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>From: "ALAI" <info@alainet.org>
To: <alai-amlatina@listas.alainet.org>
Sent: Tuesday, December 12, 2006 10:46 AM
Subject: [alai-amlatina] ¿Porqué Pinochet divide a los chilenos?


- - - Servicio Informativo "Alai-amlatina" - - -

Chile:
¿Por qué Pinochet divide a los chilenos?

Ernesto Carmona

ALAI AMLATINA 12/12/2006, Santiago.- Después de muerto, Pinochet sigue
digitando la política chilena. Su deceso enfrenta de nuevo a dos
porciones de la sociedad chilena, a quienes festejan y a aquellos que
muestran pesar. Esta división no es nueva en un país marcado por la
desigualdad, el sufrimiento, los crímenes y los bajos salarios
instaurados en su dictadura de 17 años. Es otro efecto del “legado de
Pinochet”.

¿Por qué provoca adhesión un ex dictador que cometió monstruosos
crímenes e inauguró en América Latina una política de eliminación
sistemática de opositores que convirtió a los militares en vulgares
asesinos? Pinochet estableció una “línea de montaje” similar a la de
Henry Ford para destruir a la dirigencia popular utilizando esbirros,
interrogadores, médicos y hasta periodistas…

Los interrogadores-recepcionistas entregaban los detenidos a los
torturadores, quienes a veces los trasladaban a médicos que recomendaban
o no más torturas. No estaban allí para cuidar la salud de quienes la
prensa mostraba como “terroristas”, igual que en Guantánamo. El ciclo se
repetía una y otra vez, como un trámite público, en un país
burocratizado eficazmente por la clase propietaria desde el siglo 19.

Estrujados y convertidos en guiñapos humanos –no sólo para sacarles
“información comprometedora” sino para destruirlos como seres humanos–
los presos pasaban a los campos de exterminio, como Villa Grimaldi, o de
concentración de prisioneros, como Chacabuco, para una suerte de
solución final.

Los “trabajadores” del sistema Pinochet eran empleados del Estado y hoy
muchos están jubilados en el sistema público financiado por “todos los
chilenos”. Hicieron desaparecer o asesinaron a más de tres mil personas
y torturaron a 30.000 mil hombres y mujeres, cuyos hijos, nietos y
bisnietos participan hoy en las celebraciones de la muerte de su jefe,
junto a otros jóvenes que conocen algo de esta historia todavía oculta
por los medios de comunicación, la enseñanza de la historia y la literatura.

¿Cuál fue “la modernización?

La política de exterminio de disidentes de izquierda sembró el miedo en
la sociedad y destruyó a la elite sindical y política que pudo adversar
la implantación posterior del modelo neoconservador de mano de obra
barata propugnado por la Comisión Trilateral (EEUU, Europa y Japón), o
sea, el “legado de la modernización de Chile” que alaban hoy los grupos
económicos, la derecha política, los empresarios que se apoderaron de
las empresas del Estado, los nuevos ricos, los antiguos mandos militares
y hasta el lumpen que hace cola para ver el cadáver.

Para esta gente, Pinochet “modernizó Chile”, logró el éxito en la
economía que beneficia a los grandes grupos propietarios, “nos salvó del
comunismo”, “evitó una segunda Cuba”, etc. Hasta el responso del
Cardenal Francisco J. Errázuriz agradeció a Dios “las cualidades que le
dio y todo el bien que hizo a nuestra patria y a su propia institución”,
todo esto “cuando” sintió el deber de asumir el mando supremo de la
nación”. El “peligro comunista” de ayer es el “terrorismo” de hoy.

Aunque la muerte inesperada desató un carnaval en Santiago y en otras
ciudades, a la vista del cadáver otra parte de la sociedad comenzó a
recordar “su obra de gobierno”, incluida la derecha política que lo
abandonó al comprobar que su imagen más bien quitaba votos. Hay malestar
porque “la pequeñez” de Michelle Bachelet no quiso honras fúnebres de
jefe de Estado, sino apenas un funeral privado del Ejército, que todavía
es un factor de poder.

Mientras miles de pinochetistas peregrinaban por la capilla ardiente de
la Escuela Militar, donde se forman los oficiales del Ejército, los
medios de comunicación exacerbaron la caja de resonancia para transmitir
una imagen de solemnidad. Pareciera que a los periodistas que cubren las
fuentes militares y pinochetistas los contagia otro “síndrome de
Estocolmo”, parecido al que la prensa inventó para las víctimas de
secuestro que se amigan con sus plagiarios.

Chile, “dos en uno”

Las cobertura de prensa en Chile es tan unilateral como la represión de
la policía de Carabineros, que no le toca un pelo a los manifestantes
pinochetista, sino que más bien los protege y les concede espacio
público para desahogar una curiosa tristeza matizada con insultos y
agresiones a una prensa que no consideran tan incondicional como
quisieran. El martes fue agredido un equipo de la TV española. Un
ciudadano hizo 7 horas de cola para escupir el féretro. Fue agredido y
apresado.

No tuvo un funeral de Jefe de Estado, pero en el funeral político que le
hizo el Ejército en la Escuela Militar aparecieron los Granaderos,
regimiento destinado a los honores presidenciales. El arma logró
transmitir al mundo una imagen de solemnidad presidencial, no de simple
ex jefe del Ejército. Los adherentes que se acercaron a la Escuela
Militar fueron mostrados como pacíficos ciudadanos entristecidos, aunque
una mujer destruyó con un bate la sala de ventas de un edificio contiguo
en construcción cuyos obreros silbaron otra opinión sobre el muerto,
ante la presencia impasible de los carabineros. La TV muestra a los
manifestantes anti Pinochet como vándalos y los llama directamente
“delincuentes”. La noche del lunes apresaron en las inmediaciones de La
Moneda a Lorena Pizarro, presidenta de la Agrupación de Familiares de
Detenidos Desaparecidos (AFDD) y al abogado de derechos humanos Federico
Aguirre, entre otras personalidades.

Los pinochetistas que expresan “dolor” tienen puestos de la Cruz Roja
para quienes se desmayan por el calor o les sube la presión. También
distribuyen abundante provisión de agua en botellas, mientras los
carabineros los cuidan. Los manifestantes que celebran también tienen
carabineros y agua, pero de los carros antimotines que lanzan gases y
chorros del líquido a alta presión cerca de La Moneda. Los dirigentes
“anti-pinochetistas” formales, representados en el Parlamento, brillan
por su ausencia en los actos y en las calles, quizás con algunas
excepciones que no se ven en la TV. La iniciativa la tomaron las
organizaciones de DDHH.

Resulta curiosa la gran cobertura panegírica hacia el difunto de la
prensa local, en contraste con la escasa profundidad y ausencia de
análisis de los noveles periodistas que pasan horas al sol exaltando el
cariño y el dolor de los deudos del tirano. La prensa chilena se
enorgullece de la gran cobertura mundial que tuvo una muerte que apagó
los conflictos de Iraq, Palestina, El Líbano y otras latitudes.

La excepción sigue siendo La Nación, que el martes tituló en primera
página “Y no se hizo justicia” porque el poder judicial nunca emitió una
sentencia. Unos pocos titulares de grandes diarios de Madrid, Paris,
Nueva York, Londres y Washington aclararon que murió sin pagar sus
cuentas pendientes. Los tribunales alargaron los procesos judiciales, lo
trataron con guante blanco, a lo sumo impusieron el arresto domiciliario
por algunos días y jamás lo condenaron por sus numerosas violaciones de
derechos humanos y crímenes de lesa humanidad.

División del país

La explicación de la división de la sociedad chilena tiene vieja data.
Cuando Salvador Allende fue elegido Presidente en 1970, el país estaba
segmentado en tres tercios que emitían sus votos en las elecciones
presidenciales: una izquierda –entonces genuina–, la derecha y el
centro, expresado por la Democracia Cristiana (DC). No existiendo
segunda vuelta o balotaje, Allende fue ungido con el 36,22% de los
votos, la primera mayoría. La derecha (Jorge Alessandri) alcanzó 34% y
la DC (Radomiro Tomic) el 27,81.

Allende fue apoyado por los partidos Socialista (PS), Comunista (PC) y
Radical (PR), más la Izquierda Cristiana (IC) y el Movimiento de Acción
Popular Unitaria (Mapu), estos dos últimos desprendidos de la DC. El
grueso de la DC apoyó el golpe de Pinochet en 1973.

En la elección anterior de 1964, Allende obtuvo mejor votación
porcentual, el 38,93%, pero fue derrotado por la centro derecha (el DC
Eduardo Frei Montalva), con el 56,1%. La extrema derecha, o lo que hoy
sería el pinochetismo más recalcitrante, prácticamente desapareció del
mapa político, con el 4,99% de su candidato Julio Durán. Frei prometió
“cambios”, con una “Revolución en Libertad” que incluyó la reforma agraria.

Entonces el sector industrial era poco significativo y la derecha
política y económica se concentraba más bien entre los dueños de la
tierra, llamados “momios” por su pensamiento hiper-retardatario en favor
de sus intereses. La “modernización” cambió la estructura económica de
la sociedad, industrializó la agricultura con recolectores mal pagados
que no hay necesidad de importar como en EEUU, porque en Chile abunda la
mano de obra barata regulada por el desempleo constante. Quizás el
pensamiento retrógrado de “los dueños de Chile” se haya “sofisticado” y
disfrazado con la elocuencia de la academia, pero es más retardatario
que cuando “estuvieron en peligro” hace cuatro décadas.

Las presidenciales de 1958 mostraron mejor los tres tercios: la derecha
(Jorge Alessandri) triunfó con el 31,6% y gobernó 6 años sin que nadie
cuestionara la representatividad del tercio. Allende sacó el 28,8% y la
DC (Eduardo Frei padre) 20,7%, en tanto la centro derecha de la época,
el PR, que esa vez terminó gobernando con Alessandri, obtuvo 15,5% con
Luis Bossay. Un sacerdote seudo izquierdista boicoteó el triunfo de
Allende alcanzando el 3,3% de los sufragios (Antonio Zamorano, “el cura
de Catapilco”).

Con el tiempo, y la ayuda económica de la social democracia europea
durante los 17 años de dictadura, la izquierda también se “modernizó”,
es decir, giró hacia la centro-derecha. El PS se fue más al centro, el
oscilante PR descubrió que era social demócrata y la DC fue fortalecida
por la National Endowment for Democracy (NED), la Fundación Konrad
Adenauer y la democracia cristiana internacional y americana (ODCA),
mientras el PC mantuvo sus banderas e incluso levantó una lucha armada
medio tardía contra la dictadura.

Repaso de una división histórica

La tiranía dividió a la sociedad chilena en dos bloques esenciales, a
favor y en contra del tirano, necesariamente no identificados con la
vieja “lucha de clases”. En 1988, la identidad de los matices finos de
la centro derecha (DC + PR + sectores PS) se perdió ante el objetivo
principal de derrotar en las urnas del plebiscito a una dictadura que
pretendía el voto popular para retener “legalmente” el poder por otros
10 años, hasta 1998. Pero ya en esa época había hecho el trabajo sucio
de la “modernización” y ya era adversada por quienes la instalaron, o
sea, la DC y los centros de poder internacional de Europa y EEUU.

El plebiscito de octubre de 1988 le dijo NO a Pinochet, que NO seguiría
en el poder, por lo menos formalmente. Muchos ilusos pensaron que esto
sería el comienzo de “la alegría de la gente”, como rezaba el slogan de
campaña, y el rescate de las reformas sociales que Allende pretendió
hacer en democracia pero con el Ejército en contra y sin los porcentajes
electorales que exhibe hoy Hugo Chávez en Venezuela.

Pinochet perdió la consulta popular, que emergió de una negociación de
cúpulas apoyadas por Europa y EEUU, reforzada localmente con
movilizaciones populares y sangre joven derramada en las calles durante
protestas masivas estimuladas por medios de comunicación financiados con
ayuda externa. Pinochet perdió el plebiscito con el 44% de los votos por
el SI, en favor de su propuesta de “legalizar” su mandato por otros 10
años. El 53% alcanzado por el NO obligó al tirano a reformar su
Constitución de 1980 para llamar a elecciones en 1989, que terminó
ganando Patricio Aylwin (DC) con 55,2%, mientras dos candidatos de
derecha (Hernán Büchi y Francisco J. Errázuriz) compartían el 44,8%.

En 1993, Eduardo Frei hijo remontó en las urnas a un “antipinochetismo”
ya más tibio que logró un 58% del electorado, contra 30,6% acumulado por
dos candidatos de derecha (Arturo Alessandri B., 24,4%; y José Piñera,
hermano de Sebastián, con 6,2%). Tres candidatos de izquierda acumularon
11,4%: Max Neef, apoyado por ecologistas e independientes, con 5,5%; el
cura Eugenio Pizarro, candidato del PC, con 4,7%; y el humanista-Silo
Cristian Reitze, con 1,2%.

Pequeña historia de conciliábulos

La elección de Lagos en la segunda vuelta de enero de 2000, con Pinochet
preso en Londres, fue por un estrecho 51,31% seguido por el 48,69% del
pinochetismo encarnado por Joaquín Lavín, abanderado de la Unión
Demócrata Independiente (UDI) y Renovación Nacional (RN) agrupadas en la
Alianza por Chile.

Como parte de oscuros y poco conocidos negocios cupulares
internacionales, la influencia del presidente electo consiguió antes de
su asunción formal el 11 de marzo que los gobernantes socialdemócratas
británicos tomaran la decisión política de decretar la libertad de
Pinochet por “enfermedad”, salvándolo de la extradición que ya había
logrado el juez español Baltasar Garzón. Y además, “para juzgarlo en
Chile”, no en el exterior. Lagos se quitó un dolor de cabeza y en Chile
se multiplicaron los juicios contra Pinochet, comenzando por el que
solicitó Gladys Marín. Pero nunca se hizo justicia.

Paradójicamente, hubo más pluralismo informativo y trabajo para los
periodistas disidentes durante los últimos tiempos de dictadura que hoy,
con dos diarios de circulación nacional (La Época y Fortín Mapocho) y
una media docena de relevantes revistas (Análisis, Apsi, Cauce, Hoy,
Mensaje, La Bicicleta, entre otras) que bajo la transición perdieron su
financiamiento externo y fueron condenadas a morir por la clase política
que tomó el control de los partidos que se hicieron del poder en la
actual era post dictadura. Empero, Pinochet siguió dominando el
escenario hasta mucho después de su detención en Londres, el 16 de
octubre de 1998.

La campaña del plebiscito levantó al ex radical Ricardo Lagos como
figura de un antipinochetismo “socialista modernizado” y tolerable para
la derecha y los grupos económicos. La dictadura resultaba impresentable
ante el mundo para exhibir los éxitos de un modelo económico de sociedad
construido a sangre y fuego, con miles de muertos, torturados y presos y
una clase trabajadora atada de manos, sin sindicatos, sin partidos
populares y con su dirigencia exterminada. La dictadura chilena no cayó
por una guerra externa como la de Malvinas ni por una guerra interna
como en la Nicaragua de Somoza, un levantamiento urbano como en la
Argentina de De La Rúa o una sublevación popular conducida por la
izquierda como en la Bolivia de Sánchez de Lozada.

El fin de Pinochet fue acordado en una negociación de cúpulas locales e
internacionales fertilizada con sangre joven vertida en cientos de
protestas callejeras aupadas por los desaparecidos medios de
comunicación que mantuvieron viva la rabia popular.

Cifras que se repiten una y otra vez

Allende tuvo que firmar un Estatuto de Garantías en que se comprometió a
respetar la propiedad privada y a limitar el número de empresas del
Estado en la llamada “Área Social de la Economía” para que los
parlamentarios DC le dieran el pase en el Congreso, que el 4 noviembre
de 1970 bien podía inclinarse por la segunda mayoría de Alessandri. Del
mismo modo, la nueva clase política también se comprometió a respetar la
“modernización” que hoy le celebran a Pinochet. Para sacar adelante el
nuevo modelo neoliberal globalizado precozmente en los años 70 por los
países desarrollados de la Comisión Trilateral, la nueva clase estimó
que no hacía falta conservar a los diarios que la ayudaron a “derribar”
a la dictadura en las urnas y que bastaba con los diarios del mercado,
es decir, los mismos que auparon los 17 años de Pinochet.

Así desaparecieron todos esos medios impresos y cambiaron de dueño sus
imprentas, excepto mensuario católico Mensaje, hoy de bajo perfil. Lagos
se forjó como figura pública con los medios del supuesto adversario, el
imperio duopólico de Agustín Edwards (El Mercurio y su cadena nacional
de diarios y radios) y Alvaro Saieh (La Tercera, La Cuarta, Qué Pasa, un
canal de TV ya vendido y varias radios).

Los guarismos del plebiscito de 1988 (53% versus 44%) fueron casi
calcados por el triunfo de Michelle Bachelet en la segunda vuelta
presidencial de enero 2006, con 53,5% contra 46,5% del pinochetismo
encarnado esta vez por Sebastián Piñera, con la Alianza por Chile. Pero
alcanzó una votación mejor que el 51,31% de Ricardo Lagos en 2000. Y
claro, Chile sigue dividido No sólo entre pinochetismo y anti
pinochetismo. Los grupos económicos han obtenido sus mejores ingresos
históricos en estos 16 años de administración democrática del legado
neoliberal del dictador.

- Ernesto Carmona, periodista y escritor chileno.


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