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Wikileaks: Venezuelan ambassador Freddy Balzan emails 2005-2008

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Title: Message
 
 

 

Oficina de la Coordinadora Residente del

Sistema de las Naciones Unidas en Cuba

 

 

 

 

 
 

 

 

 

                            Kofi Annan

 

 

                            La hora de la verdad de las Naciones Unidas

 

 

           Una tormenta menor se desencadenó la semana pasada cuando el Vicesecretario General, Mark Malloch Brown, sugirió en un discurso que los Estados Unidos deberían colaborar más plenamente y con más entusiasmo con otros Miembros de las Naciones Unidas para llevar a cabo la reforma de la Organización. Eso es absolutamente cierto, pero los dos consideramos que esa misma observación debe ser atendida por muchos otros países, no sólo los Estados Unidos.

           Las Naciones Unidas han llegado a un punto crítico. En diciembre pasado, los Estados Miembros aprobaron un presupuesto para el bienio actual (2006-2007), autorizando a la Secretaría a gastar sólo lo suficiente para los seis primeros meses. Los principales contribuyentes al presupuesto, encabezados por los Estados Unidos, insistieron en que esa limitación de los gastos sólo se levantaría cuando se hubieran logrado progresos significativos en la reforma de la Organización. Ahora nos aproximamos peligrosamente al plazo fijado y no está nada claro que la reforma haya sido suficiente para satisfacerlos. Ninguna de las dos partes ha encontrado los medios de dialogar con la otra para acordar las reformas siguientes.

           Sir Brian Urquhart, profundo conocedor de las Naciones Unidas, dijo alguna vez que en la Organización nunca hay realmente una crisis financiera, sólo crisis políticas. Brian tiene razón. Los Estados Unidos intentan recurrir al poder del dinero para forzar la aprobación de reformas administrativas que se necesitan con apremio y sus tácticas han provocado una reacción de los países en desarrollo.

           La mayoría de los países en desarrollo están muy conscientes de la necesidad de la reforma, sobre todo porque, las Naciones Unidas les prestan muchos servicios de importancia vital, desde el mantenimiento y la consolidación de la paz hasta el socorro de emergencia, la defensa de los derechos humanos, la ayuda para organizar elecciones y la lucha contra las enfermedades infecciosas. Por lo tanto, son esos los países que más se benefician de que la Organización esté bien administrada y utilice con máxima eficiencia los recursos. Sus objeciones tienen menos que ver con los detalles de las reformas propuestas que con lo que perciben como la influencia abrumadora de unos cuantos países ricos, en una organización que supuestamente “está basada en el principio de la igualdad soberana de todos sus Miembros”.

           A eso me refería en Londres en enero, cuando aludí al sentimiento de frustración y exclusión que lleva a muchos Estados a ejercer el único poder que tienen: el de impedir otras reformas, como las mejoras administrativas, pues algunos ven incluso en éstas un intento de los más fuertes de hacerse con aún más poder.

           En última instancia esto significa que, como señaló el Primer Ministro Tony Blair en un discurso pronunciado en Washington hace dos semanas, hay que reformar la estructura entera de las Naciones Unidas, incluido el Consejo de Seguridad. Por ello las reformas actuales son sólo un pequeño anticipo de lo que vendrá después. La política pública simplemente se está haciendo más global. Ya se trate del terrorismo o la pobreza, las drogas o el delito, las enfermedades o el comercio, ningún Estado puede resolver los problemas por sí solo.

           Sin embargo, mientras esperamos que la visión política se ensanche de manera acorde con los retos del momento, tenemos una labor fundamental que cumplir ahora mismo: ejecutar los programas que se iniciaron por mandato de los Estados Miembros y que prestan servicios esenciales a poblaciones que se encuentran en grave peligro o necesidad. Por importante que sea el debate sobre la reforma no debemos permitir que esa labor se paralice.

           Redunda en interés de todos los Estados Miembros que las Naciones Unidas sigan en funcionamiento y que se adapten a la labor concreta que se les pide cumplir. Por lo tanto, las dos partes en la discusión actual deben bajar el tono a sus pronunciamientos y entablar negociaciones serias para lograr ahora una solución de compromiso razonable que sirva de base a cambios más fundamentales más adelante.

           No sólo la composición del Consejo de Seguridad se quedó estancada a mediados del siglo XX. También la administración y la actitud de muchos gobiernos hacia la Organización quedaron suspendidos en el tiempo. Ni una ni otra se han adaptado plenamente a la nueva realidad de una Organización que ya no se limita a organizar conferencias y redactar informes, sino que administra operaciones complejas, de miles de millones de dólares, para ayudar a mantener la paz y a combatir la pobreza y los desastres humanitarios. Por ello no contamos aún con las instituciones necesarias para hacer frente a los desafíos mundiales de este siglo. Es esencial que superemos este trance.

           El plan de reforma que propuse el año pasado era muy claro a este respecto. En él recordaba que las Naciones Unidas se basan en tres pilares: el desarrollo, la seguridad colectiva y los derechos humanos. Cada uno refuerza a los dos restantes, pero también depende de ellos. Y para más solidez necesitan un cuarto elemento: una profunda reforma administrativa.

           Las Naciones Unidas tienen que ayudar a los Estados Miembros a avanzar simultáneamente en esos tres frentes. Por eso no sólo necesitan un Consejo de Seguridad, sino también un Consejo de Derechos Humanos eficaz, y también por ello el Consejo Económico y Social debe transformarse en un órgano dedicado auténticamente al desarrollo, que ayude a los ministros de desarrollo y finanzas a promover el progreso y a vigilar los resultados obtenidos hacia el logro de los objetivos de desarrollo del Milenio, con los que el mundo aspira a reducir a la mitad para 2015 la pobreza extrema.

           Ya se han logrado algunas reformas. El Consejo de Derechos Humanos y la Comisión de Consolidación de la Paz recién creados celebrarán sus primeras reuniones la semana próxima. Todos los Estados Miembros han aceptado la responsabilidad de proteger a los pueblos amenazados por el genocidio y otros crímenes comparables. Hoy contamos con un fondo de socorro de emergencia en el que se han introducido mejoras importantes, un fondo para la democracia, una oficina de ética y un sistema más riguroso de protección de quienes denuncian prácticas ilegítimas. Necesitamos ahora mejores mecanismos de supervisión y rendición de cuentas, un sistema de adquisiciones más eficaz, una mayor flexibilidad financiera y mejores normas para la contratación y gestión del personal.

           Frente a la magnitud de las tareas que debemos cumplir, estas no son exigencias excesivas. Seguramente los gobiernos podrán ponerse de acuerdo sobre el modo de conseguir esas reformas sin provocar la parálisis de toda la Organización. Es hora de que aquellos a quienes interesa realmente la reforma se unan en una nueva coalición, que salve la brecha ficticia y nociva entre el Norte y el Sur y congregue a todos los que están dispuestos a trabajar de consuno porque comparten la visión de unas Naciones Unidas eficaz, que obre en beneficio de todos los pueblos del mundo.

           El autor es el Secretario General de las Naciones Unidas

 


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