Llego a Caracas para intervenir en unas jornadas sobre El derecho
ciudadano a estar informado que organiza TeleSUR. Participan
personalidades de la talla de Tariq Ali, Danny Glover, Richard Gott,
Fernando Solanas o Miguel Bonasso. Está el ambiente caldeado por el
asunto de la no renovación de Radio Caracas Televisión (RCTV), cuya
concesión expiró el pasado 27 de mayo. Asisto a un mitin del
presidente Hugo Chávez, recientemente reelegido por 63%, quien
explica que esa decisión está ajustada a derecho, y no significa
ninguna arbitrariedad, ni ilegalidad. Añade que en Venezuela, donde
80% de las estaciones de televisión son utilizadas por el sector
privado, la absorción de los medios de comunicación por las grandes
empresas ha ido convirtiendo el derecho a informar en un privilegio
empresarial más que en un legítimo derecho ciudadano.
Converso con Francisco Farruco Sesto, gallego nacido en Vigo,
llegado a Caracas a la edad de 12 años, y hoy nada menos que
ministro de Cultura. Con sencillez y sosiego, Farruco me explica que
toda esa alharaca internacional es un pretexto para atacar al
presidente Chávez. "¿Por qué razón, me dice, Venezuela está hoy en
el ojo del huracán, cuando gobiernos anteriores aplicaron la censura
a diestro y siniestro, y acá jamás vino Reporteros Sin Fronteras, la
SIP [Sociedad Interamericana de Prensa], ni la Corte Interamericana
de Derechos Humanos? ¿Por qué nadie protestó cuando esa misma RCTV
fue cerrada durante varios días, en 1976, por 'difusión de noticias
falsas', o cuando, en 1980, fue lacrada durante 36 horas por
'sensacionalismo', o cuando fue de nuevo ocluida, en 1981, por
'difusión de programas pornográficos' o cuando fue condenada en 1984
por haber ridiculizado al presidente de la República?" Todo eso
ocurrió antes de la primera elección de Hugo Chávez en 1998. Y
ninguna organización internacional condenó esos abusos entonces. "De
igual modo que no reprobaron el cierre del Diario de Caracas, o el
despido masivo de los periodistas del Globo, o del Nuevo País. Si
hoy se hace, es sólo para acosar al presidente y denostar el
programa de la Revolución bolivariana".
El amigo Farruco tiene razón. Abundan los ejemplos, en diversos
países, de concesiones no renovadas a canales de televisión y que no
han suscitado protestas. Sin ir más lejos, en Francia, en 2004 se
revocó la concesión de Al Manar TV, por considerar que este canal
del Hezbollah libanés "pregonaba el odio". En Inglaterra, Margaret
Thatcher canceló la concesión de una de las grandes cadenas de
televisión por haber difundido noticias no gratas, aunque verídicas.
En el mismo Reino Unido, la autoridad dispuso, en marzo de 1999, el
cierre temporal de Med-TV-Canal 22; en agosto de 2006 revocó la
licencia a One TV; en noviembre de 2006, la de StarDate TV 24, y en
diciembre 2006, la del canal de televentas AuctionWorld.
Organismos independientes como el Observatorio Global de los
Medios han denunciado, pruebas en mano, que RCTV participó en la
conjura mediática que propició el golpe de estado del 11 de abril de
2002. Este canal, mediante manipulaciones e intoxicaciones, estuvo
difundiendo falsedades y calumnias destinadas a fomentar la
execración y la tirria hacia el presidente Chávez y sus partidarios.
Semejante comportamiento ha sido condenado en otras latitudes. Por
ejemplo, el Tribunal Internacional sobre el Genocidio de Ruanda
condenó en 1994 a los promotores de Radio Mil Colinas por
complicidad en el exterminio de los tutsis. En la ex Yugoslavia, el
informe del representante de la ONU, Tadeusz Mazowiecki, condenó el
papel de los "medios del odio" en las operaciones de limpieza étnica
llevadas a cabo en Croacia y Bosnia-Herzegovina.
En Venezuela, RCTV ha sido un típico "medio del odio",
despertando en la opinión pública instintos primarios, excitando y
promoviendo una violencia que hubiera podido desembocar en guerra
civil. ¿A qué se debe entonces todo este barullo en su favor? A la
solidaridad del poder mediático internacional, que ve en la decisión
del presidente Chávez una amenaza contra su actual dominación
ideológica. Pero la guerra no acaba aquí.
*IGNACIO RAMONET. Director de Lemonde
Diplomatique