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- Subject: EXPERIENCIAS Y CONFUSIONES, por Jorge Gómez Barata
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- Date: Tue, 6 Feb 2007 19:17:07 -0500
Title: SOCIALISMO EN EL SIGLO XXI
SOCIALISMO EN EL SIGLO XXI
CONFUSIONES Y EXPERIENCIAS
Jorge Gómez Barata A mediados de la década de los setenta,
después de 15 años de provisionalidad revolucionaria, comenzó en Cuba una etapa
denominada de “institucionalización” que, entre otras cosas, trató de delimitar
el papel de las instituciones en la sociedad socialista, entre ellas, el rol
del Partido Comunista, partido único constitucionalmente definido como “…Rector
de la sociedad y el Estado”. Fidel y Raúl Castro condujeron aquel proceso. Recuerdo que en las intervenciones
sobre el asunto, ambos líderes insistían en que atribuir tan elevado papel al
Partido, no debía implicar una suplantación de los órganos estatales, de
gobiernos o administrativos; tampoco de los sindicatos, ni de las
organizaciones populares. El partido insistían no gobierna, no
administra ni dirige de modo directo, sino que orienta, controla y fiscaliza,
por medio de la participación de sus militantes y con métodos políticos. Cierto día, mientras estudiábamos
aquellas indicaciones, uno de los participantes expreso dudas: “Por ese camino
argumentó el partido terminará por convertirse en una “fuerza
espiritual”, sin poder ni autoridad” El de más edad, experiencia y
conocimientos entre los presentes razonó de un modo inesperado: ¡”Ojala sea
así! exclamó Ninguna fuerza agregó es mayor que
una fuerza espiritual, nada cohesiona tanto como la fe ni moviliza más que una
consigna. Nunca es tan fuerte un hombre como cuando está armado por
convicciones y nadie es más firme que un convencido. Esas y no otras son las
tareas del partido: persuadir, movilizar y conducir el socialismo con calidad,
democracia y transparencia. Ninguno de los participantes en aquel
modesto círculo de estudios tuvo entonces conciencia de que se debatía un
asunto nodal que, andando el tiempo se erigiría como una de las deformaciones
institucionales que contribuyó a la debacle del socialismo en En ninguno de los países del socialismo
real donde mediante diferentes procesos de sumas, restas y fusiones, se
establecieron partido únicos, se logró evitar la “dualidad de poderes” entre el
gobierno y la organización política, como tampoco establecer claramente las
diferencias y delimitar las competencias respectivas del Estado y el gobierno. No hubo excepciones, aquellas
organizaciones no lograron el arte requerido para ejercer un liderazgo y ser
garantes del poder popular, sin ejercerlo directamente y conducir los procesos
sociales sin administrarlos y terminaron convertidos en maquinarias en las que
los métodos políticos, la reflexión y el debate fueron suplantados por los
métodos burocráticos. Las deformaciones comenzaron al
pretender trasladar a la sociedad la homogeneidad ideológica característica de
los partidos y homologar el funcionamiento del gobierno con la organización
política. Los secretarios generales de turno perdieron sentido de los límites y
orientaban al pueblo como si todos pertenecieran a la organización y esperaban de
las masas una respuesta tan unánime y disciplinada como la que suponían del
partido. Los militantes partidistas comparten
una misma ideología y se agrupan
voluntariamente, cosa que no ocurre en la sociedad. Los partidos son
ideológicamente homogéneos y las sociedades plurales; en los primeros prevalece
la disciplina mientras que en la sociedad impera la democracia. Algunos
partidos no admiten en sus filas las corrientes de opinión ni las minorías, que
inevitablemente y para bien, florecen fuera de ellos. En los partidos, por consenso de sus
militantes, se puede limitar la democracia en beneficio del centralismo, cosa
que nunca debió trasladarse a los órganos estatales, de gobierno, a la
administración, a los parlamentos ni a las organizaciones de la sociedad civil y
menos a la sociedad. En virtud de la imposición dogmática de
los puntos de vista de ciertos políticos y autores soviéticos, de modo
simplista, los seculares debates acerca del Estado, el Derecho y el gobierno,
que iluminaron la cultura humana durante siglos y ocuparon a sabios y
filósofos, entre otros, Platón y Aristóteles, Maquiavelo, Rousseau y
Montesquieu, Hegel y el propio Marx, fueron reducidos a unas pocas líneas y
citas, mediante las cuales se anulaba la universalidad de conceptos
y estructuras, se absolutizaba su carácter clasista, se prescribía su
desaparición o extinción e incluso se llamaba a destruirlas. Aquellos polvos trajeron otros lodos. Lo
ritual y accesorio se impuso sobre la sustancia y se perdió de vista que lo
nuevo y lo trascendente del socialismo no son los aspectos superestructurales
ni los ideológicos, sino las relaciones de producción, base de la sociedad, que
se establece a partir de la socialización que en América Latina pasa por el rescate
de las riquezas nacionales y la redistribución con equidad y justicia de la
riqueza social. |
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