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Wikileaks: Venezuelan ambassador Freddy Balzan emails 2005-2008
- To: "potero" <potero@rhc.cu>
- Subject: CRECER Y DESARROLLARSE, por Jorge Gómez Barata
- From: Pedro Martínez Pírez <pmpirez@rhc.cu>
- Date: Tue, 10 Apr 2007 20:05:15 -0400
- Cc: "ifardale" <ifardale@rhc.cu>
Title: CRECIMIENTO Y DESARROLLO
CRECER Y DESARROLLARSE
Jorge Gómez Barata Para desarrollarse y progresar, América Latina no tiene otra
alternativa que enmendar la historia. El subdesarrollo y el hambre son
fenómenos de la misma matriz: la colonización y la dependencia causantes de deformaciones
estructurales que promueven el latifundio e impiden el desarrollo. A los efectos del análisis estructural, apenas importa si el
latifundio es productivo o improductivo, nacional o extranjero, es latifundio y
las consecuencias son siempre las mismas; la primera es obstaculizar el desarrollo
de la clase campesina, evitando que en las áreas rurales se forme una
estructura social integral, imponiendo la plantación o la ganadería extensiva y
el monocultivo. En los países subdesarrollados de América Latina, las
tierras usurpadas a los pueblos originarios fueron entregadas en cantidades
fabulosas como merced, premios y pago a los servicios de conquistadores, funcionarios
de las administraciones coloniales y a Al establecer el monopolio sobre la tierra, el latifundio impide
la diversidad de cultivos y de enfoques agrotécnicos, descarta los
asentamientos humanos y excluye la pequeña y mediana propiedad y, al anular la
iniciativa económica, eliminar la competencia y cancelar los intercambios
humanos en el campo, mutila la expansión de la cultura. Como quiera que el latifundio excluye al campesinado, centro
de un tejido social complejo y diverso y lo suplanta por aparceros o
precaristas, atados a la tierra como el siervo a la gleba y por una mezcla de
hombre de campo con asalariado, llamada “obrero agrícola”, en realidad
semiproletarios, sin derechos ni bienes, nómadas que vagan de una hacienda o
región a otras, que en algunos países conviven con masas de indios empobrecidos
y empujados hasta los límites de la
marginalidad. Esas circunstancias explican por qué, a diferencia de Europa
y los Estados Unidos, donde las sociedades rurales y el campesinado se
desarrollaron paulatinamente, en el primer caso, por la gradual disolución del
régimen feudal y en Norteamérica por la limitación original de la cantidad de acres
que podían obtener los colonos durante la expansión hacía el oeste, las
sociedades rurales latinoamericanas fueron siempre la franja verde de una gris anomalía.
En Europa y Norteamérica, la producción campesina se sostuvo,
en lo fundamental orientada al consumo interno y a la satisfacción de las
necesidades generadas por el crecimiento de la población, mientras en
Iberoamérica se impuso un esquema exportador que todavía ignora las necesidades
del escuálido mercado nacional. Sin campesinos solventes, dueños de sus tierras y de su
destino, no hay diversificación ni progreso agrícola posible. Al no existir los
pequeños propietarios y los cultivos a diversas escalas, no se necesita
variedad de semillas, diversidad de aperos
de labranza, herramientas, animales de tiro, fertilizantes ni maquinaria y por
consiguiente, no se forma un mercado interno. Los datos acerca de los millones de hectáreas que en Brasil,
Argentina, Ecuador, Uruguay, Colombia, El Salvador y otros países se destinan al
fomento de monumentales latifundios para el cultivo de soja, maíz o eucaliptos,
embellecerán las estadísticas macroeconómicas, aunque no son exactamente buenas
noticias. La mega plantación de soja, maíz o eucaliptos, verdaderos
desiertos verdes, es de los mejores ejemplos de que el crecimiento y el
desarrollo son fenómenos diferentes y un caso típico de desarrollo del
subdesarrollo. Esas empresas, en lugar de corregir las deformaciones
estructurales que condujeron al estancamiento, la dependencia y la pobreza, las
relanzan y las acentúan. No importa que sean un fenómeno de siglo XXI ni que estén
promovidas por gobiernos de izquierda; tampoco interesa que se siembren
magnificas plantaciones de especies genéticamente modificadas, al arruinar al
campesinado, suprimir la variedad y repetir las deformaciones del pasado, las
modernas plantaciones, son como una regresión genética. Siempre es igual: cuando
un organismo anómalo crece, crece la anomalía. El boom de los precios del petróleo y el crecimiento de la
extracción es el mejor ejemplo de que no basta agregar dígitos al PIB y que la
producción de más valores no necesariamente significa mayor bienestar ni más desarrollo. Con la soja, la caña y los árboles ocurre exactamente lo
mismo. La moraleja es repetitiva: los que construyen no tienen casas y los
hijos de los grandes exportadores de alimentos crecen famélicos, no por lo que
producen sino por cómo y para quién producen. |
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