminatorios
por motivos de raza, género y credo que agudizan el dolor de la pobreza, su
móvil esencial. No importa los
obstáculos impuestos a la interacción de las identidades culturales, la
transculturación es un hecho inevitable que imprime los valores de las
identidades que llevan consigo los inmigrantes a las culturas receptoras.
Pero la
migración debe ser un derecho de las personas y no una imposición determinada
por las insoportables desigualdades del capitalismo.
La lucha por la
independencia y la justicia social gana cada vez más batallas bolivarianas
en nuestra América y, más temprano que tarde, la unidad de nuestras naciones
hará posible que los pueblos no tengan, como única alternativa de los saqueados
frente a la exclusión, la capacidad de emigrar.
La
globalización de la economía, que se impone inexorablemente por sí misma, no ha
llegado necesariamente para servir los intereses de los poderosos, como
pretenden los ideólogos del neoliberalismo, ella forma parte del devenir
histórico que marcha hacia la conformación de un mundo mejor, único y solidario,
que pasa por el desarrollo de relaciones internacionales equitativas y justas.
*Manuel
E. Yepe Menéndez
es abogado, economista y politólogo. Se desempeña como Profesor en el Instituto
Superior de Relaciones Internacionales de La
Habana, marzo de 2007. |
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