14/2/2007
EL
REALISMO MÁGICO EN LA
COLOMBIA DE HOY// CHRISTOPHER
HITCHENS
40
años de 'Cien años de soledad'
1.
• Gabo ha convocado un
concurso para dar con los 39 mejores escritores jóvenes de América
Latina
TOÑO
VEGA
CHRISTOPHER
Hitchens*
Se ofrece un almuerzo
delicioso, para escritores visitantes, en el bello museo naval de la ciudad de
Cartagena de Indias, la vieja y amurallada ciudadela que es la perla de la costa
colombiana. El motivo ostensible del banquete es una degustación de las
delicadezas de Macondo, ese enclave del realismo mágico hecho realidad vívida
por obra y gracia de Gabriel García
Márquez en sus Cien años de
soledad. Una invitación que se podría haber hecho cualquier año, pero
es que ahora se cumplen cuatro décadas de la publicación de la novela, y el
museo --normalmente cargado de cañones recargados de viejos galeones y de demás
material marino-- destina una planta entera a las pinturas y aguafuertes
dedicados a recrear las escenas, moradores y personalidades de la historia de
García Márquez. Ya que el
aventurero inglés sir Francis
Drake --o el pirata
Drake, como se le
conoce mejor por estas latitudes-- hace un par de apariciones en la historia,
esta cabe de alguna manera dentro de las flexibles reglas
marítimas.
Para este lector,
el episodio más llamativo en la saga de Macondo es la epidemia de insomnio que
afligió a la tribu.
Locos con tan poco sueño, y olvidando las palabras
fundamentales, los habitantes del pueblo decidieron primero escribir los nombres
de las cosas (como cuchillo o
vaca) y pegarlos a los objetos
que identificaban. Pero después pasaron a un nuevo estadio de vigilia loca, que
les hacía olvidar hasta cómo leer... De la manera más bella posible, Cartagena
sigue siendo una ciudad que nunca duerme. Hay música a todas horas y varias
formas alternativas de empresas privadas. ¿De qué otra manera se podrían
conmemorar los 40 años de un libro?
García Márquez tiene ahora 79 años, por lo
que se ha convocado un concurso para dar con los 39 mejores escritores jóvenes
de América Latina, y puede que los resultados se hagan públicos antes de que el
viejo Gabo cumpla sus 80. Cuarenta
más 39 son 79. Y, por si fuera poco, un tercio de 39 es 13. Mientras algunos en
el mundo secular y literario se entretienen con esos sublimes cálculos, decido
echar una ojeada a la adyacente catedral de Santa Catalina de Alejandría. Una
gran lápida, fechada en enero del 2007, me informa, sentimentalismos aparte, de
que esta bella y vieja iglesia ha sido restaurada gracias al combinado buen
hacer de Carlos Mattos Barrero e
Hyundai Colombia Automotriz. (Drake bombardeó la vieja catedral española
con bala y proyectil porque los papistas no le llevaban los lingotes de plata
con la rapidez requerida, pero su ira protestante y mercenaria se nos antoja
inocente cuando se contrasta con este materialismo
práctico.)
EL
MISMO García Márquez flota por encima e incluso,
en cierta manera, más allá, de estas cuitas locales. Todo el mundo te señala con
orgullo su bonita casa cerca de las viejas murallas, pero con la misma facilidad
se le puede localizar en otros refugios suyos, como por ejemplo en La Habana o
en Los Ángeles, y es posible que hoy por hoy sea la única persona viviente que
puede aparecer --o quizá digo mejor materializarse-- con igual facilidad en
cualquiera de esas dos improbables ciudades. Cartagena casi prefiere en cierta
manera ofrecerse como algo más prosaico: como el foco de población más ordenado
y normal de Colombia. Puede que los habitantes de Cali y Medellín hayan habitado
durante décadas en un narcomundo
de tensa vigilia y miedo, y mis amigos en la capital, Bogotá, me cuentan que ha
sido solo en esos dos últimos meses del duro régimen del presidente Uribe cuando se han sentido seguros
saliendo en coche de la ciudad los fines de semana.
Pero en Cartagena
se supone que uno ha de poder relajarse y dar un paseo a cualquier hora sin
recelos. Como para poder demostrar este punto en exceso --la permanente
tendencia de todo Gobierno que se siente inestable--, las fuerzas militares y
policiales colombianas se apuestan en cada esquina de la ciudad durante este
festival literario anual, adoptando unas posturas un tanto relajadas, pero
vigilantes. Incluso una pequeña recepción en la que yo participaba fue ahogada
por las evoluciones de un helicóptero ensordecedor. Me enteré después de que el
vicepresidente tenía la intención de asistir, y que la pesadilla de la seguridad
debería analizarse a la luz del hecho de que, en una fase anterior de su
carrera, este hombre había sido invitado obligado y durante tiempo del gran
cartelista de la cocaína, Pablo
Escobar.
REUNÍ
ESTA información durante
un cóctel que se ofreció en el Palacio de la Inquisición, escenario de muchos y
horripilantes dramas (incluida la aparición en la plaza principal y en persona
del demonio mismo, antes de ser exitosamente exorcizado), y que ahora alberga el
más tierno museo de la tortura de todo el hemisferio. Es bastante evidente que
la réplica de la guillotina en el patio no es de los tiempos de la Inquisición,
porque la guillotina la inventaron un tiempo más tarde unos opositores franceses
al absolutismo clerical, pero debajo de prácticamente todos los instrumentos de
sadismo sito en la fe aparece la afirmación (escrita solo en castellano) de que
este artículo concretamente nunca llegó a ser utilizado en Cartagena. Un
desordenado museo de artefactos virtuales de tortura ficticia, o de autos de fe
que podrían haber sido, encierra un algo particularmente
colombiano.
"De hecho
--suspiraba un amigo colombiano--, todo el país es un caso típico de lugar lleno
de muestras. Tenemos hierro, pero no mucho. Tenemos algunas esmeraldas, pero
tampoco tantas. Hay petróleo, pero solo un poco. Tenemos café, pero no el
suficiente..." No acabó su definición. Pero Colombia tiene un producto
inigualable, tanto por su pureza como por su abundancia, y mientras escribo
estas palabras, millones de personas en Occidente estarían bastante dispuestas a
pagar mucho dinero por adquirir una pizca de ese polvo mágico. Tiempo ha, los
señores de Macondo decretaron que solo los criminales y bandidos podrían
participar en el comercio. Nuestros propios políticos, tan inconsistentes con
todo lo demás, han sido desde los días de Richard Nixon rendidamente obedientes a
esta regla de Macondo.
En este precioso
lugar que los norteamericanos consideramos, en nuestra arrogancia, un problema
en vez de un país, el legado helado y preservado de la guerra contra la droga de
Nixon, e incluso del Plan Colombia
de Bill Clinton, es bien visible.
Intente preguntar cómo es que aquí aún se sigue esa política, a pesar de sus
evidentes, repetidos e inevitables fracasos, y por qué se ha permitido envenenar
a la sociedad con escuadrones de la muerte, corrupción y pobreza, y le dejarán
sin respuesta. Y el motivo es que todos los afectados están tan tintineante y
frenéticamente despiertos, y tan enganchados a la anfetamina basura de la
tolerancia cero, que se les han olvidado las razones de forma completa, absoluta
y maravillosa.
*Periodista.
Distribuido por New York
Times
Syndicate.
Traducción
de Toni Tobella.