El mundo|Domingo, 01 de Julio
de 2007
LOS ACUSO DE OPONERSE A LAS
RECETAS ECONOMICAS DE WASHINGTON
La CIA vigiló a los
curas tercermundistas
Según un documento desclasificado
esta semana, a fines de los ’60 la CIA estaba obsesionada con la posibilidad de
una alianza entre el comunismo y la Iglesia en la región. Para la
agencia, el énfasis que ponían los curas tercermundistas en la justicia social
era un peligro.
Por María Laura
Carpineta
En los años de
la Guerra
Fría, cualquier cambio o posibilidad de cambio en América
latina encendía alarmas en Estados Unidos. Uno de los documentos de la CIA
desclasificados esta semana junto con las Joyas de la Familia demuestra que a
finales de la década del sesenta, la Iglesia Católica
empezaba a ser una preocupación para el Gran Hermano de la región. “La Iglesia
comprometida y el cambio en América latina” detalla país por país cómo la
institución católica, post Concilio II, comenzó a abogar más por la justicia
social y las libertades. “Lo que durante mucho tiempo fue considerada una
institución dedicada al mantenimiento del statu quo es ahora una fuerza que
busca el cambio en una zona que ha demostrado poca capacidad para lidiar con la
inestabilidad política y económica y con las tensiones que ya existen”, concluía
entonces la CIA.
Y luego advertía: “Su compromiso con la justicia social es
probable que impida los programas económicos actuales y, por lo tanto, que
contribuya a crear una mayor inestabilidad política y
económica”.
Para analizar la situación de la
Iglesia en la región, la agencia de Inteligencia estadounidense divide primero
al clero en cuatro grupos: los reaccionarios –todavía en control de las altas
jerarquías–, los no comprometidos –el grueso de la institución–, los
progresistas –una importante porción del obispado en pleno ascenso– y los
radicales –-minoritarios, admite, aunque “peligrosos”–. Con nombre y apellido y
una precisión que demuestra la presencia constante y casi omnisciente de la
agencia en las naciones latinoamericanas, el informe sitúa a las principales
figuras del clero de cada país en estas categorías. “La situación más seria
parece ser la de
Brasil”, aseguraba el texto fechado en 1969. Según la CIA, el
gobierno de Joao Goulart venía apoyando al ala progresista de la Iglesia, e
incluso a la que
Washington denominaba radical. Sin embargo, con el golpe de
Estado de 1964, la alianza se quebró, aunque el informe destaca que todavía
quedaban algunos denominados reaccionarios para mantener las relaciones con la
dictadura, los entonces arzobispos de Río de Janeiro y de San Pablo, el cardenal
Jaime de Barros y Angelo Cardinal Rossi,
respectivamente.
En la Argentina, por supuesto, no
se vivía ese nivel de confrontación institucional. “Los elementos reaccionarios
y no comprometidos de la Iglesia dieron una bienvenida muy calurosa al golpe
militar de junio de 1966”, aseguraba la agencia de Inteligencia y destacaba las
figuras del entonces arzobispo de Buenos Aires y de Santa Fe, los cardenales
Antonio Caggiano y Nicolas Fasolino. Sin embargo, la CIA advertía sobre la
creciente militancia política o cercanía de algunos curas de base con los
movimientos obreros y estudiantiles. El Movimiento de los Curas del Tercer
Mundo, en donde confluían los ideólogos de la Teoría de la Liberación de la
región, es identificado como un grupo radical, es decir, que estaba a favor del
uso de violencia para alcanzar cambios sociales, económicos y
políticos.
La CIA, recordando el ejemplo del
cura colombiano Camilo
Torres, que dejó los hábitos, se sumó a la lucha armada y se
terminó convirtiendo en un mártir y un símbolo para muchos religiosos y
luchadores sociales, explicaba la amenaza latente. “Es lógico asumir que varios
tipos de comunistas y otros izquierdistas extremos están intentando penetrar los
sectores comprometidos de la Iglesia Católica en América latina”, sostenía. Si
se permitía que estos acercamientos prosperaran, pronosticaba la agencia, las
relaciones entre la Iglesia y el Estado argentino podrían
deteriorarse.
Siguiendo el discurso de
la Guerra
Fría, toda amenaza debía estar relacionada, al menos
tangencialmente, con el brazo largo del comunismo. Para justificar esta alianza
–no respaldada en ningún análisis histórico serio sobre la época ni por los
mismos comunistas– la agencia de Inteligencia estadounidense cita un extracto de
un conferencia que dio el cura colombiano René García Lizarralde, uno de los
firmantes del emblemático Mensaje a los Pueblos del Tercer Mundo (Colombia,
1967), en el que obispos y curas de todo el mundo alzaron su voz a favor de la
justicia social, la libertad política y denunciaron a los gobiernos que
atentaban contra estos principios. Según el informe, García Lizarralde les
habría dicho a sus alumnos que era fundamental abrirse al marxismo porque esta
ideología proveía la metodología necesaria para los revolucionarios
cristianos.
Es cierto que en su análisis, la
agencia de Inteligencia estadounidense reconoce que todavía faltaba mucho para
que los elementos “radicales” tomaran las riendas de la siempre conservadora
Iglesia Católica. Sin embargo, el verdadero temor de la agencia y de los
elementos más duros de Washington era el avance y la aceptación dentro de las
estructuras eclesiásticas de las figuras progresistas que buscaban el cambio,
pero sin la violencia y siempre desde dentro de la institución.
Chile era el ejemplo del poder de una Iglesia reformista y
moderna, que se alejó de las tradicionales clases altas –”los grandes
terratenientes” que en el resto de la región promocionaban golpes o gobiernos
conservadores– para apoyar un proyecto moderado
como
el de la Democracia
Cristiana de Eduardo Frei. Pero como demostró la historia, a
pesar de los cambios que introdujo Juan XXIII con el Concilio II, las cúpulas de
la Iglesia
Católica en América latina –y en el resto del mundo– no fueron
cooptadas por los pocos obispos progresistas ni mucho menos por los supuestos
curas radicales, que en cambio se sumaron a la lista de enemigos de las
dictaduras de los oscuros años setenta y muchos terminaron engrosando las largas
listas de asesinados y desaparecidos.
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