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- To: "potero" <potero@rhc.cu>
- Subject: NO HAY CAÑA SANTA, por Jorge Gómez Barata
- From: Pedro Martínez Pírez <pmpirez@rhc.cu>
- Date: Sat, 5 May 2007 21:56:00 -0400
Title: UN BRINDIS
NO HAY CAÑA SANTA
Jorge Gómez Barata La historia del subdesarrollo latinoamericano es la historia
del latifundio, el monocultivo y la plantación. Mucho antes de que se conociera
el etanol, se sabía que esa triada son entidades malditas, causantes no sólo
del primitivismo y la ruina de las economías agrícolas, sino piedras
fundamentales de las deformes sociedades criollas. Las plantaciones azucareras,
basadas en el cultivo de grandes extensiones de tierras, establecidas en Cuba,
Santo Domingo, Haití, Brasil, el sur de los Estados Unidos, las Antillas
Menores y otros sitios, son las formas más primitivas y dañinas del negocio
agrícola transnacional. Ese tipo de empresa, una
innovación en su tiempo, era operada con mano de obra esclava importada de
África, se asociaba al trapiche o ingenio y
producía azúcar para el consumo en las metrópolis y el comercio mundial. Implantadas en territorios
donde no existía o se había agotado el oro y la plata. Los latifundios y las
plantaciones se convirtieron en la columna vertebral de la sociedad colonial,
llegando a configurar su perfil. Las consecuencias sociales de semejante fenómeno de la
estructura económica son tan obvias que todos debían comprenderlo. El
latifundio y la economía de plantación, basada en el monocultivo son
incompatibles con la existencia de la clase campesina, excluyen a los
propietarios medios y pequeños, concentran el dinero y el poder e impiden la fundación
de familias, la multiplicación de la
población y la formación de comunidades. En la plantación típica más del 80 porciento son hombres
adultos. Los latifundios y las plantaciones impiden la diversidad de
cultivos y crianzas, privando al campo de su principal virtud, que es proporcionar
subsistencia. Existen comarcas donde se puede caminar todo un día y ver sólo
caña, en otro lugar solamente piñas y en
otro nada más que naranjas. En general todo lo que esa población consume
viene de afuera. Los países-plantaciones importan todos sus alimentos. He visto con mis ojos a los empobrecidos trabajadores de
esas plantaciones sembrar a escondidas de los dueños y los mayorales algunas raquíticas
plantas de maíz, boniato, calabaza, yuca y otros cultivos de magra subsistencia
en las guardarrayas, a la vera de los caminos y en las orillas de las cañadas y
arroyos. Esas mega plantaciones monocultoras, además de excluir a las
sociedades, son virtuales “desiertos verdes”. Del mismo modo que los humanos no
pueden alimentarse sólo de piña, caña o naranja, los pájaros y la fauna
silvestre tampoco. En todos los casos se exige un mínimo de variedad que, en el
campo, además de la naturaleza, la aporta el campesinado. Con la independencia, los esclavos fueron sustituidos por
obreros agrícolas y los hacendados pasaron a integrar la oligarquía ligada al
clero y al capital extranjero. Nada cambió, excepto las formas. Por esas y otras razones, en América Latina, ninguna prédica
fue tan legítima y profunda, como la reforma agraria; incluso dado tan nefastas
consecuencias, economistas de formación liberal, estuvieron a favor e incluso
legislaron para la proscripción legal del latifundio, una especie de pensamiento
anti trust aplicado a la campiña. Resulta increíble que en el siglo XXI, con todas las
experiencias y las consecuencias a la vista, gobiernos democráticos, incluso
populares, asistidos por brillante economistas, incurran en los errores y las arbitrariedades
cometidas por las casas reinantes de España y Portugal que crearon el
latifundio e introdujeron la plantación suministrándole mano de obra esclava. El efecto que hoy tienen las extemporáneas plantaciones mono
cultivadoras de soya, caña, eucaliptos, casuarinas y otras especies, todas genéticamente
modificadas, incluso algunas de ellas no aptas para el consumo humano ni siquiera
animal, es económica y socialmente devastador. Ignoro si habrá tiempo para rectificar y soy incapaz de
proponer la formación artificial o dirigida de una nueva clase campesina allí
donde nunca la hubo, no obstante, puedo compartir el punto de vista de que
llenar a Centro y Sur América, a México, Haití, Santo Domingo y otros lugares,
de latifundios cañeros, propiedad de transnacionales o de oligarcas nativos, no
sólo parece un mal negocio, sino que puede ser un crimen. |
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