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Wikileaks: Venezuelan ambassador Freddy Balzan emails 2005-2008
- To: "acnu" <acnu@acnu.org.cu>
- Subject: Declaración del Secretario General, Kofi A. Annan
- From: Pedro Martínez Pírez <pmpirez@rhc.cu>
- Date: Mon, 12 Jun 2006 17:23:37 -0400
- Cc: "Abelardo Moreno" <abelardo@minrex.gov.cu>
Title: Message
Kofi Annan
La hora de la verdad de las Naciones
Unidas
Una tormenta menor se desencadenó la semana pasada cuando el
Vicesecretario General, Mark Malloch Brown, sugirió en un discurso que los
Estados Unidos deberían colaborar más plenamente y con más entusiasmo con otros
Miembros de las Naciones Unidas para llevar a cabo la reforma de la
Organización. Eso es absolutamente cierto, pero los dos consideramos que esa
misma observación debe ser atendida por muchos otros países, no sólo los Estados
Unidos.
Las Naciones Unidas han llegado a un punto crítico. En diciembre pasado,
los Estados Miembros aprobaron un presupuesto para el bienio actual (2006-2007),
autorizando a la Secretaría a gastar sólo lo suficiente para los seis primeros
meses. Los principales contribuyentes al presupuesto, encabezados por los
Estados Unidos, insistieron en que esa limitación de los gastos sólo se
levantaría cuando se hubieran logrado progresos significativos en la reforma de
la Organización. Ahora nos aproximamos peligrosamente al plazo fijado y no está
nada claro que la reforma haya sido suficiente para satisfacerlos. Ninguna de
las dos partes ha encontrado los medios de dialogar con la otra para acordar las
reformas siguientes.
Sir Brian Urquhart, profundo conocedor de las Naciones Unidas, dijo
alguna vez que en la Organización nunca hay realmente una crisis financiera,
sólo crisis políticas. Brian tiene razón. Los Estados Unidos intentan recurrir
al poder del dinero para forzar la aprobación de reformas administrativas que se
necesitan con apremio y sus tácticas han provocado una reacción de los países en
desarrollo.
La mayoría de los países en desarrollo están muy conscientes de la
necesidad de la reforma, sobre todo porque, las Naciones Unidas les prestan
muchos servicios de importancia vital, desde el mantenimiento y la consolidación
de la paz hasta el socorro de emergencia, la defensa de los derechos humanos, la
ayuda para organizar elecciones y la lucha contra las enfermedades infecciosas.
Por lo tanto, son esos los países que más se benefician de que la Organización
esté bien administrada y utilice con máxima eficiencia los recursos. Sus
objeciones tienen menos que ver con los detalles de las reformas propuestas que
con lo que perciben como la influencia abrumadora de unos cuantos países ricos,
en una organización que supuestamente “está basada en el principio de la
igualdad soberana de todos sus Miembros”.
A eso me refería en Londres en enero, cuando aludí al sentimiento de
frustración y exclusión que lleva a muchos Estados a ejercer el único poder que
tienen: el de impedir otras reformas, como las mejoras administrativas, pues
algunos ven incluso en éstas un intento de los más fuertes de hacerse con aún
más poder.
En última instancia esto significa que, como señaló el Primer Ministro
Tony Blair en un discurso pronunciado en Washington hace dos semanas, hay que
reformar la estructura entera de las Naciones Unidas, incluido el Consejo de
Seguridad. Por ello las reformas actuales son sólo un pequeño anticipo de lo que
vendrá después. La política pública simplemente se está haciendo más global. Ya
se trate del terrorismo o la pobreza, las drogas o el delito, las enfermedades o
el comercio, ningún Estado puede resolver los problemas por sí
solo.
Sin embargo, mientras esperamos que la visión política se ensanche de
manera acorde con los retos del momento, tenemos una labor fundamental que
cumplir ahora mismo: ejecutar los programas que se iniciaron por mandato de los
Estados Miembros y que prestan servicios esenciales a poblaciones que se
encuentran en grave peligro o necesidad. Por importante que sea el debate sobre
la reforma no debemos permitir que esa labor se
paralice.
Redunda en interés de todos los Estados Miembros que las Naciones Unidas
sigan en funcionamiento y que se adapten a la labor concreta que se les pide
cumplir. Por lo tanto, las dos partes en la discusión actual deben bajar el tono
a sus pronunciamientos y entablar negociaciones serias para lograr ahora una
solución de compromiso razonable que sirva de base a cambios más fundamentales
más adelante.
No sólo la composición del Consejo de Seguridad se quedó estancada a
mediados del siglo XX. También la administración y la actitud de muchos
gobiernos hacia la Organización quedaron suspendidos en el tiempo. Ni una ni
otra se han adaptado plenamente a la nueva realidad de una Organización que ya
no se limita a organizar conferencias y redactar informes, sino que administra
operaciones complejas, de miles de millones de dólares, para ayudar a mantener
la paz y a combatir la pobreza y los desastres humanitarios. Por ello no
contamos aún con las instituciones necesarias para hacer frente a los desafíos
mundiales de este siglo. Es esencial que superemos este
trance.
El plan de reforma que propuse el año pasado era muy claro a este
respecto. En él recordaba que las Naciones Unidas se basan en tres pilares: el
desarrollo, la seguridad colectiva y los derechos humanos. Cada uno refuerza a
los dos restantes, pero también depende de ellos. Y para más solidez necesitan
un cuarto elemento: una profunda reforma
administrativa.
Las Naciones Unidas tienen que ayudar a los Estados Miembros a avanzar
simultáneamente en esos tres frentes. Por eso no sólo necesitan un Consejo de
Seguridad, sino también un Consejo de Derechos Humanos eficaz, y también por
ello el Consejo Económico y Social debe transformarse en un órgano dedicado
auténticamente al desarrollo, que ayude a los ministros de desarrollo y finanzas
a promover el progreso y a vigilar los resultados obtenidos hacia el logro de
los objetivos de desarrollo del Milenio, con los que el mundo aspira a reducir a
la mitad para 2015 la pobreza extrema.
Ya se han logrado algunas reformas. El Consejo de Derechos Humanos y la
Comisión de Consolidación de la Paz recién creados celebrarán sus primeras
reuniones la semana próxima. Todos los Estados Miembros han aceptado la
responsabilidad de proteger a los pueblos amenazados por el genocidio y otros
crímenes comparables. Hoy contamos con un fondo de socorro de emergencia en el
que se han introducido mejoras importantes, un fondo para la democracia, una
oficina de ética y un sistema más riguroso de protección de quienes denuncian
prácticas ilegítimas. Necesitamos ahora mejores mecanismos de supervisión y
rendición de cuentas, un sistema de adquisiciones más eficaz, una mayor
flexibilidad financiera y mejores normas para la contratación y gestión del
personal.
Frente a la magnitud de las tareas que debemos cumplir, estas no son
exigencias excesivas. Seguramente los gobiernos podrán ponerse de acuerdo sobre
el modo de conseguir esas reformas sin provocar la parálisis de toda la
Organización. Es hora de que aquellos a quienes interesa realmente la reforma se
unan en una nueva coalición, que salve la brecha ficticia y nociva entre el
Norte y el Sur y congregue a todos los que están dispuestos a trabajar de
consuno porque comparten la visión de unas Naciones Unidas eficaz, que obre en
beneficio de todos los pueblos del mundo.
El autor es el Secretario General de las Naciones
Unidas |
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