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Wikileaks: Venezuelan ambassador Freddy Balzan emails 2005-2008
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- Subject: No tengo nada de qué disculparme ante el imperio
- From: Pedro Martínez Pírez <pmpirez@rhc.cu>
- Date: Sun, 4 Mar 2007 12:16:24 -0500
- Cc: "potero" <potero@rhc.cu>
No tengo nada de qué
disculparme ante el imperio
Así afirmó a
Juventud
Rebelde Stella Calloni,
destacada periodista argentina, autora del libro Operación
Condor Por: Marina Menéndez
Quintero Correo: mmenendez@jrebelde.cip.cu 04 de marzo de 2007
00:00:00 GMT
La he entrevistado de
aquí para allá, a retazos, a pesar de su buena voluntad de que pudiéramos
conversar, pero conminada ella por su cargada agenda; yo, anotando o grabando al
vuelo cada uno de esos rafagazos que son sus reflexiones, y que Stella Calloni
va hilvanando mientras habla con esa misma avidez por expresarse con que piensa,
trabaja, y —seguro— vive. Ya que no le fue dado el don de la
ubicuidad para encontrarse en dos sitios a un tiempo, pienso que solo así
—¡corriendo!— ha logrado seguir tantos acontecimientos de los que pudo ser o no
testimoniante directa, pero acerca de los cuales indagó e investigó para emitir
luego un alerta. «Hay que salir al paso, adelantarse a
los acontecimientos; es una obligación absoluta», reitera, preocupada, cuando
habla de la labor de los intelectuales de izquierda y advierte sobre «lo que se
le viene encima» a esta América Latina donde —al decir del también colega
argentino Víctor Ego Duqcrot— se ha roto la lógica de la democracia controlada,
y están llegando protagonistas «que no estaban en el
libreto». En opinión de Stella, ese es «el
verdadero acto cultural» de estos tiempos: que empecemos a ir delante de lo que
ocurrirá, estar más activos, y encontrar nuevas formas de denuncia; «otros modos
de llegar a la gente». Cita como ejemplo a Telesur, «lo más
grande que hemos tenido en América Es, esencialmente, el mismo signo que
ha marcado sus derroteros. Porque Stella Calloni hace un periodismo que no busca
el lucimiento y constituye, primordialmente, arma para el
combate. Lo supe desde los años 80 cuando, sin
iniciarme en la profesión, leí por primera vez sus análisis e informaciones. Era
la época de la llamada guerra encubierta de Estados Unidos contra Nicaragua y
sus trabajos, contundentes y exactos, sin hacer alardes, tenían ya ese filo
punzante que hace su obra trascendente y la convierte en obligada referencia
para analizar el pasado inmediato de América Latina y, desde luego, el presente;
pues poco de hoy podría entenderse si no se toma en cuenta lo de
ayer. Siendo la suya una de las plumas que
advirtió sobre la resistencia que se interpondría a la ocupación de Iraq, Stella
considera que ha debido desenmascararse mejor y a tiempo, toda la farsa montada
por Estados Unidos para justificar su presencia en aquella nación, y la mentira
de un conflicto interno entre sunnitas y chiitas creado —fingido— por los
propios invasores. Evidente enemiga de las medias
tintas, advierte contra lo que podría llamarse la debilidad de quienes,
responsables de emitir y formar criterios, terminan concediendo o sucumbiendo al
lenguaje imperial, y califica «la ejecución» de Saddam Hussein como «un
asesinato público». No debería encabezarse una nota
informativa anteponiendo que «Saddam era un criminal», motivo que lo llevó a un
juicio considerado por ella ilegal desde todo punto de
vista. Está convencida de que tendríamos que
habernos adelantado y mover lo que fuera necesario «para saber que ellos iban a
matar y torturar en la forma en que lo están haciendo; que la “nueva estrategia”
anunciada por Bush en su momento, era tratar de demostrar que en Iraq había una
guerra interna. El imperio acorraló a mucha gente en ese
sentido». Entiende que la ejecución pública de
Hussein «tuvo la finalidad de ver si podían “mover” finalmente los
enfrentamientos y decir que había una guerra étnico-racial. La orden fue matar
la mayor cantidad de población civil. Y la resistencia iraquí ha dicho al mundo
que no hace atentados contra la población, sino contra sus enemigos ocupantes.
Entonces, esa matanza de civiles tiene la finalidad de destruir el agua donde el
pez de la resistencia puede nadar. Es casi algo de solución final, y nosotros
tenemos que denunciar ese genocidio». Con silencios y eso que entiende como
intentos de contemporizar el lenguaje —o disculparse ante el poder— solo se
propicia que los hechos se repitan, explica. «Te lo digo con todas las palabras:
no me disculpo ante el Imperio de nada. No tengo por qué disculparme, son ellos
quienes nos deben muchas vidas; nos deben un genocidio en el siglo XX», dice
mientras mira el reloj y se disculpa —la esperan, no puede seguir—, se pone de
pie, y la sigo grabadora en mano, en el intempestivo final del primero de los
dos «tú a tú» que conseguí con ella durante su reciente paso por La
Habana. Minutos antes, jóvenes que bebían de
sus experiencias con la misma sensación de descubrimiento de quienes ya no lo
somos, la escuchaban también conversar sobre estos y otros imperativos, durante
un encuentro a pocos pasos de allí, en una de las aulas de la Facultad de
Comunicación de La Habana. Precisamente, para acabar con la
impunidad y «evitar que el Cóndor siga volando», Stella Calloni fue una de las
iniciadoras de las investigaciones y estuvo entre los primeros en revelar los
entretelones de ese operativo que enlazó a los regímenes militares
latinoamericanos durante los años 70 y 80, y que ella acuña sin duda como
«contrainsurgente». Una operación «cerrada y selectiva»
—reitera— porque no todos los militares participaron en ella y que, al
develarse, «es la que ha permitido, curiosamente, estudiar mejor todo lo otro,
tan complejo: cada una de las dictaduras». Sin embargo, «la mano que meció la
cuna del crimen en todos los casos ya sabemos donde está y, hoy por hoy, mi
esperanza es que los familiares de las víctimas exijan a Estados Unidos que
indague a los grupos terroristas de origen cubano: ellos eran la mano encubierta
de la CIA en esas operaciones sucias. «No hay nadie que sepa más que ellos
sobre este tema: estaban con la dictadura de Pinochet, con Stella lo ratifica mientras conversa
con quienes asisten a la nueva presentación de su libro Operación Cóndor, que el cubano
Ella, por su parte, narra cómo la
apertura de los juicios en Argentina luego de la derogación de las leyes de
Punto Final y de Obediencia Debida, y la detención de algunos de los
torturadores en Chile mediante el caso Operación Colombo —con los esfuerzos de
abogados como Carmen Hertz—, han permitido seguir avanzando en el
esclarecimiento de lo ocurrido en las cárceles clandestinas que Stella
identifica como «lugares de noche y niebla», y ayudan también para establecer
«la verdad del último día»: así llama al trágico y oculto final de decenas de
miles de hombres y mujeres ejecutados extrajudicialmente, y quienes engrosan las
abultadas cifras de las denominadas
«desapariciones». «El avance es lento, pero ahora
sabemos más que cuando se empezó». Así, por ejemplo, se ha establecido
recientemente que 38 bolivianos perecieron, mediante el vuelo de Cóndor, en
Argentina; o que el gas sarín se creó en «esa casa de la muerte» —como denomina
Calloni a la vivienda en Chile del agente de «Cuando yo decía, al publicar el
primer libro de Cóndor, que esa era la punta del iceberg, ¿por qué lo hacía?:
era lo que teníamos. Ahora cada caso te permite abrir, ir a fondo, y muy lejos,
aunque en muchas ocasiones persiste Su búsqueda se inició hace muchos
años y, sistematizando toda aquella información recopilada en el propósito de
constituir un libro útil, precisamente, a la justicia, Stella llegó a escribir 2
000 páginas. Apasionada por la investigación,
asegura que «todo sirve» en la atadura paciente pero urgida de tantos hilos
sueltos. Cada pista lleva a otra, y otra más... Es una labor que saca a la luz el
sufrimiento de muchos —¡tantos!—; un padecer del que el periodista —supuesto ser
frío, alejado del hecho, e imparcial—, de ningún modo puede estar
ajeno. En conversión más íntima, Stella
confiesa que algunos quebrantos recientes y ya superados de su salud, pudieron
ser un poco la secuela de todo aquello. Pero también hay satisfacción, como
entiendo ella sintió cuando, luego de establecer la verdad sobre el final de un
estudiante paraguayo «desaparecido» en los tiempos de las dictaduras, se dio a
la localización de quien entonces era su joven esposa
argentina. La buscó, la buscó, pero resultó
infructuoso. Entonces hizo la historia durante una entrevista transmitida por
una emisora radial. Algunos días después, tocaron a su puerta. Agitada como
siempre, Stella abrió, y en el umbral apareció una mujer con su hijo: era ella,
Gladys Ríos. Ambas se abrazaron, llorando... «Su hijo ahora está en Paraguay, muy
orgulloso de saber qué destino tuvo su padre. Aquel niño de meses que era
entonces, ya creció...» Lo mismo ante el auditorio que la
escuchaba al presentar el libro, que junto a los jóvenes estudiantes de la
Universidad o ante la grabadora que sostengo, ahora de pie en una acera de la
Fortaleza de la Cabaña —donde otra vez Stella se ha dejado atrapar— la Calloni
insiste en los desafíos de esta época. Habla sobre la necesidad imperiosa de
estudiar el concepto de guerra de baja intensidad —que se está aplicando en
Iraq, dice, junto a elementos nuevos como el uso de la diplomacia y los medios—;
denunciar la «invasión silenciosa» que EE.UU. protagoniza con la dispersión de
sus bases militares por Latinoamérica; la relevancia de apreciar que cada paso
en la lucha contra la hegemonía imperial, por pequeño que fuese, es importante,
y no se debe menospreciar... Pero el tiempo vuelve a ser
implacable y Stella Calloni escapa. Se aleja, concentrada seguro en sus
pensamientos; aunque alguien la crea distraída cuando sortea, apurada, los
adoquines de la plaza. |
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