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Periodistas asesinados
ENTRE EL ANONIMATO Y EL GRAN
RUIDO MEDIÁTICO
Trece periodistas asesinados en los meses de julio, agosto y
septiembre, de este año, además de constituirse en un dato escalofriante de la
realidad que vive la profesión periodística en diversos países de nuestra
región, comporta ?tal cual sostiene la Federación Latinoamericana de
Periodistas (FELAP), desde hace muchos años-, uno de los tantos signos
distintivos del desarrollo mafioso en sociedades caracterizadas por múltiples
manifestaciones de violencia.
Y tanto como esos asesinatos focalizados, alarma el crecimiento
diario del número de víctimas fatales provocadas por las desigualdades
crónicas de un sistema económico, político y social injusto. Un sistema cuya
base de sustentación es fundamentalmente mafiosa; así al interior de su
economía ?formal? y en la denominada ?informal?: la que en muchos países es la
única fuente de recursos precarios ?y hasta humillantes- de grandes masas
desesperadas.
Del reciente informe de la Comisión Investigadora de Atentados
a Periodistas (CIAP-FELAP) se desprende, una vez más, el carácter
multiforme de la violencia. Allí, junto a los nombres de los trece periodistas
asesinados y las circunstancias en que fueron ultimados, se mencionan dos
secuestros, y la liberación, de los trabajadores de prensa brasileños,
Guillermo Azevedo Portanova, periodista, y el auxiliar técnico, Alexandre
Coelho Catado, ambos pertenecientes a la plantilla laboral de TV Globo, de
Brasil. Para liberarlos el ?Primer Comando de la Capital
(PCC)? ?organización violenta, que se reivindica representante de presos
comunes- exigió que TV Globo exhibiera un video donde se denunciaban las
?condiciones inhumanas en las cárceles brasileñas?. TV
Globo accedió a las imposiciones del PCC y Portanova y Catado volvieron a ?la
normalidad?.
En dicho episodio se explican varias cuestiones a un mismo
tiempo. Brasil, con más de ciento ochenta millones de habitantes, considerado
?un continente? en si mismo, es uno de los países líderes de la desigualdad
social, uno de los peores en materia de distribución del ingreso. Y, como la
inmensa mayoría de los países latinoamericanos y caribeños, gobernados durante
décadas por ?democracias? o dictaduras militares que impusieron y recrearon
estructuras sistémicas injustas -de expoliación humana y saqueo de riquezas
estratégicas vitales-, Brasil sufre ?más allá de la voluntad política de su
actual gobierno- la ?ingobernabilidad del caos?.
El poder real ?sistema nervioso central del movimiento económico,
financiero e informativo-comunicacional en la globalización neoliberal-
dirige, somete, o condiciona al poder político, exprimiéndole provechos al
caos, en la pretensión de sellarle todas las salidas a este presente de
sistemáticas violaciones a los derechos humanos. El poder real, que se
presenta como naturaleza de las cosas, en su necesidad de reaseguros de
dominación nunca deja de renovar sus amenazas atadas a sus beneficios. Tanto,
que lo hace contra quienes sin atacar su esencia se atreven a intentar
pequeñas reformas o, sencillamente, políticas asistencialistas.
Prosigamos con Brasil. Antes de la segunda vuelta electoral por
la presidencia del país, prevista para fines de octubre, el presidente Lula ya
fue advertido publicamente por los dueños del dinero, de cuáles habrán de ser
las nuevas vueltas de tuerca dentro las existentes reglas de juego: mayor
flexibilidad laboral, mayor apertura, sin restricciones, de las importaciones,
una sensible baja de la presión fiscal sobre los grandes contribuyentes y una
revisión profunda del carácter público de la empresa Petrobras y del Banco
Central: o, sea, aplicación a ultranza de los llamados ?planes de ajuste
estructural?. En síntesis, más injusticia social y, como consecuencia, más
violencia y, seguramente, más caos.
Hablamos, entonces, de sociedades brutalmente violentas, que van
camino a más violencia, ya sea en el marco de la sobrevivencia cotidiana entre
sectores pauperizados; ya a la hora de la permanente confrontación
intercapitalista por el incremento de la rentabilidad mediante el
desplazamiento, o aniquilación, del ?otro?: potenciales o declarados
competidores dentro de la sociedad de consumo. Y a escala superior: las
invasiones imperialistas actuales lanzadas a la conquista de territorios,
mercados, petróleo, gas, agua. Más violencia y más caos y, en esa perversidad
sinfín, la utilización de tecnócratas, mercenarios,
sicarios, grupos paramilitares, parapoliciales o lisa y llanamente de
ejércitos regulares, sembrando crímenes ?de a uno- y genocidios por
planificación de la desigualdad. Hoy, cerca de 1.000 millones de personas se
?alimentan? por debajo de sus necesidades más elementales. Hay genocidios a
cargo de políticas imperiales, con EE.UU. al comando de acciones de ?guerra?
?invasiones-, que arrasan con cientos de miles de seres humanos. Desde la mal
llamada ?guerra del Golfo? hasta nuestros días, con Afganistán e Irak
invadidos y atacados sin descanso por EE.UU. y sus aliados, los muertos,
mutilados y desaparecidos, se aproximan a 1 millón de personas.
En tal estado de cosas, donde pobreza, miseria, marginación y
muerte crecen en todo el planeta, la profesión ?acorralada por la
concentración económica y comunicacional- es, también, según se exprese la
inquietud de ciertos periodistas por saber y revelar la verdad, víctima del
fuego que realimenta la caldera de las luchas sociales, políticas y
económicas.
Por todos los intereses en juego, dentro del contexto señalado,
no puede, ni debe, verse a los dos trabajadores de prensa de Brasil,
?Portanova y Catado-, tan sólo como eso, como trabajadores de prensa y punto.
Son dos asalariados al servicio de TV Globo, una de las cadenas de
comunicación más poderosas de nuestro continente; dueña de una visión de la
realidad que, objetivamente, dista mucho de la realidad acuciante de la gran
mayoría de la sociedad brasileña.
Los trece periodistas asesinados, en tres meses, han sido
víctimas de contextos sociales, políticos y económicos, cargados de un alto
poder explosivo. Y cada matanza tuvo sus particularidades; como las ha tenido,
sin dudas, el asesinato cometido contra la periodista Anna Politkovskaya, hace
unos días, en Rusia. En todos estos crímenes, la vara de medición mediática
sabe variar, en consonancia con los intereses ideológicos, políticos y
comerciales de los barones de la información-comunicación.
Lo interesante, en torno al gravísimo hecho que tuvo como víctima
a Anna Politkovskaya, es la trascendencia pública, e internacional, que
alcanzó el asunto, a caballo de las principales cadenas informativas
transnacionales. No es la misma, por cierto, que el estilo contable utilizado
para los otros trece casos, muchos de los cuales ?por no decir todos-, no
pasaron jamás por una pantalla de televisión, ni aparecieron en las páginas de
los grandes periódicos.
Los proyectos de dominación global establecen e imponen
condiciones objetivas de selección de noticias y personas y del tipo de
violencia y caos a publicar. Todo lo que corte de raíz, o sirva para disimular
las evidencias de las verdaderas causas del crimen organizado, el hambre y la
corrupción sistémica, contribuye al reciclado de injusticias e impunidades
contra miles de millones de seres humanos, incluidos los periodistas. Al menos
aquellos periodistas que, acosados diariamente por las generales de la ley de
la selva, no forman parte del poder dominante ni siquiera como opacos
instrumentos de éste.
Reiteramos aquí la nómina de los trece periodistas asesinados en
Latinoamérica y el Caribe en los meses de julio, agosto y septiembre, del año
en curso:
Milton Fabián Sánchez y Atilano Pérez Barrios (Colombia); Douglas
Hernández (El Salvador); Richard Stewart, Chetram Pergaud, Elion Wegman, Mark
Mico y Shazim Mohamed (Guyana); Eduardo Maaz (Guatemala); Enrique Perea
Quintanilla (México); Domingo Disla Florentino y Facundo Lavatta (República
Dominicana); Jesús Flores Rojas (Venezuela) (ANC-UTPBA).
JUAN CARLOS CAMAÑO
Presidente de la Federación
Latinoamericana de Periodistas (FELAP)