LOS VUELOS DE LA CIA NO FUERON SECRETOS
Jorge Gómez Barata
Europa misma ha hecho polvo su credibilidad
cuando una investigación independiente, realizada por el parlamentario
suizo Dick Marty, ha revelado lo que todo el mundo conocía:
no hubo vuelos ni cárceles secretas de la CIA,
Europa no fue víctima del engaño de Estados Unidos, sino su cómplice.
No se trató de que la CIA engañara a los servicios de inteligencia y
seguridad interior de toda Europa, o de que éstos, en un acto de virtual
traición, compartimentaran a sus respectivos gobiernos, fueron los gobiernos
europeos los que engañaron a sus países.
Ante las peregrinas afirmaciones de que los
cielos de Europa y sus aeropuertos, los mejor protegidos del mundo eran
violados por cientos de aviones cuyos itinerarios y destinos eran desconocidos
y que además, transportaban personas clandestinamente, la opinión pública no se
molestó en tomar en serio el asunto. La tomadura de pelo era demasiado obvia.
Ahora se sabe que aquellos que fueron llamados
vuelos secretos, eran parte de una vasta operación conocida por veinte
gobiernos europeos, los servicios de inteligencia, las autoridades de
aeronáutica civil y aduanas de toda Europa, los militares de cada Estado y de
la OTAN, encargados de descubrir, hacer aterrizar o derribar a cualquier
aparato que ingrese en el espacio aéreo de cualquier país, sin el
correspondiente permiso.
Tan secreto era el asunto que nada más era conocido
por presidentes, primeros ministros, ministros de defensa y cancilleres.
Ahora, cuando se sabe que todos mintieron, sólo falta conocer la verdad: quiénes fueron transportados en esos
aviones, donde los capturaron y dónde están ahora.
Lo curioso de tan sórdido asunto es la arrogancia con que los
norteamericanos comprometieron a sus aliados, comportándose en los aeropuertos
europeos como si estuvieran en Ilopango, la base aérea salvadoreña desde donde
organizaron la operación Irán-contras o la Terminal aérea de San Pedro Sula en
Honduras donde, con documentos falsos y sin plan de vuelo, desembarcaron a Luis
Posada Carriles, cuando al amparo de la noche lo sacaron de Panamá como el
único pasajero de otro vuelo clandestino.
Tanto la operación europea como las acciones para proteger a los
terroristas de origen cubano en sus traslados por aire o mar, que involucran a
gobiernos, servicios especiales, autoridades de aeronáutica, aduanas,
emigración, e incluso a las fuerzas
armadas, enseñan lo más grotescos del rostro de la globalización.
Una vez establecida la complicidad oficial, lo más curioso es la
indiferencia de la opinión pública de Europa, a la que parece no importarle de
dónde venían, hacia qué lugar se dirigían los aviones y a quiénes llevaban en
sus vientres.
Otorgar impunidad al poder, permitir la actuación extrajudicial y tolerar
la abierta violación de los derechos de unos ciudadanos, es un peligroso
precedente.
Europa no debiera ser indiferente. Ya le ocurrió una vez cuando el
fascismo se apoderó del poder y paralizó sus instituciones. Entonces los
bolcheviques de Stalin y los demócratas de Roosevelt llegaron a tiempo para sacarle
las castañas del fuego. Aquellas fuerzas, ya no existen.