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  • To: "potero" <potero@rhc.cu>
  • Subject: Del politiqueo a una política nacional.htm
  • From: Pedro Martínez Pírez <pmpirez@rhc.cu>
  • Date: Tue, 13 Feb 2007 10:16:23 -0500

Title: :: claridad :: Del politiqueo a una política nacional
 
 
 
 

Comentario en Claridad
Puerto Rico • 8 al 14 de febrero de 2007  
 
La Nación Avanza
   
ACTUALIZADO: jueves, 12 de febrero de 2007 a las 9:43:34 Entrar Entrar | Suscríbete 
     
Del politiqueo a una política nacional

Juan Mari Brás

Juan Mari Brás
ESPECIAL PARA CLARIDAD


Puerto Rico está sufriendo hoy las consecuencias de haber institucionalizado la politiquería como el medio generalizado del debate público. Y se trata, desafortunadamente, de la versión más barata de esa politiquería. El resultado es nefasto para nuestra nación, como lo es para cualquiera otra en que se entronice esa enfermedad social.

Nuestro Eugenio María de Hostos, un sabio precursor de tantas ideas adelantadas a su época, pudo señalar con acierto al “politiqueo” como una enfermedad social en su enjundioso Tratado de Sociología, que fue su última obra escrita. Decía así el maestro mayagüezano:

“El politiqueo es simple y sencillamente la costumbre de chismear llevada a los asuntos de carácter público. Para arraigar esa mala costumbre en los negocios del Estado, no tenían que hacer ningún esfuerzo de voluntad ni de razón, y, de la noche a la mañana aparecieron las gentes políticas de estos países como maestros consumados en el arte de la falsía, del embrollo y de la intriga. A la verdad, si no fuera tanta la merma y tan profunda la indignación que ella produce en hombres de verdad, hasta sería de admirar la sutileza serpentil con que estos abominables intrigantes se deslizan años y años por entre las dificultades de una vida social tan dificultosa como es la de estos pueblos.

Ello es que la ignorancia de todos sirve perfectamente al encumbramiento de los pocos que se dedican a embrollarlo todo con el objeto de ser ellos los árbitros de la vida general.”

Más de un siglo después del certero diagnóstico hostosiano del politiqueo como enfermedad social, en Puerto Rico hemos llegado al fondo de la descomposición política que ese mal ha difundido en nuestro pueblo.

Lo que necesitamos es hacer que termine el politiqueo y darle paso a la definición de una política pública del país para afrontar los graves problemas que nos afectan.

Ni los partidos políticos, ni los difusores y analistas de mayor prominencia —con valiosas excepciones en cada caso— salen de la encerrona de ese politiqueo idiotizante que en varias ocasiones Don Roberto Sánchez Vilella, en sus últimos años, llamó “la tribalización y la trivialización de nuestra política.”

No puede fijarse una política capaz de dirigir al país hacia las transformaciones sociales indispensables para su reconstrucción nacional si no empezamos por desechar para siempre el politiqueo.

Lo peor del caso es que el mal ataca, al menos colateralmente, a muchos de los grupos y personas mejor intencionadas del país, tanto en los enfoques de los movimientos políticos, como de los comunales, sindicales, profesionales y cooperativos. Unos y otros aplazan sus miras hacia el evento electoral próximo, como si las elecciones de cada cuatro años fueran los únicos medios para sacar al país de sus crisis y peores problemas. Puede que no sea, a la larga, ni siquiera el más efectivo. Sin embargo, así parecen razonar los que piensan en nuevos partidos políticos, o en candidaturas independientes, así como los que andan predicando frenéticamente la abstención electoral como las opciones accesibles para redefinir los rumbos estratégicos del país. Eso es un error garrafal que, desafortunadamente parece ser que ataca, en gran medida, a los independentistas de todo el espectro: los que integran el PIP, los que insisten en votar por los Populares o algunos de sus candidatos como la menos mala de las opciones partidarias, los que buscan o favorecen candidaturas locales, legislativas o nacionales, y hasta aquellos que concentran sus visiones en la posibilidad de un boicot electoral masivo. Puede que en algún momento futuro, alguna de esas alternativas se presente como la mejor opción de una coyuntura dada. Lo dudo, después de haber pasado por todas ellas en mi ya larga vida. Ahora, lo prioritario para el independentismo es trazar una política nacional estratégica.

A tales efectos, lo que se requiere es el reagrupamiento del independentismo, sobre la única base necesaria, que es la meta final de la independencia. Por difícil que nos parezca, cada vez es más necesaria como la ruta certera hacia la transformación de la politiquería o el politiqueo para la solución de los graves problemas sociales, económicos y políticos que padece el país.

Es hora de aplicar con precisión matemática lo que para nosotros en el independentismo ha sido siempre un postulado invariable: que la independencia (así llamada con toda su significación histórica y jurídica) es la única ruta viable y necesaria para atacar de raíz nuestra enfermedad social mayor, que es el colonialismo. Ahora, más que nunca, esa realidad es evidente. Algunos de los que opinan, en la prensa, la radio y la televisión, lo aceptan así con mucha claridad. Pero cuando entran al tratamiento de la enfermedad se empantanan en los parámetros de la política electoral: unos para pedir un voto por el PIP, otros para decir que no debemos votar y otros para plantear que ninguna de las organizaciones patrióticas existentes tienen razón de ser y hay que crear algo nuevo, como si lo único válido fuera su personalísima opinión.

Tampoco es cuestión de reunir líderes de mucha resonancia nacional o internacional. Los de mayor resonancia somos, por razón de tiempo, los más viejos, repletos de achaques y limitaciones que nos impiden ser los que dirijan la reconstrucción del movimiento en un momento tan propicio para ello. Para enfrentar la nueva época en que estamos, es preciso un liderato colectivo, muy capaz y muy ágil, imbuido sin peros ni reservas en las nuevas corrientes que transforman aceleradamente las visiones político-estratégicas de nuestra América.

Es tan urgente reagrupar al independentismo en una fuerza, monolítica o multiorganizativa, que ya se va convirtiendo en clamor generalizado.

Los problemas económicos no pueden atacarse dentro del marco colonial del ELA, como lo están viendo los mismos funcionarios del gobierno que no sean ciegos y sordos, cada vez que se les cierran las puertas para ambiciosos programas de desarrollo económico sustentable por falta de poderes para tallar en este mundo de una economía cada vez más globalizada.

La descomposición social no es asunto que pueda detenerse meramente con más guardias y más soldados, ni con ninguna medida represiva. Hay que apuntar a la transformación de valores y metas de vida desde la niñez hasta la vejez. Y eso requiere un sistema educativo propio, público y laico, que en la actualidad es imposible dentro de nuestras limitaciones coloniales. Requiere también control de nuestras costas, nuestras aduanas y nuestras rutas aéreas, marítimas y espaciales, para impedir que sigamos siendo un peón de las mafias del tráfico internacional de drogas y armamentos.

En el fondo de todo está el politiqueo del que hablaba Hostos y la falta de fijar una política pública al país más allá de objetivos electorales. Mientras sigamos pendientes a las portadas manipuladas de la prensa comercial para trazarnos el rumbo de la discusión cotidiana de nuestra vida colectiva, seguiremos en Babia. Y un pueblo en Babia no tiene capacidad para reivindicar sus derechos y aspiraciones. Por eso somos la colonia más antigua del imperio más poderoso de la época histórica que ya empieza a colapsar.

No permitamos que nos vuelva a pasar lo que les ocurrió a los puertorriqueños del 1898. Éstos se quedaron detenidos en la idea errónea de que el dominio de España era un factor permanente en nuestra vida, y siguieron a Muñoz Rivera y a Barbosa en la equivocación de poner todas sus miras en Madrid, para luego, súbitamente, tener que cambiarlas hacia Wáshington por el colapso del régimen español en Cuba y Puerto Rico. Ahora, los posibilistas de hoy, empeñados en mantener sus miras en lo que Wáshington puede hacer o no hacer sobre Puerto Rico, nos podrían llevar a quedarnos a la zaga de cambios fundamentales de época, como será el colapso del dominio hegemónico del mundo por parte de Estados Unidos. Es hora de echar a un lado las ideas posibilistas que nos han llevado a ser una de las últimas colonias del mundo y renacer la esperanza en la ruta victoriosa hacia la independencia nacional. Esa ruta sólo podrá iniciarla el independentismo unido.

¡Manos a la obra!

 
 
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