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- To: "potero" <potero@rhc.cu>
- Subject: Koldo... cronopiando... La culpa es de la naturaleza
- From: Pedro Martínez Pírez <pmpirez@rhc.cu>
- Date: Sat, 21 Jul 2007 11:32:23 -0400
Cronopiando Por
Koldo Campos Sagaseta La
culpa es de la Naturaleza En
estos días, en uno de los aeropuertos de Sao Paulo con más tráfico aéreo del
mundo, un avión se salió de la pista, cruzó una avenida y se estrelló contra un
depósito de combustible, muriendo calcinadas alrededor de 200
personas. Cientos
de vecinos habían venido exigiendo en vano el cierre de un aeropuerto circundado
por transitadas autopistas y edificios, cuya pista, al parecer, no tiene la
longitud debida, que había estado en obras recientemente y, también se ha dicho,
en el que todavía no se habían corregido todas sus deficiencias. Según se ha
confirmado, el aparato tenía problemas en una turbina, falla conocida pero
desestimada, y sólo un día antes, un día, que no un año, otro avión había
corrido parecido infortunio aunque se detuviera antes de llegar a la avenida
evitando que se produjeran víctimas. La
culpa, al margen de todos estos datos, al decir de algunos medios de
comunicación, ha sido de la lluvia, de la naturaleza, por lo tanto, que no quiso
limitar sus aguaceros, sus torrenciales aguas. Casi
al mismo tiempo, de nuevo la madre naturaleza volvía a hacerse sentir en Japón
y, como consecuencia de un terremoto, la mayor central nuclear del mundo, ahora
que otra vez algunos se empeñan en promover la energía nuclear, sufría graves
averías en su reactor provocando fugas radioactivas y obligando al cierre de la
planta. La
culpa, al margen de las deficiencias que en esa central se habían denunciado
como, por ejemplo, estar construida, precisamente, encima de una falla
tectónica, es de la naturaleza y sus intolerantes
manifestaciones. Y
ayer, sin ir más lejos, medio centenar de africanos desaparecían en el mar
cuando el cayuco en el que trataban de alcanzar la costa canaria daba la vuelta
arrojando al agua a sus más de cien ocupantes en el momento en que una
patrullera se colocaba a su altura para
rescatarlos. La
culpa, también se ha dicho, fue de una enorme ola que hizo girar No
valdría la pena molestarse en recordar pasados episodios en los que la
naturaleza ha sembrado el dolor en el mundo, como aquel río seco que en Biescas,
Huesca, un mal día, recuperó sus aguas y su fuerza y se llevó por delante a casi
un centenar de excursionistas que, apaciblemente, descansaban en un camping
levantado, justamente, en medio de su viejo cauce, ni los miles de muertos que
ocasionara el huracán Katrina en Nueva Orleáns y otras ciudades estadounidenses,
ni los cientos de miles de muertos que provocara un tsunami en Indochina. Y no
valdría la pena entretenerse en establecer tan catastróficos antecedentes porque
es tal la mortal beligerancia de la naturaleza que para cuando termine de
escribir estas líneas, temo, ya otra nueva criminal acción de su autoría se hará
presente en las primeras páginas de los medios con su correspondiente inventario
de muertos y damnificados. Cierto
que no siempre, para los grandes medios de comunicación, es la naturaleza la
única responsable de las tragedias que día tras día nos asolan. Haciendo causa
común con ella, suelen aparecer en los titulares de prensa los llamados
“accidentes”. Un accidente de tráfico ocasionó en 1978 la explosión de un
camión-cisterna sobrecargado de propileno que se desplazaba por una
carretera general de Tarragona, y otro accidente hizo que el infortunio tuviera
lugar, precisamente, junto a un camping de recreo en Los Alfaques. Más de 200
muertos registró la suma de accidentes. Son “accidentales”, igualmente,
los derrumbes de presas, los hundimientos de edificios, los descarrilamientos de
trenes, los cotidianos muertos que deja la carretera o los cinco muertos diarios
que, por ejemplo, provocan en el Estado español los “accidentes”
laborales. Cuando
no es un “golpe de calor”, es la “gota fría”, o “el Niño”, o cualquiera de las
muchas y variadas formas en que la naturaleza nos amenaza y mata. Avalanchas de
nieve y barro, sequías, inundaciones, incendios, erupciones volcánicas, son
parte de los surtidos arsenales con que cuenta la naturaleza en su despiadada
guerra contra el progreso y la civilización
humana. Por
si no bastara tal cúmulo de armas o la complicidad de los tantos “accidentes”,
la naturaleza, como no podía ser menos, también se ha ganado el respaldo de
vacas locas, de aves con gripe, de pollos con hormonas, de corderos con fiebre
aftosa, de aceites de colza, de verduras irrigadas con insecticidas, de vinos
mejorados con sangre animal…y, lo que es peor, la criminal naturaleza, que “mata
por matar”, cuenta igualmente con la complicidad de los llamados ecologistas y
demás irresponsables, permanentemente opuestos al progreso y al desarrollo, y
que constituyen el entorno en el que aquella se ampara y se
sostiene. Urge,
antes de que mayores calamidades perturben la civilización humana, que la
naturaleza también sea declarada parte del maléfico eje del mal que nos amenaza
y llevar su aniquilamiento hasta las últimas
consecuencias. ******* |
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