Resulta que
en 1960 la cabeza de Fidel Castro costaba 150 mil dólares, precio que
propuso el servicio de inteligencia norteamericano por la vida del líder
cubano a asesinos de confianza quienes generalmente no fallan, es decir, a
la mafia de Chicago.
Por encargo de la CIA, uno de sus capitostes,
Johnny Roselli, encontró a dos matones: 'Sam Gold' y 'Joe' capaces de
cumplir esa delicada misión. En realidad, bajo estos apodos se ocultaban
los individuos tristemente célebres que figuraban en la lista de los 10
más peligrosos gángsters de EEUU.: Sam Giancana, sucesor de Al Capone en
Chicago y su secuaz Santos Trafficante.
A lo largo de varios meses
los matones intentaban, ayudados por sus contactos cubanos, echar
furtivamente 6 comprimidos con veneno, recibidos de la CIA, en la comida
de Castro. Pero los intentos no tuvieron éxito por motivos diversos. El
nefasto maratón de atentados cesó solamente después de fracasada la
incursión de la CIA en la Bahía de Cochinos.
Esa lúgubre odisea de
cómo, a despecho de todas las normas y cartas el servicio secreto de EEUU
encargó a la mafia el asesinato de un líder extranjero, figura entre los
695 folios de los documentos de uso interno de la CIA hechos públicos esta
semana.
Naturalmente, sólo un reducido círculo de legisladores
norteamericanos tuvieron acceso a todos estos hechos. A mediados de los 70
los documentos, hechos públicos hoy, fueron objeto de estudios de tres
órganos encargados de investigar los abusos cometidos por el servicio de
inteligencia norteamericano: la Comisión
Rockefeller creada por el presidente Ford, el Comité del
senador F. Church y el Comité de la Cámara de Representantes del Congreso.
Entonces los resultados de las investigaciones efectuadas provocaron un
gran escándalo.
Pero a veces los ecos producen más efecto que
la explosión.
Por primera vez se nos presentó la posibilidad de echar
un vistazo a los documentos rigurosamente redactados por la censura, pero
auténticos procedentes de las cajas fuertes de Langley. Y esa farsa
asombra por su menoscabo de las leyes, la profanación de los derechos
civiles y la inmoralidad cínica.
Dicen que precisamente por esto
los profesionales de la comunidad de espionaje de EEUU han bautizado
irónicamente de 'joyas familiares' dicha colección de documentos de la CIA
que asombra por su diversidad.
Las operaciones secretas de la CIA
no se limitaban a los atentados a la vida de Castro, ni a los asesinatos
de Lumumba, Trujillo y otros líderes extranjeros. Entre ellas figuran los
experimentos con preparados secretos practicados en ciudadanos
norteamericanos inocentes de lo que eran objeto, capaces de manipular su
conducta; la vigilancia, escucha de conferencias telefónicas y registros
secretos en casa de defensores de derechos, activistas del movimiento
contra la guerra en Vietnam y relevantes periodistas; la intervención de
la correspondencia procedente de la Unión Soviética y
China. Y hasta la contratación de extremistas norteamericanos por agentes
de la CIA y su envío al extranjero en calidad de agentes a sueldo, lo que
sólo puede ser calificado de prólogo del terrorismo internacional. Al fin
y al cabo ¿quién era Bin Laden si no agente de la CIA?
La
envergadura de operaciones de este tipo mencionadas en los documentos
hechos públicos hasta infunde cierto respeto a Langley. Allí la gente se
mata trabajando. He aquí varias cifras: resulta que de
1940
a 1973 en EEUU funcionaron 12 programas de la CIA y
el FBI relativos a la censura de la correspondencia privada. Un solo
programa de la CIA condujo a la apertura de 240 mil paquetes postales y a
la creación de la base de datos sobre 1,5 millones de
destinatarios.
Mención aparte merece el proyecto orientado a
utilizar a extremistas codificado en documentos de la CIA como CHAOS. En
los ordenadores de CHAOS se venían acumulando datos secretos sobre 300 mil
personas, entre ellas 7200 norteamericanos y 100 grupos locales de
defensores de derechos y activistas de los movimientos
antibélicos.
¿A qué se deberá la inesperada publicación actual de
tan anticuados materiales compromisorios, por supuesto con el visto bueno
de la dirección de Langley? A mi modo de ver, este acto de confesión
pública está llamado a decir tanto a los norteamericanos como a la
comunidad mundial más o menos lo siguiente: Sí, hemos pecado. Sí, lo
confesamos en público, lo que atestigua que se puso cruz y raya al pasado.
Que Dios nos perdone y con él todos los demás.
Pero en realidad la
CIA lanza un nuevo programa de desinformación mediante el cual
la Agencia
Central de Inteligencia de EEUU busca distraer la
atención de sus numerosos pecados instantáneos que datan de hoy: los
campos en Guantánamo donde a los presos se les aplican métodos brutales de
interrogatorio, entre ellos la 'postura de feto', la exposición a las
altas temperaturas y simulacros de ahogo bajo el agua (tortura submarina).
En Guantánamo fueron registradas 34 tentativas de suicidio; la red de
prisiones secretas creadas por la CIA en Afganistán, Tailandia, Polonia y
Rumania donde los presos están despojados de todos los derechos; el ensayo
escrito el 25 de junio del corriente por Fidel Castro inculpando por
enésima vez a George Bush de 'haber autorizado y ordenado' su asesinato;
muchos otros actos de arbitrariedad, violencia y flagrante menoscabo de
los derechos humanos, los que un buen día también saldrán a flote en
centenares de documentos redactados por la censura.
En este
sentido, la actual confesión pública de la CIA no es más que la reflexión
sobre el presente.
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