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  • To: "potero" <potero@rhc.cu>
  • Subject: PONTIFICAR SOBRE IRAK, por Jorge Gómez Barata
  • From: Pedro Martínez Pírez <pmpirez@rhc.cu>
  • Date: Fri, 15 Jun 2007 09:58:08 -0400

Title: Bush mete la pata con el Papa

 

PONTIFICAR SOBRE IRAK

                                                                      Jorge Gómez Barata

 

Tal vez por no cargar excesivamente las tintas en las criticas al papa, reprobado por los juicios emitidos durante la visita a Brasil, o quizás porque la Cumbre del G8 y la gira de Bush por países de la ex Europa Oriental dieron demasiado de que hablar, apenas se prestó atención a que el papa Benedicto XVI, versado en Teología y otras ciencias afines e infalible en cuestiones de doctrina, volvió a lucir errático en temas políticos.  

La primera vez creí haber leído mal, luego pensé que quizás el redactor de la información se había equivocado, mas tras consultar varias fuentes, me rendí a la evidencia de que el Papa Benedicto XVI le pidió a Bush que auspiciara una “solución regional negociada de la guerra en Irak y otros conflictos en el Medio Oriente”.

Se puede apostar a que la vista de Bush al Vaticano y su encuentro con el líder católico, son eventos acordados y preparados con antelación. Aquello que la diplomacia vaticana pone en boca del Sumo Pontífice se presume exhaustivamente meditado. La improvisación está descartada. Lo mismo ocurre con Bush, que no lo llamó “señor” en lugar de “Santidad” al Papa, por error o ignorancia, sino para disminuir su jerarquía y colocarlo a su nivel.

Por esas certezas llama la atención que una vez más el Sumo Pontífice parezca descolocado. Todo el mundo sabe que, respecto al conflicto de Irak, salvo algún paliativo, no hay nada que negociar, porque no hay partes, líneas ni fronteras y tampoco se trata de un contencioso que tenga o necesite una solución regional.

Estados Unidos, actuando de modo unilateral invadió a Irak y ocupó el país, disolvió sus instituciones y su ejército, desmontó su Estado, apresó al gobierno, juzgo y ejecuto en la horca a su presidente e hizo todo cuanto fue posible por destruir las pruebas del aporte de Babilonia a la civilización universal.

Los invasores norteamericanos hicieron polvo la infraestructura de un país medianamente desarrollado y dañaron sensiblemente los delicados equilibrios confesionales que permitían a los musulmanes de distintos credos, que pueblan a Irak, vivir en razonable armonía.

No hay ninguna solución que pase por una “negociación regional”. Los embajadores de Siria e Irán pueden encontrarse en Damasco, Bagdad e incluso en Teherán con el procónsul norteamericano en Irak, Condoleezza puede ir y venir y Cheney deambular por las capitales del Medio Oriente. Ninguno de esos concilios tiene entidad para resolver los problemas creados por la invasión y la ocupación.    

La resistencia iraquí, como la de  Numancia carece de rostro. No es una organización, un partido o un ejército encabezado por un comandante o un mariscal, sino una entidad que puede estar en todo un pueblo y en todas partes a la vez. No hay con quien negociar.

Nada hay que pactar en Irak, excepto los plazos y las condiciones para la retirada incondicional de las tropas ocupante, ni hay interlocutores fuera del pueblo iraquí y su vanguardia. Son asuntos que la diplomacia vaticana debía saber. 

Si bien durante siglos la diplomacia de la Iglesia no se diferenció de la de otros poderes terrenales, excepto por su alcance global y los papas, bendecían a reyes y deponían gobiernos, dirimían disputas políticas, concertaban matrimonios y vetaban decisiones, esa situación se modificó cuando, con la desaparición de los Estados Pontificios cesó su poder temporal.

Desde hace mucho tiempo, la Iglesia se convirtió en una fuerza espiritual, capacitada para interceder en los conflictos, desde las posiciones del humanismo cristiano, sin descender a ofrecer orientaciones concretas.

Los papas saben muy bien como hacerlo, sino véase la actuación de León XIII una vez desatada la guerra entre Estados Unidos y España en 1898, la de Benedicto XV durante la Primera Guerra Mundial y sobre todo, la de Pío XII durante la Segunda Guerra Mundial.

 Creyentes o no, respetan a los papas y a los dignatarios de otras religiones porque representan un punto de vista comprometido con elevados ideales y porque en situaciones de guerras o sufrimientos humanos, se espera de ellos, no una solución, aunque si aliento y consuelo para los que sufren y un claro compromiso con la paz, nunca una receta o una indicación puntual.    


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