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Title: FAIR PLAY

FAIR PLAY

 

                                                                              Jorge Gómez Barata

 

En los deportes olímpicos y en la alta competencia, todos deben jugar limpio, excepto los que mandan.  

La paradoja del olimpismo es que los mismos que profundizan las exigencias éticas y disciplinarias a los atletas y combaten el doping; auspician una indetenible comercialización y mercantilización, cambian reglas e incluso rediseñan deportes para satisfacer a los grandes mercados y complacer a los anunciantes y patrocinadores.

Nadie ha podido establecer cuándo los hombres se aficionaron a utilizar facultades naturales como caminar, correr y saltar, así como instrumentos y armas para divertirse, ni en qué momento tales exhibiciones fueron convertidas en espectáculos; tampoco se sabe quién tuvo la idea de cerrar los espacios y cobrar las  entradas.

Lo cierto es que las clases altas integraron el deporte a su estilo de vida y los griegos  le confirieron virtuosismo. La prosperidad y la búsqueda de felicidad y bienestar por medio de la recreación, acompañados por el auge de la radio y la televisión, dieron lugar al negocio del espectáculo. Así surgieron el profesionalismo, las apuestas y la corrupción. Convertido en negocio, el deporte pasó a ser regido por reglas mercantiles.

Dominados por los enfoques neoliberales y rigiendo una actividad universal con los patrones del mundo desarrollado, las autoridades olímpicas y las  federaciones internacionales, abdicaron a favor de las transnacionales de las comunicaciones, las grandes televisoras, las empresas productoras de implementos deportivos y otras que deciden sobre los eventos y las sedes.

Lo peor de todo son las mafias que actúan en variados ámbitos y escenarios, ocupándose del factor humano, es decir, de los atletas. Se trata de gente sin escrúpulos que andan por el mundo cortejando y seduciendo a las mejores promesas, arrebatándoselos a sus países mediante cualquier procedimiento, incluyendo las conspiraciones, los  métodos y los recursos de las redes de tráfico humano.

Los cuentos de hadas protagonizados por unas docenas de jóvenes pobres africanos que reciben millones por divertir a las  multitudes europeas y llevar a la victoria a sus exclusivistas clubes, no alcanzan a ocultar una infame relación histórica.

Con el talento del Tercer Mundo, manipulado por empresarios y mafiosos que actúan como tratantes de ganado, ocurre lo mismo que sucedió con los diamantes y el oro, el petróleo, la bauxita, el estaño, el uranio y el salitre. Esta  mecánica es tanto más grave al involucrar a personas muy jóvenes y escasamente ilustradas, poseídas por las ansias de gloria y fama, utilizados como instrumentos para reproducir una ideología, esencialmente falsa y destructora.   

La idea de que triunfar es convertirse en millonario y que para brillar en el deporte es preciso jugar de por vida en clubes de Europa y los Estados Unidos y renunciar a la identidad prestándose a alimentar las fantasías y los  sueños de cientos de millones de jóvenes nunca los verán cumplidos.

Esa relación, basada exclusivamente en el dinero pagado al atleta, en definitiva una bicoca comparada con las ganancias que reciben los otros factores implicados, no logran ocultar la suma de sufrimientos y desdichas que han acumulado los pueblos pobres para que unos pocos de sus hijos den gloria al Real Madrid, al Barcelona, el Manchester o el Bayer de Munich.

Culpar a los jóvenes atletas de tan brutales deformaciones y criminalizar el hecho de que se conviertan en profesionales y aspiren a jugar en las ligas más altas, competir con los mejores e incluso tener éxitos económicos, seria como culpar a los soldados por las guerras. Los verdaderos responsables del desastre moral a que conducen estas situaciones son las autoridades olímpicas. Ellos y no los atletas son quienes traicionan el ideal olímpico.

Aunque magnificada por la prensa y por los enemigos de Cuba, lo ocurrido con los campeones de boxeo que abandonaron a su equipo y se pusieron en manos de una mafia turco-alemana, aunque dolorosa, es una anécdota que ojalá sirva para reforzar a quienes dan la batalla por hacer del deporte un derecho de la juventud y por crear condiciones para el disfrute de todo el pueblo.

Es cierto que dos campeones cubanos tomaron otros caminos, pero también lo es que otros 59 regresaron y decenas que antes lo fueron, viven y trabajan en su país y merecen respeto.






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